La confianza es la base de todas las relaciones empresariales. Si bien los contratos nos vinculan y pueden ser útiles a la hora de definir los derechos y obligaciones de los firmantes en situaciones concretas, no pueden contemplar todas las eventualidades. Esta es, pues, la razón de ser de la confianza, algo necesario al entablar una relación contractual con una nueva contraparte. En última instancia, la confianza permite que extraños trabajen juntos y produzcan bienes y servicios. A escala mundial, unos niveles de confianza elevados pueden explicar por qué algunos países han prosperado económicamente mientras que otros se ven atrapados en lo que los economistas llaman la trampa de la pobreza de baja confianza.

La confianza, o más bien la falta de ella, ha ocupado un lugar destacado en el proceso de reestructuración tras la quiebra de Revlon. Si bien esta empresa de cosméticos estadounidense se fundó durante la Gran Depresión de los años treinta y, por ello, debería ser muy resiliente frente a las crisis, se vio muy afectada por la pandemia de COVID-19 en 2020. Desde entonces ha atravesado dificultades y, finalmente, en junio de 2022 se declaró en quiebra en virtud del capítulo 11 de la Ley de Quiebras de los Estados Unidos. Pese a su presencia en la Bolsa de Nueva York, no es la típica empresa cotizada estadounidense, pues un accionista, Ron Perelman, no mayoritario, sino prácticamente absoluto, posee el 85 % de sus acciones. Su hija, Debra Perelman, a su vez, ocupa el puesto de consejera delegada.

El proceso de quiebra de Revlon ha sido cuando menos pintoresco. En este sentido, Sujeet Indap, del Financial Times, calificó los títulos de Revlon de acciones meme, porque han alcanzado cotas de valoración absurdamente altos tras hacerse virales en internet. En un primer momento, la cotización de Revlon cayó desde su máximo de 11,66 dólares a principios de enero de 2022 hasta los 1,13 dólares en junio, al comenzar la reestructuración tras la quiebra. Sin embargo, volvió a escalar hasta un nuevo pico de 8,89 dólares a principios de agosto y, mientras escribo este artículo, ronda los 5,90 dólares. Algo absurdo si consideramos que los títulos de deuda no garantizada de la misma empresa cotizan a unos 10 centavos por dólar de valor nominal. Hay que tener en cuenta que una empresa solo se declara en quiebra cuando es incapaz de afrontar las exigencias de sus acreedores. Todo el dinero que quede en la caja va a parar a ellos, ya que sus derechos tienen prioridad respecto a los de los accionistas. Esto implicaría que la cotización de las acciones de Revlon debería ser cero o, como mínimo, próxima a cero.

Pero lo que es más importante que estas “curiosidades” en la cotización es que los accionistas minoritarios de Revlon han hecho patente su desconfianza en que alguien —incluido Ron Perelman— vaya a defender sus derechos en la reestructuración tras la quiebra. De manera excepcional, en este procedimiento los accionistas minoritarios se han hecho oír, expresando su malestar, cuando, por lo general, les sale cara la sinceridad o el activismo, incluso el hecho de supervisar regularmente la gestión de sus empresas participadas, por ejemplo, ejerciendo el voto en las juntas generales de accionistas.

En un estudio reciente publicado en Journal of Banking and Finance, mis colegas Peter Limbach (Universidad de Bielefeld), Simon Lesmeister (Universidad de Colonia) y yo investigamos la relación entre confiar en completos desconocidos y el comportamiento de voto de los accionistas en las juntas generales. La idea del estudio es sencilla: prevemos que es menos probable que los accionistas ejerzan su voto en países con altos niveles de confianza social. A su vez, prevemos que, si votan en la junta general, es más probable que los accionistas apoyen a la dirección en lugar de votar en su contra.

¿Por qué esperamos este comportamiento? El voto requiere recopilar y analizar información sobre la empresa en cuestión y, a continuación, tomar una decisión informada sobre si votar a favor o en contra de las distintas mociones que se presentan en la junta general de accionistas. Los pequeños accionistas suelen tener invertidas cuantías de dinero tan modestas en cada una de las empresas donde participan que apenas les merece la pena dedicarles mucho tiempo. Por ello, tienden a votar más con los pies que a molestarse en depositar un voto real en la junta.

En sociedades donde la confianza es elevada, romperla genera un enorme coste social y psicológico

Así pues, ¿por qué los niveles altos de confianza hacen a los accionistas menos propensos a participar en la junta general de accionistas y, a la vez, elevan el porcentaje de votos a favor de las propuestas de la dirección? En las sociedades donde la confianza es elevada, romperla genera un enorme coste social y psicológico en forma de vergüenza, culpa, remordimiento u ostracismo. Es paradójico que, cuando la confianza es la norma donde vives, te conviene comportarte como la gente espera que lo hagas o ¡las consecuencias podrían ser nefastas!

Para medir la confianza de la gente en los extraños podemos recurrir a las diferentes oleadas de la Encuesta Mundial de Valores, cuyos datos utilizan numerosos estudios. Hasta ahora se han realizado siete oleadas de la encuesta, remontándose la primera a principios de los ochenta del siglo pasado y la más reciente al período comprendido entre 2017 y 2022. En la encuesta, que se sirve de un cuestionario común en casi cien países, la pregunta o, más exactamente, la afirmación utilizada para medir la confianza de un país es la siguiente: «se puede confiar en la mayoría de la gente»; frente a la alternativa «hay que tener cuidado al tratar con la gente». El porcentaje de encuestados que están de acuerdo con la primera afirmación se utiliza como medida de la confianza.

Según las conclusiones de la última oleada de la Encuesta Mundial de Valores, que de hecho coincide con las de ediciones anteriores, la confianza social varía mucho de un país a otro. El país con el nivel de confianza más bajo es Zimbabue, donde solo el 2,1 % de los encuestados afirma que se puede confiar en la mayoría de la gente. Un dato que contrasta con el de Dinamarca, donde lo hace un abrumador 74,1 %. Tanto en los Estados Unidos como en España el porcentaje se sitúa entre ambos extremos, 40,4 % y 41,5 %, respectivamente. Los países que presentan niveles de confianza excepcionalmente elevados son los nórdicos y los Países Bajos, superiores al 60 %. ¿La confianza cambia con el tiempo? Bueno, las distintas oleadas de la Encuesta Mundial de Valores sugieren que la confianza tiende a ser una creencia relativamente estable. Los países nórdicos, por ejemplo, siempre se han situado en la parte superior de la clasificación, mientras que algunos países, como Colombia, siempre han estado cerca de la cola.

Retomando el tema del voto de los accionistas, nuestro estudio se centró en el porcentaje de votos ejercidos en la junta general (participación de los accionistas) y en el porcentaje de votos favorables a las propuestas de la dirección presentadas. Cabe señalar que la práctica totalidad de las iniciativas debatidas en la reunión las presenta la dirección, y apenas el 1 % corresponde a los accionistas (por lo que quedan excluidos de este estudio). De los 43 países analizados (entre otros, los Estados Unidos), el porcentaje medio de votos emitidos es del 59 % y oscila del 40,8 % de Nueva Zelanda al 100 % de Chipre. Aunque el porcentaje medio de votos a favor de las propuestas de la dirección sea alto (96 %), los resultados por países son dispares, correspondiendo el mínimo a Bulgaria (83,8 %) y el máximo a Marruecos y Catar (100 %). No obstante, en estos tres países el número de observaciones es muy pequeño, conque no es posible extraer conclusiones fiables sobre ellos.

Tal como esperábamos, hay una relación negativa —o inversa— entre la confianza del país y el porcentaje medio de votos emitidos en las juntas generales de accionistas. En resumen, cuando la confianza es alta, como en Dinamarca, menos accionistas votan en la junta, pues creen que la dirección gestionará la empresa donde participan teniendo en cuenta los intereses de los accionistas. Además, cuando la confianza es alta en un país y los accionistas votan de forma efectiva, suelen hacerlo a favor de la dirección, como muestran los gráficos que aparecen a continuación. Por consiguiente, podemos afirmar que los accionistas se ahorran el coste de supervisar la gestión de su empresa participada en los países cuyos niveles de confianza social son altos.

Ahora bien, cuando un nivel de confianza alto se traduce en que los accionistas se ahorran la molestia de controlar la empresa de cerca, ¿cómo afecta a la rentabilidad financiera de la compañía? Parecería lógico que los directivos optaran por no complicarse la vida si pueden salirse con la suya, y así lo constata nuestro estudio: la relación entre la rentabilidad financiera futura y los bajos niveles de participación en el voto de los accionistas es negativa. De este modo, la confianza empieza a resentirse por aquello que la generó. Este vínculo negativo, con todo, es mucho menos evidente —o incluso está ausente— en países con niveles de confianza elevados. En definitiva, aunque los directivos puedan salirse con la suya sin complicarse la vida, renuncian a hacerlo en los países donde la confianza es la norma.

Cuando los gestores y el equipo directivo son conscientes del nivel de confianza del país donde desarrollan sus actividades y del efecto que tiene en el comportamiento de los accionistas, pueden prever un probable porcentaje de votos a favor de una propuesta de la dirección en la junta general. En todo caso, para explicar el comportamiento de voto de los accionistas, en el estudio también analizamos una exhaustiva lista de características adicionales relacionadas con países y varias características del ámbito de la empresa. El efecto de todos estos aspectos en el nivel de participación también deben tenerlo en cuenta los reguladores que deseen promover la actividad de los accionistas minoritarios en las juntas generales de las empresas que cotizan en bolsa.

* Artículo publicado originalmente en IE Insights.