Los asentamientos exclusivos para colonos judíos que el Estado de Israel construye en territorios palestinos ocupados son contrarios al derecho internacional: aunque no actúen en consecuencia, cuando menos esa es la posición que comparten la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU, la Corte Internacional de Justicia y, salvo Israel, todos los Estados del planeta. O cuando menos esa era la posición que compartían hasta hace unos días, cuando la Administración Trump decidió ignorar el análisis jurídico que, en 1978, elaboró su propio Departamento de Estado (que coincide con esa posición), para sostener que ya no considera que dichos asentamientos sean ilegales bajo el derecho internacional.

Por cierto, el análisis jurídico de 1978 del Departamento de Estado se mantendría vigente, dado que ese cambio de posición no requirió de la elaboración de un nuevo documento legal: bastó con la palabra del Secretario de Estado, Mike Pompeo, para que, según su gobierno, cambiase el estatus legal de los asentamientos. Del mismo modo en que la Administración Trump no requirió de ningún informe científico para negar el cambio climático y, acto seguido, proceder al retiro de su gobierno del Acuerdo de París (otro tema en el cual sostiene una posición contraria a la de todos los demás Estados del planeta). 

Lo curioso es que negar el carácter ilegal de los asentamientos no era algo que le exigiera, por ejemplo, AIPAC (la principal organización de cabildeo de la comunidad judía en los Estados Unidos): esa era más bien una demanda de organizaciones evangélicas conservadoras. Organizaciones que mantienen una relación peculiar con el Estado de Israel. Según un reporte de Michael Luo, en 2008, para el diario The New York Times, esas organizaciones tienen "una comprensión literal de las profecías bíblicas que pone un énfasis especial en el papel de la nación de Israel en el fin de la historia. (…), creen que el regreso de los israelitas a la tierra prometida es una condición para la segunda llegada de Jesucristo".

Es decir, su respaldo a Israel es solo un medio para conseguir su verdadero fin (la segunda llegada de Jesucristo que anunciaría el fin de la historia). Por eso dicho respaldo no se hace extensivo los judíos como grupo religioso (dado que la única forma en la que, hacia el final de los tiempos, podrían salvarse del infierno, sería convirtiéndose al cristianismo).

Lo curioso es que negar el carácter ilegal de los asentamientos no era algo que le exigiera, por ejemplo, AIPAC (la principal organización de cabildeo de la comunidad judía en los Estados Unidos): esa era más bien una demanda de organizaciones evangélicas conservadoras.

De allí la paradoja de que fueran Robert Jeffress y John Hagee los pastores evangélicos que oficiaron la ceremonia de inauguración de la embajada estadounidense en Jerusalén (otro tema en el que la Administración Trump cambió la posición del gobierno estadounidense para congraciarse con su base evangélica). Hablamos del mismo Robert Jeffress que, en esa ocasión, dijo: "Te agradecemos cada día por habernos dado un presidente que toma partido con valentía del lado correcto de la historia pero, más importante, toma partido por ti, Dios, cuando se trata de Israel", pero que luego sostiene ante sus feligreses que “no puedes salvarte siendo judío”. Según el reporte en mención del diario The New York Times, John Hagee, a su vez, sostuvo en una ocasión que "ciertos versículos bíblicos mostraban con claridad que Adolfo Hitler y el Holocausto eran parte del plan de Dios para ahuyentar a los judíos de Europa, y conducirlos hacia Palestina".