Desde que el candidato del PRD a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador, anunció en noviembre pasado su ya famosa República Amorosa, se observó una clara estrategia para mutar la imagen de intransigente, intolerante y rencoroso hacia la de un ser lleno de luz. El perredista comenzó a cambiar su discurso y a mandarle amor y paz a sus otrora enemigos: desde Televisa hasta Diego Fernández de Cevallos, pasando por los empresarios a quienes en su otra vida había criticado fuertemente.

Ése era el renovado y amoroso López Obrador, pero sus estrategas no contaban con la astucia de los ciudadanos que saben que el amor fácil tiene la falla del vino aguado: no embriaga. De acuerdo a prácticamente todas las encuestas que se han difundido en las últimas semanas, la preferencia electoral del tabasqueño no ha crecido y las percepciones negativas siguen siendo más grandes que las positivas.

Una imagen no se construye únicamente por decreto; se tiene que trabajar en distintos niveles: discurso, vestimenta, comunicación no verbal, entre otros. Si algo falla es como si le faltara una tuerca al Frankenstein que se pretende construir. Además, ese cambio tiene que surgir de la esencia del personaje. Por eso no suena congruente que un día el tabasqueño quiera tener un millón de amigos y así más fuerte poder llegar, y al otro día arremeta con rabia contra sus contrincantes políticos. ¡Sus asesores tienen que encontrar la tuerca ya!

Un caso de transformación amorosa fue el de Ollanta Humala en Perú. Al ex militar sólo le faltaba ladrar y morder a los reporteros cuando se le acercaban. Su imagen de huraño y arisco no le ayudaba a conectar con la gente. Cuando inició la campaña presidencial, le hicieron un extreme makeover edición candidato. Lo primero que hicieron fue cambiarle el rostro adusto; poco a poco, lo que parecía una mueca se fue transformando hasta convertirse en una sonrisa y lo mejor es que el candidato la hizo parte de su personalidad. Le quitaron los sacos de profesor de Filosofía de la UNAM, las playeras de nini y lo vistieron “más ejecutivo”, pero esos fueron cambios accesorios, lo que realmente hizo la diferencia fue que el discurso del peruano se transformó en su totalidad; sus palabras no eran incendiarias sino incluyentes.  Humala ganó en Perú después de unas reñidas elecciones.

En el marco de su estrategia de iluminación, el viernes pasado López Obrador declaró que si llegaba a la presidencia le cambiaría el nombre a la Secretaria de Función Pública y le pondría de Honestidad y Combate a la Corrupción. Una bonita ocurrencia que causó más risa que interés. Más de uno se preguntó si uno de los asesores del tabasqueño era Ricardo Arjona.

El caso Humala podría explicar por qué López Obrador se quejó de que Televisa siempre lo sacaba enojado; tenía razón en protestar porque no puede haber un “amoroso iluminado” sin rostro amable, sonriente, prácticamente con una aureola encima. El lenguaje no verbal es muy relevante en la construcción de una imagen.

Esta semana López Obrador acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas a su presentación del proyecto “Un México para todos”. Un evento de reconciliación cuya foto de primera plana fueron los dos perredistas abrazándose. Sin embargo, ese apretón tenía la tensión del abrazo que le obligan a un niño a darle a la tía odiosa, gorda y empalagosa. Nuevamente, una foto dijo más que mil palabras.

En el marco de su estrategia de iluminación, el viernes pasado López Obrador declaró que si llegaba a la presidencia le cambiaría el nombre a la Secretaria de Función Pública y le pondría de Honestidad y Combate a la Corrupción. Una bonita ocurrencia que causó más risa que interés. Más de uno se preguntó si uno de los asesores del tabasqueño era Ricardo Arjona. De cualquier manera y ya entrados en gastos, podría también cambiarle el nombre a otras dependencias. La de Salud podría ser la Secretaría de Come Frutas y Verduras; la de la Defensa, la Secretaria de los Soldados del Amor; la de Comunicaciones y Transporte, la Secretaria del Trenecito Chu chú.

Ante este panorama y los resultados de las encuestas, López Obrador debería revisar su amorosa estrategia para conocer si es cuestión de tiempo que la gente lo acepte en su papel de iluminado o no; si debe seguir por el camino de la luz o regresar a su imagen de Pepito el de los chistes: mordaz, sarcástico y más inteligente que sus interlocutores. Si de plano nada funciona y se mantiene en el tercer lugar de las preferencias, siempre podrá poner su club de los optimistas o incluso convertirse en un conferencista de la talla internacional de Miguel Ángel Cornejo.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.