Los avances logrados en décadas recientes han convertido a América Latina en una de las regiones más prósperas del llamado mundo emergente. Esta buena noticia, que nos hubiera costado creer hace no muchos años, conlleva nuevos y grandes desafíos.
Especialmente si tomamos en cuenta lo que está ocurriendo en las economías desarrolladas. A estas alturas está claro que imitar ciegamente a europeos y estadounidenses nos llevaría a un callejón sin salida, como el que estos mismos enfrentan hoy: programas públicos hipertrofiados e insostenibles; sistemas de incentivos desquiciados; modelos políticos distantes e ineficientes; modelos de consumo y producción no sustentables.
No deja de impactar que muchos de estos desaciertos, hoy a la vista de todos los analistas, han arrastrado a estos países a una profunda crisis. Sería absurdo repetir lo que hoy ellos están empeñados en corregir con bastante sacrificio. Más que imitarlos (como ha sido nuestra tendencia a lo largo de la historia), tendremos que encontrar nuestras propias soluciones –cuanto antes mejor-. Estamos obligados a innovar.
Necesitamos desarrollar productos y servicios adaptados a las necesidades de una emergente clase media.
De igual manera, siendo “los más ricos entre los más pobres”, no tenemos más opción que encontrar respuestas innovadoras y propias a los retos del mundo emergente. Necesitamos desarrollar productos y servicios adaptados a las necesidades de una emergente clase media y de un mundo de consumidores en la base de la pirámide. Problemas clásicos del desarrollo, como la desnutrición infantil y retos como la construcción de viviendas sociales económicas y de calidad, y otros más nuevos como el diseño de nuevos modelos educativos para el siglo XXI, también requieren respuestas innovadoras. Nuestro camino a la prosperidad sustentable pasa por darles solución.
Muchas de las respuestas que demos a estos desafíos se volverán relevantes para 6.000 millones de personas que viven en países más pobres que los nuestros, a medida que alcancen nuestro nivel de vida. Ubicarnos a la vanguardia del mundo emergente nos genera valiosas ventajas a la hora de innovar, dado que estamos enfrentando muchos de estos desafíos antes que los demás. Esta ventaja temporal nos permitirá, por lo tanto, sacarles el máximo provecho a nuestras experiencias y a nuestras innovaciones. Por ejemplo, exportándolas al resto del mundo emergente. En otras palabras, si hacemos bien las cosas, estamos destinados a convertirnos en una “región faro” para el resto del mundo y para países que están dentro de la definición de “emergentes”.
¿Estaremos en América Latina a la altura de semejante desafío? Reformas inimaginables hace tan sólo pocas décadas nos han convertido en la región más democrática y abierta al comercio mundial dentro del mundo emergente. Los latinoamericanos hemos respondido con entusiasmo ante la competencia global, fortaleciendo nuestras capacidades y condiciones de entorno, lo que ha llevado a muchas de nuestras empresasa a convertirse en verdaderos líderes globales. Son las empresas multilatinas, de las que se habla cada día más. En este proceso acelerado descubrimos que necesitábamos menos protección, y que lo que nos faltaba era más confianza en nuestras propias capacidades. Eso y más ambición. Combinando estos dos elementos, cruciales para una cultura emprendedora, hoy estamos exportando innovaciones de alto impacto a los rincones más remotos del planeta. Podemos y debemos hacerlo.
Como muestra, un enorme botón. El chileno Fernando Fischmann inventó una manera de mantener cristalina el agua en piscinas de varias hectáreas. Comenzó ofreciendo su innovación en un proyecto inmobiliario en la costa chilena, donde el agua de mar es bastante fría. Cinco años más tarde, este innovador empresario ha incorporado sus “lagunas cristalinas” en proyectos inmobiliarios por más de varios cientos de millones de dólares a través del mundo emergente. Hoy se apresta a revolucionar la industria de generación eléctrica en Estados Unidos y Europa, minimizando su huella ecológica y generando un inesperado bienestar en las comunidades vecinas a las plantas termoeléctricas.
Dicho de otra manera, nuestro destino natural es volvernos una región innovadora, en el sentido más profundo de la palabra. No dejemos pasar esta extraordinaria oportunidad.