Quienes subestimamos el riesgo de que la invasión rusa de Ucrania se propusiera el objetivo de capturar la capital, Kiev, lo hicimos porque creíamos que proponerse ese objetivo se revelaría a la postre como un grave error. Y, en efecto, aunque la invasión comenzó con un intento por capturar esa ciudad, se trató de un intento fallido.

En una columna anterior planteamos como posibilidad que el presidente Putin podría emplear su discurso del 9 de mayo (en que se conmemora la victoria sobre la Alemania nazi), para declarar que Rusia cumplió con sus objetivos fundamentales en Ucrania. Los indicios surgidos desde entonces sugieren, sin embargo, que podría utilizar la ocasión para declarar formalmente la guerra a Ucrania y, con ello, llamar a una movilización general, lo cual permitiría el envío de nuevos conscriptos hacia Ucrania. Al igual que ocurrió con Kiev, quienes subestimamos la probabilidad del escenario descrito lo hicimos porque creíamos que sería un grave error.

Es cierto que concentrar el esfuerzo bélico en el oriente de Ucrania ofrece ventajas a las fuerzas rusas. De un lado, a diferencia de Kiev (que, en lo esencial, fue atacada desde un tercer país, Bielorrusia), se trata de una región contigua a territorio ruso, lo cual facilita la tarea logística de abastecer a sus tropas. Y, de hecho, en esa región no era necesario introducir tropas desde la propia Rusia: ese país tenía control militar de parte de la región del Donbás así como de Crimea desde 2014. De otro lado, a diferencia de una guerra urbana (en la que, según el consenso en la doctrina militar, se requiere de una superioridad militar de 6 a 1 para prevalecer sobre el defensor), buena parte del Donbás es terreno plano en campo abierto (y su captura sólo requiere superar al defensor por una proporción de 3 a 1). Otra ventaja de librar la guerra en el Donbás es que, hasta el momento, buena parte del arsenal entregado por la OTAN a Ucrania no es el armamento pesado que se requiere para combatir en ese tipo de terreno (por ejemplo, tanques o piezas de artillería).

Dado que, por el momento, Rusia tiene una abrumadora superioridad en ese tipo de armamento, su empleo masivo podría otorgarle una ventaja temporal: hacer llegar armamento pesado al este de Ucrania (con un mayor riesgo de ser detectado y destruido en el trayecto), desde países como Polonia (que colinda con el extremo opuesto de Ucrania), y entrenar a las tropas ucranianas en su uso, podía tomar meses.

Pero a Rusia también le tomaría meses entrenar a sus conscriptos antes de enviarlos al frente y, con toda probabilidad, su performance sería aún peor que el mediocre desempeño demostrado por los soldados profesionales (y Rusia habría perdido más soldados en los últimos dos meses que durante los nueve años de ocupación soviética en Afganistán). Por lo demás, ya comienza a llegar al frente el armamento pesado provisto por la OTAN, con lo cual la ventana de oportunidad comienza a cerrarse para Rusia. E, incluso en el mejor escenario militar, cualquier intento de anexar territorio capturado durante esta guerra implicaría la adopción de sanciones bastante más severas en contra de Rusia (incluyendo a su industria energética), así como el riesgo de exponerse a una prolongada guerra de desgaste a manos de tropas ucranianas que seguirían contando con adiestramiento, armamento e inteligencia provistos por la OTAN.

Como en Kiev, no habríamos previsto con suficiente antelación los objetivos militares que se trazaría Rusia. Pero, al igual que en Kiev, creo que, a la postre, trazarse esos objetivos demostraría ser un grave error. Con el riesgo adicional de que, antes que afrontar las consecuencias de su decisión, Putin podría sentirse tentado a escalar el conflicto apelando al uso de armas de destrucción masiva.