El lunes previo al inicio de las eliminatorias mundialistas, Lima amaneció conmocionada ante el agotamiento de las entradas para el partido del viernes 07 de octubre a las 8 PM. La selección Peruana -“el equipo de Markharián”, o el tan mentado “equipo de todos” (como se les llama a las selecciones nacionales por estos lares)-, debuta contra Paraguay ante una expectativa por decirlo de forma elegante, inusitada.
El refaccionado y, ahora moderno, Estadio Nacional -se dice que el costo de modernizarlo estuvo cercano a los 205 millones de soles, algo así como US$75 millones- será la sede de este evento deportivo. Al parecer, el tercer lugar ocupado por Perú en la reciente Copa América de Argentina hizo renacer la pasión por el fútbol en la gran mayoría de los peruanos.
En medio de esta fiesta entusiasta y deportiva, la maquinaria del fútbol como negocio también renació y aprovechó las oportunidades servidas. En este sentido, se han diseñado campañas de todo tipo y en toda industria, incluida la renovación de la camiseta de la selección a cargo de su actual sponsor oficial, la que fue encargada a la destacada diseñadora nacional Sumy Kujón. En suma, no es más que la reconfirmación de que el fútbol es uno de los argumentos más fuertes de venta en sociedades eminentemente futboleras como la de muchos de nuestros países latinoamericanos. La maquinaria del fútbol como industria es inmensamente infalible.
Ante esta vorágine de la selección nacional (que debe repetirse en todos o en casi todos los países de la región, ante el inicio de las eliminatorias para el mundial de Brasil), y frente a este alud publicitario y de esperanza futbolera, muchos peruanos durmieron haciendo colas en las puertas de los establecimientos de venta de entradas. Varios también mostraron su desagrado y protesta ante el letrero de “entradas agotadas”. Al parecer, el fútbol nos agrupa, moviliza, nos emociona como país y nos hace “sentir peruanos”.
Si retomamos la tangibilidad, todo esto nos hace ser menos competitivos en todo sentido, ya que es claro que un país inseguro es menos atractivo para las inversiones. Pero, lo más grave es que esto nos hace menos competitivos en los más importantes ámbitos (aquellos no tienen nada que ver con lo económico), es decir, en lo humano, y en considerarnos como una sociedad medianamente civilizada.
Sin embargo, el fútbol en el Perú también nos conmocionó por otros motivos hace pocos días. El 24 de septiembre se jugó una versión más del clásico del fútbol peruano. El encuentro entre Universitario de Deportes y Alianza Lima, los clubes con mayor cantidad de seguidores en el país y, por lo tanto, con las hinchadas más voluminosas y complicadas cuando expresan sus diferencias de forma agresiva. Más allá de la violencia a la cual estos partidos nos tienen acostumbrados, lo que incluye la destrucción a lo largo del paso de las mal llamadas “barras bravas” (porque son “bravas” en grupo, en banda, aprovechando la pasividad de los más débiles), hecho al cual nuestra sociedad parece haberse acostumbrado, ya que al vecino común y corriente no le queda otra cosa que resguardarse ante la nula reacción de las autoridades. Entre los limeños, es sabido que es de “muy mala suerte” toparse con estas turbas. Además, de todo esto (pan de cada día en las rutas por donde van los hinchas a los estadios y más aún cuando si hay un “clásico”).
El 24 de setiembre de 2011, murió un hincha en el Estadio Monumental de Ate por acción de algunos desadaptados que toman el fútbol como… sabe Dios qué… Como algo que excede totalmente al deporte, lo vuelven una guerra, una disputa en la cual la vida parece valer nada o muy poco. También, como peruanos, el fútbol nos avergüenza.
No es posible que en la escala de valoración de un ser humano, una pasión pueda valer más que una vida humana. Además, nada tiene sentido (un campeonato, un estadio, un club deportivo, una bandera, etc.) si es que asesinan a alguien en lo que se supone, es un evento deportivo. Absolutamente nada puede valer una centésima parte de la desgracia que vivió el agraviado, sus familiares, toda nuestra sociedad golpeada en lo más íntimo de su proyecto de desarrollo como un lugar para –simplemente- vivir.
Si revisamos la procedencia socioeconómica de los agresores encontramos a representantes de prácticamente todos los niveles socioeconómicos y grados de instrucción. Se trata de un problema transversal a la sociedad y presente en todo estamento. No es un problema de los pobres o de los ricos, de los instruidos o de los ignorantes; de los que estudiaron en universidades nacionales o particulares, de los que estudiaron en el Perú o en el extranjero, de los que viajan en transporte público o los que tienen auto propio; de los que viven en las Casuarinas o moran en el Agustino. Se trata de un problema de absolutamente de todos los peruanos.
En medio de la euforia o la tristeza que nos traerán estas dos primeras fechas de la eliminatoria mundialista, no está demás recordar a la Federación Peruana de Fútbol, a la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional, al Congreso de la República, al Poder Ejecutivo y a toda la sociedad en su conjunto que no es un solo muerto, sino que ya van varios (que no han sido tan mediáticos) y que si no se hace algo de inmediato, esto pintará terriblemente mal y todo ese crecimiento económico que se ve en las cifras macroeconómicas y resultados tangibles, no serán nada más que indicadores ilusorios, porque internamente, la violencia (y el fútbol es sólo una muestra) nos sigue desangrando.
Si retomamos la tangibilidad, todo esto nos hace ser menos competitivos en todo sentido, ya que es claro que un país inseguro es menos atractivo para las inversiones. Pero, lo más grave es que esto nos hace menos competitivos en los más importantes ámbitos (aquellos no tienen nada que ver con lo económico), es decir, en lo humano, y en considerarnos como una sociedad medianamente civilizada.