Tratar de prever los efectos generales y particulares que la actual pandemia generará es y será lo que ocupe nuestra atención durante bastante tiempo. Nuevas formas de trabajo, hábitos de consumo, repensar el rol del Estado en las economías y la efectividad de las soluciones globales serán los trending topics cotidianos.  Lo que sí queda claro es que ninguna institución, medida adoptada o grupo de interés podrá volver a tener el mismo peso relativo después de este rebaraje de cartas. También queda claro que tampoco ninguno de estos elementos podrá –por sí sólo– tener la “tracción” suficiente para anticipar o determinar escenarios. Solamente un factor, o herramienta si se quiere, podrá ayudarnos con cierto grado de certeza a anticiparnos: el desarrollo de la tecnología, y más precisamente, la tecnología aplicada. 

Si en algo creo hay consenso es en el hecho que todas las miradas (tanto de adherentes, detractores y los que buscan un análisis desprovisto de pasión) fijan su atención en la metodología que China implementó para enfrentar esta pandemia. Si analizamos los resultados empíricos de las medidas adoptadas por distintos países en el mundo, una de las claves de la rápida reacción china –objetivamente hablando– es el uso de tecnologías, todas desarrolladas y testeadas anteriormente, para abordar necesidades internas.

La República Popular de China es el país más poblado del planeta (1,4 billones) y esa condición lleva a tener necesidades estructurales permanentes que deben ser satisfechas: abordar la seguridad civil en su territorio, múltiples protocolos frente a catástrofes masivas como los implementados post terremoto de Sichuan de 2008 , la necesidad de simplificar y asegurar los medios de pago masivos para empresas y ciudadanos, la implementación de medidas públicas en tiempo récord –descontaminar rápida y eficazmente ciudades completas en 2008 en el marco de las olimpiadas– junto con requerimientos de inversiones incrementales y sostenidas en infraestructura para perfeccionar su logística de bienes, servicios y adaptarlas también al transporte de personas. Esos fueron algunos puntos que me llamaron fuertemente la atención los años que viví en China.

¿Qué lecciones podríamos extraer de cara a extraer soluciones para los próximos desafíos que la urgencia global requiere? La respuesta no es sencilla ni binaria. Ciertamente, todas las implementaciones requieren adecuaciones legislativas y técnicas que cautelen su buen uso, pero lo cierto es que esta tecnología aplicada, ya presente hace bastante tiempo, en China generó resultados positivos medibles. Tecnologías como la biometría a través de dispositivos móviles que colaboran al cumplimiento de cuarentenas, aplicaciones de telemedicina de acceso público, aplicaciones de pago frente a la necesidad de rápidas transferencias directas del Estado para el abastecimiento esencial de la población, aplicaciones de ride hailing globales (las más conocidas en Chile son Beat, Didi o Uber) entregan una plataforma logística rápida y robusta para soluciones de trayecto dirigido a profesionales y recursos sanitarios subvencionables, entre otros varios ejemplos. 

Esta pandemia nos enseñó cómo deben repensarse los roles y amenazas nacionales, y también, cuando ellos exceden la planificación de los gobiernos de turno. Me hace eco la frase de Deng Xiaoping “no importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Es hora de volver a exigirle a nuestros líderes y exigirnos a cada uno de nosotros, como sociedad, que nos dediquemos a eso:  a cazar ratones y no a mirar el color del gato.