Jorge Palmieri recibió la Orden Mario Monteforte Toledo, en una ceremonia realizada en el Centro Cultural Luis Cardoza y Aragón. Me parece justo. Se trata de uno de los periodistas de más larga y controversial trayectoria en el ambiente guatemalteco. Muchas veces irreverente, malcriado, pero al mismo tiempo un escritor ameno, cuyos artículos, una vez uno empieza a leerlos los termina, aunque sea para “darle una mentada”, o para estar de acuerdo. No quiero referirme a sus defectos -es humano, al fin y al cabo-, sino a su virtud de haber mantenido la confianza en el efecto positivo de escribir en periódicos y, ahora, hacerlo por la vía electrónica, lo cual demuestra su capacidad de adaptarse a los tiempos actuales.
Confieso ser uno de los “cuatro gatos” lectores de muchos de sus artículos. Y lo he hecho desde los primeros años de la década de los cincuentas, cuando yo estaba allí haciendo mis deberes escolares aparecía por la redacción de Prensa Libre para dejar sus columnas, en un Jaguar blanco bellísimo, con madera en el tablero y asientos de cuero rojo. Con los fundadores tuvo una gran amistad, y la mantuvo, a pesar de algunos choques de criterio con alguno de ellos. Mi padre varias veces preguntó por él, y Jorge salió del retiro casi monacal de su casa para ir al funeral, y darme un abrazo sentido y fraterno. No quiero recordar las diferencias de nuestros criterios, lo cual es natural, sino las cualidades idiomáticas de su ya canosa pluma.
Jorge Palmieri puede ser catalogado como uno de los últimos mohicanos de una etapa del periodismo de los viejos tiempos, con luces y sombras, como toda actividad humana, pero en cierto sentido más antropocéntrica y menos técnica, más de personajes, de poetas, de escritores.
Los homenajes deben ser otorgados en vida de las personas recipiendarias. Después, ¿para qué? Jorge Palmieri puede ser catalogado como uno de los últimos mohicanos de una etapa del periodismo de los viejos tiempos, con luces y sombras, como toda actividad humana, pero en cierto sentido más antropocéntrica y menos técnica, más de personajes, de poetas, de escritores. Es el periodismo iniciado y llevado a cabo con máquinas mecánicas Royal o Remington, con cuartillas de papel, con correcciones hechas a mano por los crayones azules o rojos de los jefes y su libreta de apuntes y redacciones bulliciosas, por el ruido del tecleado. Yo empecé con esa ruidosa tecnología y ahora extraño el bullicio del tac-tac-tac y las campanitas de esas máquinas.
Como todo periodista, y eso se llega a comprender con el paso de los años, Palmieri ha sido un testigo de la historia nacional y en algunas ocasiones su protagonista, o una especie de observador de entretelones, de relaciones humanas entre personajes políticos de la mayor variedad posible porque su casa de habitación ha sido centro de reunión de personas muy variadas en lo personal y en sus ideas políticas. Los muchachos jóvenes dedicados al periodismo -con distinta tecnología pero con igual entusiasmo y carga emocional- solo podrán comprender esto cuando estén en el lugar de quienes hoy acumulamos experiencia y por eso no podemos dejar de sentir cinismo.
Amante de la lectura, conocedor de más de medio siglo de historia chapina, buen cocinero —con lo cual queda bien cuando quiere quedar bien—, se trata de un personaje peculiar. Recuerdo cuando, siendo directivo de la APG, defendió con enjundia al licenciado David Vela, presidente de la entidad, de las arteras críticas de otro miembro de la directiva. Y así se pueden mencionar muchas anécdotas tanto dentro como fuera de Guatemala, dentro como fuera del periodismo guatemalteco, donde hay toda una serie de gente a cual más interesante, a pesar de todo y a pesar de todos. Me uno a los saludos y espero poder leer muchos más artículos palmieriescos, para decidir si estoy de acuerdo o me enoja, pero nunca para aburrirme.
*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.