Este miércoles me enviaron una foto de lo que Uber pretendía cobrarle a una persona por trasladarlo en la Ciudad de México. Decía que, como la demanda en ese momento era muy alta, el precio se había incrementado a cien pesos por kilómetro. Su viaje le costaría mil 140 pesos porque la tarifa dinámica estaba 7.6 veces más alta de lo normal. Luego escuché, en el noticiero de Ciro Gómez Leyva, que mucha gente se había quejado de los precios exorbitantes de Uber en ese día de contingencia ambiental en que 40% de los automóviles no habían podido circular. Gómez Leyva entrevistó al vocero de la compañía, quien justificó estos precios por un asunto de “oferta y demanda”. El conductor, en algún momento, le reclamó que esto era inmoral. Yo creo que este abuso no tienen nada que ver con un tema moral sino con una predecible conducta económica derivada de la falta de regulación de una práctica monopólica que, por cierto, el propio gobierno generó. Me explico.

Debido a la contaminación, las autoridades decretaron que 40% de los vehículos no podía circular ese día. Evidentemente esto incrementó la demanda por servicios de Uber. Pero esta empresa a la vez sufrió una disminución del 40% de sus carros que también tuvieron que parar por la contingencia. Había, pues, una elevada demanda con menos oferta. De acuerdo a las reglas del libre mercado, esto lleva a un incremento en los precios. 

Yo he pagado, en algunas ocasiones, hasta el triple de la tarifa por razones de emergencia. Eso, aunque duele, me parece razonable en ciertas circunstancias. Pero siete veces más ya suena a precios monopólicos que poco tienen que ver con un libre mercado.

Precios que, en teoría, incentivarían la entrada de nuevos competidores deseosos de participar en un negocio tan rentable. Aquí la palabra clave es “eventual” porque, en la realidad, la incorporación de más jugadores es tardada. Ayer, de repente, no podían entrar más conductores a Uber. Ayer, ante la falta de nuevos entrantes al mercado, Uber se comportó como un monopolio cobrando exorbitantes precios bajo la lógica de que “usted se sube a mi coche o no va a ningún lado porque aquí no hay otra manera de trasladarse rápidamente adonde usted va”.

El decreto de contingencia ambiental y la obligación gubernamental de parar tantos coches generó una práctica monopólica de Uber. El asunto nada tiene que ver con la moral del servicio, sino con una predecible conducta racional para capturar rentas extraordinarias. Vaya que los mexicanos sabemos al respecto: cuántas veces nos han exprimido a los consumidores dinero extra las empresas monopólicas con la complacencia del Estado.

Una de las regulaciones más importantes de todo Estado es impedir que los agentes económicos realicen prácticas monopólicas. En este caso es muy claro: cuando el gobierno decreta una contingencia económica, debe imponer un tope a las tarifas que puede cobrar Uber. Así de sencillo: es lo correcto para el buen funcionamiento de este  mercado.

Uber es un servicio disruptivo que ha revolucionado la transportación en diversas ciudades del mundo. Yo aquí lo he celebrado muchas veces. Su genial plataforma tecnológica resolvió una falla de mercado: la asimetría en la información entre productores y consumidores. Pero también dije que la única regulación gubernamental que debería haber para servicios como Uber es evitar que se convirtieran en monopolios. Y, ayer, Uber se comportó chocantemente monopólico por la falta de regulación gubernamental.

El gobierno capitalino de Miguel Ángel Mancera ha sido, por fortuna, prudente y sensato para dejar funcionar a Uber sin ponerle trabas como en otros lados. Pero, como vimos ayer, esto no implica dejarlos que se conduzcan como monopolios escudándose en un falso argumento de “oferta y demanda”. O las autoridades de la CDMX negocian con la empresa un tope razonable de tarifa dinámica durante una contingencia ambiental o la Comisión Federal de Competencia Económica comienza un proceso de investigación sobre este tipo de prácticas. Yo he pagado, en algunas ocasiones, hasta el triple de la tarifa por razones de emergencia. Eso, aunque duele, me parece razonable en ciertas circunstancias. Pero siete veces más ya suena a precios monopólicos que poco tienen que ver con un libre mercado.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.