“A Carmen Aristegui, mi solidaridad y admiración”

Nadie esperaba un tremendo brinco hacia arriba del precio del dólar. Apareció desde hace una semana provocando una aguda inestabilidad en los mercados cambiarios. Se observó en México y en varios países, aunque con fuerza e impactos desiguales. Como siempre sucede en estos casos, las explicaciones rápidas, claras y convincentes de este sorpresivo episodio de intensa volatilidad brillan por su escasez o, por lo menos, no son mercancía barata y a la mano.

Muchas monedas están ahora en el aire. Los acontecimientos cambiarios de las siguientes semanas estarán llenos de asombrosos cisne negros...

En efecto, al parecer estamos otra vez frente a un hecho que es como el metafórico y exótico “Cisne Negro” del célebre Nicholas Taleb: raro (que implica mucha incertidumbre), inesperado, de impacto extremo y explicable después de que sucedió, cuando ya dejó su marca imborrable en la vida social.

Lo que hoy predomina en el ánimo de todos es desconcierto y zozobra, no obstante que la medidas contingentes de las autoridades monetarias y financieras del país apuntan en un sentido defensivo acertado, pero todo indica que, aún así, son insuficientes para contener el nerviosismo de los demandantes del seductor billete verde, originado por motivos especulativos de corto plazo.

Entre las explicaciones exhibidas para diagnosticar este fenómeno especulativo global de nuestros días, una que es común e indiscutible: la expectativa de que este año, tarde o temprano, el banco central de los Estados Unidos subirá su tasa de interés para evitar presiones inflacionarias futuras en su economía, expectativa precedida por los pujantes indicadores macroeconómicos en Estado Unidos desde hace varios meses.

El dato coyuntural que desencadenó el movimiento abrupto de capitales hacia el dólar es inequívoco: el del mercado laboral norteamericano con tasa de desempleo decreciente y buenos números en la ascendente nómina no agrícola. Esas buenas noticias generaron una avalancha de capitales para fortalecer al dólar y debilitar a varias monedas (incluido el euro). Tal movimiento fue un paso anticipatorio para apuntalar las públicas insinuaciones de Doña Janet Yellen a los mercados financieros del planeta sobre una eventual alza en las tasas de fondos federales.

El Banco de México hoy tiene un nivel cuantioso de reservas internacionales. Histórico, se dice en tono persuasivo para bajar la adrenalina y convocar a la calma. Y la situación demanda usarlas ipso facto, que para eso se  acumulan, pues está en peligro la estabilidad monetaria, que es el eje central de los llamados fundamentales de toda economía. Y eso precisamente ya se está haciendo aquí. No es seguro, sin embargo, que las ofrendas anunciadas por la Comisión de Cambios para darle liquidez al mercado de divisas sean suficientes para calmar la codicia de los dioses de la especulación. Algunos piensan, dicen y escriben que todo lo que sube baja y en esa lógica prevén un apacible desenlace del reciente suceso entre el peso y el dólar. Cierto, pero la historia del peso mexicano que después tales estremecimientos cambiarios casi nunca regresa el tipo de cambio al nivel previo al episodio mayúsculo de volatilidad. Baja éste, sin duda, pero sin recuperarse del todo, sólo parcialmente se aprecia. La sobre reacción del precio del dólar definirá un nuevo y más alto piso al tipo de cambio y lo que viene adelante está en veremos.

Entramos en un punto también preocupante y polémico: en una economía tan abierta como la mexicana el nuevo piso cambiario llevará en los meses siguientes a estimular mayores niveles de precios, sobre todo los de los llamados bienes comerciables y a pesar de que la economía está por debajo de su potencial productivo. Este posible hecho quizá lance hacia arriba las expectativas inflacionarias y, por lo tanto, a las mismas tasas efectivas de inflación al final de este año, en particular las que inciden en el poder de compra de los grupos de más bajos ingresos.

Es una verdad irrefutable que los salarios reales han caído después de ajustes cambiarios severos como los que ahora vivimos. Se profundizará la desigualdad social y el empobrecimiento (hasta de las clases medias). De ello ya dio cuenta Francisco Rodríguez Montoya en sustancioso texto en el último Reporte Macroeconómico de México. Reivindico que este brinco del dólar probablemente reforzará la tendencia ilustrada por él para el bienio 2013-2014: aumentará la proporción de personas incapaces de comprar la canasta alimentaria con su ingreso laboral.

Avezados economistas bancarios en un informe económico reciente advirtieron diligentemente que, por ejemplo, el incremento quincenal de “mercancías no alimenticias” en la primera quincena de febrero “ha sido el mayor incremento quincenal para un periodo similar en los últimos 17 años”. Estamos ante la alta probabilidad de que se contagien pronto y con fuerza los precios internos  con el movimiento alcista del tipo de cambio. Se percibe una eventual ocurrencia invasiva de inflación (“metástasis monetaria”, digo yo), de consolidarse una fuerte depreciación cambiaria. No son del todo contundentes los datos de precios de febrero en este sentido, pero tampoco nos alejan de esta hipótesis sensata y realista. Hay que subrayar que en estas circunstancias la fijación de precios es, en general, más difícil para casi todo los agentes económicos, aunque no para los que se mueven con posiciones monopólicas.

¿Se anticipará el Banco de México a mover hacia arriba su tasa de interés, antes de que la FED lo haga? Sospecho que no. Son dos mis razones: primera, ya comenzaron a darse inyecciones adicionales de liquidez para atemperar el nerviosismo de los especuladores y éstas se pueden aumentar aún más, pues no hay impedimentos de ningún tipo para ello, aunque las reservas no son infinitas, pero sí están en un nivel considerablemente alto todavía. Y segunda, México y el mundo están hoy atados indefectiblemente a las decisiones soberanas del banco central norteamericano, que resolverá normalizar su política monetaria (vía mayores tasas de interés) cuando éste lo perciba oportuno y con los incrementos que juzgue pertinentes. Anticiparse al paso del jugador más fuerte tendría costos altos e innecesarios; una alza prematura de la tasa de interés doméstica sería de corte recesivo y, además, en un momento inoportuno para reconstruir la confianza ciudadana y empresarial en el gobierno, estropeada por razones de índole política harto conocidas. No es inteligente creer que hoy se tiene soberanía monetaria absoluta, cuando la integración económica y financiera entre los países del TLCAN ha alcanzado niveles inimaginables hace 20 años, donde cierta convergencia monetaria ha sido un logro valioso para sus socios.

Muchas monedas están ahora en el aire. Los acontecimientos cambiarios de las siguientes semanas estarán llenos de asombrosos cisne negros. Como siempre, es poco lo que sabemos y mucho lo que ignoramos acerca del desempeño futuro del mercado global de monedas. Y allí la adrenalina seguirá corriendo a mares.