El curso de los acontecimientos en Ucrania, Rusia y en toda Europa deriva hacia una crisis de tipo estratégico, de equilibrios de poder, de reivindicaciones nacionalistas y étnicas, y de colisión de modelos políticos. Su alcance es todavía impredecible, ya que involucra a la distancia a Estados Unidos y su asociación atlántica, y desafía el re-posicionamiento que había iniciado Rusia a raíz de la crisis Siria.
O sea, todo un entramado geopolítico que empieza a dejar en segundo plano y pone en riesgo la causa eficiente de la crisis, más profunda, gatillada por los jóvenes pro-Unión Europea que vieron con mucha claridad que la renuencia de sus gobernantes -hoy depuestos- a consolidar una asociación con la UE, primer paso hacia un futuro ingreso pleno a la misma, sepultaría sus anhelos de ser parte de ese proyecto de integración basado en la libertad política, la libertad económica, las oportunidades y los derechos sociales, con todas sus positivas consecuencias en lo cultural, lo educativo, el deporte, la innovación. Y los deja fuera de uno de los mayores activos de la UE, que es la mantención de un espacio de paz, desarrollo y cooperación.
La confrontación en definitiva se relaciona con las expectativas de calidad de vida de las personas y su futuro, que el actual juego de poder obnubila y limita, mientras ven que la UE lanza para sus miembros y asociados el programa financiero “Creative Europe”, para fomentar la industria cultural y la construcción de un espacio dinámico para que todos los creadores desplieguen sus talentos...
El influjo que ejerce la integración europea sobre los habitantes de países de la ex Unión Soviética y su órbita es imparable. De los denominados “PECOS” (Países de la Europa Central y Oriental), para los que la UE puso en marcha, después de la caída del imperio soviético el “Programa Faro” destinado a prepararlos para la futura adhesión, desde 2004 han ingresado a la UE plenamente 11 de ellos. El más reciente fue Croacia, y hay tres candidatos a la adhesión en los próximos años: Macedonia, Montenegro y Serbia. También hay dos candidatos potenciales: Bosnia-Herzegovina y Kosovo, si bien este último tiene cuestionada su independencia por algunos países. Para otros países ex-soviéticos más lejanos, como Azerbaijan, hay una política explícita de la UE para ir generando convergencias que en el largo plazo también podrían conducir a una integración.
Los resultados de la adhesión de estos países son positivos para su población, en términos de acceso a los programas comunitarios de apoyo para el desarrollo social, productivo, educacional y cultural, y al mismo tiempo demuestran un importante avance en democracia, accountability, y construcción de capacidades institucionales. El Erasmus, los programas de ciencia y tecnología, la movilidad académica, profesional, y la libre circulación (con dificultades coyunturales aún), son apetecidos y aprovechados especialmente por los jóvenes, y por las universidades, las empresas y centros de investigación.
Esto es lo que los jóvenes y en general la población de Ucrania quieren tener para sí, asumiendo que ello viene de la mano de la vigencia de los valores democráticos, una institucionalidad pública confiable y el respeto a los derechos humanos, que Rusia y sus aliados internos no les garantizan. Por eso, la confrontación en ese escenario en definitiva se relaciona con las expectativas de calidad de vida de las personas y su futuro, que el actual juego de poder obnubila y limita, mientras ven que la UE lanza para sus miembros y asociados, además de sus programas Erasmus Plus y Horizonte 2020, el programa financiero “Creative Europe”, para fomentar la industria cultural y la construcción de un espacio dinámico para que todos los creadores desplieguen sus talentos, se vinculen dentro de ese espacio, potencien el cultivo de las artes en todas sus formas, como una base cierta de apertura intelectual que solo la democracia plena puede cobijar y la integración puede garantizar.