Canta Lola Beltrán. Si es por las letras de las canciones hispanoamericanas, bueno... toma este puñal y ábrete las venas, seríamos los pueblos más tristes de la tierra. Pero una estancia de media hora en estas tierras o el simple conocer a un par de latinoamericanos basta para descubrir la vibrante alegría que late en la sangre de nuestra gente. Paradoja pero no absurdo, si a su vez, en frío, fuera de una guitarreada, se nos pregunta si somos felices; la respuesta predominante será algo como “más o menos”. Y a medida que se indagan aspectos más concretos se encuentra que en realidad hay mucha inconformidad con los ingresos personales, la inseguridad, los malos servicios, etcétera.
Si consideramos que la “búsqueda de la felicidad” es uno de los derechos fundamentales del ser humano, el saber qué es la felicidad y si es posible conseguirla, es de importancia suprema. Algunos pensadores niegan su existencia y se limitan a hablar de una búsqueda de alegría. La felicidad sería una situación más o menos estable y permanente de conformidad con las condiciones de vida, mientras que la alegría, un estado de bienestar pasajero, más fisiológico que moral. De hecho, se podría estar triste durante unas horas, sin que ello acabe con nuestra felicidad, y a la inversa, la euforia durante una farra no significa haber conseguido ese estado ideal.
¿Quién puede decir si otro ser humano es feliz? El socialismo yerra al creer que ciertos iluminados tienen la capacidad de decidir qué es lo que todo un pueblo requiere para serlo. Solo horrores han salido de esa idea. Los Estados no fueron creados para hacer la felicidad de la gente, ni para “dar” libertad y vida, su objetivo es evitar que terceros nos quiten estos derechos, pero no pueden concederlos, los tenemos por el mero hecho de nacer humanos. Debe haberle pasado al lector, que un día llegó alguien a decirle “tú no puedes ser feliz, porque no tienes un vehículo todoterreno”... o cualquier cosa que, en opinión de ese entrometido, constituye la felicidad. Seguramente lo despachó con viento fresco, porque usted y solo usted sabe qué constituye para usted su felicidad. Si a los amigos no se les permite, menos lo vamos autorizar a la burocracia. Por eso se habla sabiamente del derecho a la búsqueda de la felicidad y no de un derecho a la felicidad.
¿Quién puede decir si otro ser humano es feliz? El socialismo yerra al creer que ciertos iluminados tienen la capacidad de decidir qué es lo que todo un pueblo requiere para serlo. Solo horrores han salido de esa idea.
De todas maneras, existen índices que pretenden establecer qué tan feliz es una población. Estas tablas conceden demasiada importancia a la “percepción de la felicidad”, que en definitiva es la respuesta de las personas encuestadas a la pregunta “¿es usted feliz?”. Es un indicador superficial, mide más bien un estado de ánimo y está sesgado por el mito de moda, según el cual basta declararse feliz para serlo. En definitiva, la felicidad es una categoría espiritual sobre la que solo cabe decir “respeto tu derecho a intentarlo”. Y el columnista, ¿cómo respondería a esa encuesta? Soy moderadamente feliz... pero, ¡pufff!, siempre queremos serlo inmoderadamente.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.