La presión internacional para que se implementen normativas vinculantes en materia de protección ambiental se ha intensificado considerablemente en los últimos años. Todo apunta a que, tarde o temprano, ni los gobiernos de los Estados con mayor grado de industrialización podrán ignorar, como lo hacen actualmente, el llamado a renunciar a la explotación de los combustibles fósiles. Imaginar que las reservas de carbón, gas natural y petróleo pueden permanecer intactas en el subsuelo ha dejado de ser un asunto de ciencia ficción.
Previendo un futuro como ese, propiciado por un acuerdo para frenar el calentamiento global u otro tipo de convenios, muchos en el mundo de las finanzas han comenzado a preguntarse si realmente valdrá la pena seguir invirtiendo en combustibles fósiles. En octubre de 2014, el presidente del Banco de Inglaterra, Mark Carney, le hizo llegar una carta a la comisión medioambiental del Parlamento británico. En la misiva, Carney describía un debate interno sobre la renuncia a los combustibles contaminantes.
Cabe ser precavido. La conclusión de Carney era que, si las reservas minerales terminan quedándose bajo tierra a mediano plazo, éstas podrían ser consideradas como activos financieros congelados y sus propietarios se quedarían con las manos vacías. “Con esto en mente debemos profundizar nuestras reflexiones”, señalaba Carney. Una unidad especial del Banco de Inglaterra dedicada a identificar y reducir riesgos en el sector financiero está enfocada en esa investigación. Joan Walley, de la comisión medioambiental del Parlamento británico, tomó el pronóstico en serio.
Walley comentaba en el diario Financial Times de Londres que, si no se desarrollan nuevas tecnologías para la captura y el almacenamiento de carbono a corto plazo, los inversionistas deberán estar atentos a los efectos que futuros acuerdos sobre protección ambiental y cambio climático pueden tener sobre activos financieros relacionados con combustibles fósiles. La situación es compleja porque la aludida tecnología CCS, que recoge y condensa el anhídrido carbónico en el subsuelo, no está libre de controversias.
Una “revolución” es improbable. Para quienes invierten en fuentes de energía fósiles, esta es la primera vez en que el valor de sus activos está amenazado. Carbon Tracker, una organización no gubernamental fundada por analistas financieros británicos, cree que hacer públicos los riesgos de este sector, como lo ha hecho el Banco de Inglaterra, es una medida importante que otros bancos e instancias financieras deberían imitar porque con ello se genera un cambio de mentalidad. Esther Chrischilles, del Instituto Alemán de Economía, también está convencida de ello.
A juicio de Chrischilles, es necesario que las empresas del ámbito energético se enfrenten al riesgo que futuras regulaciones en materia ambiental podrían representar para ellas. Su recomendación es hacer lo que han hecho en Alemania compañías como Eon, que optó por apostarlo todo a las energías limpias. No obstante, Chrischilles sostiene que una cosa son las resoluciones para la protección del ambiente y otra, por ahora improbable en términos políticos y económicos, es el surgimiento abrupto de una verdadera “revolución ecológica”. “La reducción absoluta de emisiones contaminantes sería muy difícil de alcanzar, sobre todo en los países en vía de industrialización".