Tras sostener por décadas una ríspida relación, por fin hace unos años Siria y Turquía parecían haber encontrado un modus vivendi mutuamente satisfactorio. El comercio bilateral florecía y los ciudadanos de ambos países dejaron de necesitar visas para conocer el Estado vecino. Los temas conflictivos de la relación bilateral (como el uso de las aguas de ríos internacionales, o el respaldo sirio a los separatistas kurdos en Turquía), comenzaron a ser abordados de manera discreta y diplomática, lejos de los reflectores de los medios. Todo ello bajo la nueva política exterior turca que buscaba tener “cero problemas” con los vecinos de Medio Oriente.

Todo iba relativamente bien, hasta que a una proporción considerable de los ciudadanos en varios países árabes se les ocurrió rebelarse contra las dictaduras que los gobernaban. Peor aún, según las encuestas la mayoría de esos revoltosos veían al gobierno democrático e islamista (amén de próspero) en Turquía, como un modelo a seguir. El Primer Ministro turco Erdogan, probablemente no sabía si sentirse halagado o angustiado. Después de todo la estupenda imagen de Turquía en el mundo árabe era un logro mayúsculo si recordamos que no pocos árabes prefirieron aliarse con el colonialismo británico antes que con sus hermanos musulmanes del imperio otomano durante la Primera Guerra Mundial. De cualquier modo, algo quedaba meridianamente claro: la cifra que condensaba la cantidad de problemas que Turquía debía afrontar en su vecindario había dejado de ser cero.    

Tras un comienzo titubeante, Erdogan optó por colocarse del lado de quienes lo tenían como ejemplo en Túnez y Egipto. E hizo lo mismo cuando la represión gubernamental convirtió a manifestantes civiles en milicianos armados en Libia y Siria. Con la diferencia de que Libia quedaba lejos de sus fronteras, y que sus aliados de la OTAN se encargaron de tomar la iniciativa en ese caso, al amparo del mandato de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. En ese contexto, pedir la partida de Gadafi no implicaba mayor costo para Turquía.

En otras palabras, si los morteros son lanzados en forma deliberada contra Turquía, el gobierno sirio estaría cometiendo un garrafal error político.

Pero el caso de Siria es diferente para Erdogan, de un lado porque es un país vecino con el que intentaba hasta la víspera enmendar la relación bilateral. Pero sobre todo porque en este caso el consejo de Seguridad de la ONU permanece entrampado, mientras sus socios de la OTAN parecen tener otras prioridades (V., la crisis de la Eurozona o las elecciones estadounidenses). Es decir, si Erdogan creía que había que hacer algo sustantivo respecto a Siria, tendría que abocarse de motu proprio a esa tarea. Y lo hizo, de un lado construyendo campamentos para los refugiados sirios que cruzaban la frontera huyendo de los combates. De otro, cobijando en su territorio al alto mando del Ejército Libre de Siria, y permitiendo que armas dirigidas a ese ejército transitaran por su territorio rumbo a ese país.

A su vez, desde que el Ejército Libre de Siria se hizo con el control de la zona fronteriza con Turquía, esa región ha sido objeto de bombardeos regulares por parte de las fuerzas del régimen sirio. Hasta que uno de sus proyectiles no sólo impactó territorio turco, sino que además dio muerte a cinco civiles. Lo cual a su vez dotó de alas a la imaginación de quienes comenzaron a urdir teorías conspirativas. Después de todo el parlamento turco estaba a punto de renovar la autorización quinquenal para que sus fuerzas armadas pudieran operar dentro de países vecinos en territorio colindante con la frontera común. Pero en realidad la renovación de esa autorización (concebida para lidiar con los separatistas kurdos en Irak, pero que podría hacerse extensiva a Siria), jamás estuvo en duda. Y el ataque provino de territorio sirio, en donde Turquía no tiene presencia militar.

Esto último pondría bajo sospecha a la insurgencia siria, que ha invocado en reiteradas ocasiones la creación de zonas bajo protección internacional dentro de territorio sirio. Pero esta no era la primera ocasión en que proyectiles del ejército sirio caían cerca de la frontera, o dentro de territorio turco. Por lo demás la insurgencia siria virtualmente no posee morteros, y los suyos disparan en la dirección contraria. Y en caso de ser descubiertos, correrían el riesgo de perder el respaldo del gobierno turco, su principal aliado.  

Hay quienes por ende creen que el gobierno sirio habría lanzado el ataque en forma deliberada, para involucrar a Turquía en su conflicto armado, y de ese modo cohesionar el frente interno azuzando el espectro de una amenaza exterior. Pero los bombardeos de la OTAN en Libia no provocaron una reacción nacionalista que llevara a cerrar filas tras el régimen de Gadafi. Ese parecería un escenario verosímil sólo en la eventualidad de que un gobierno extranjero despliegue tropas en territorio sirio, cosa que nadie parece tener intención de hacer.

Por lo demás, Turquía podría responder haciendo por cuenta propia aquello que el Consejo de Seguridad de la ONU es por ahora incapaz de hacer: crear una zona bajo su protección dentro de Siria, con lo cual pondría su territorio fuera del alcance de la artillería siria, contando con la cooperación del Ejército Libre de Siria para asegurar el control territorial. Podría además hacer eso con el respaldo de sus aliados de la OTAN.  

En otras palabras, si los morteros son lanzados en forma deliberada contra Turquía, el gobierno sirio estaría cometiendo un garrafal error político.