“Hay dos tipos de patriotas: el que ama a su país y el que ama al gobierno de su país. Lógicamente los gobiernos consideran más patriotas a estos últimos” (El Perich)
Estamos en un momento muy curioso en Venezuela. En el cual ni el gobierno quiere aceptar las críticas que desde su propia acera le están haciendo, y en la dirigencia de la oposición se olvidaron de lealtades y están en plena pelea. Mientras que seguidores del chavismo y los no chavistas reciben tal cantidad de mensajes contradictorios de sus líderes, que lucen desorientados y con agendas distintas.
En mi opinión, producto de conversaciones con distintas fuentes, los únicos que están evitando cualquier estallido social son los propios seguidores del chavismo. Aunque están descontentos por la situación de desabastecimiento, el encarecimiento de los productos y la inseguridad, aún están apostando a que el gobierno corrija el rumbo.
Les voy a dar dos ejemplos de por qué hago la afirmación anterior. En un reciente foro realizado en la Casa Rómulo Gallegos, donde participaron los economistas Víctor Álvarez y Manuel Sutherland, se expusieron hechos como que la fuga de capitales en el país ha sido mayor en diez años que en los 30 años anteriores, un aumento exagerado de las importaciones del sector público y privado que hace presumir irregularidades en el manejo de las divisas entregadas por Cadivi, el agotamiento de las expropiaciones por el fracaso de las experiencias de control obrero, el cuestionamiento a las limitaciones para acceder a divisas por parte de los viajeros y una crítica mordaz a la sobrevaluación de la tasa cambiaria. Luego de que los expositores terminaran sus intervenciones, la mayoría de las preguntas de los asistentes giraron sobre por qué no se ha castigado a los responsables del desfalco al fisco nacional, exigían respuestas claras y algunos expresaron sus temores por el rumbo del país
Debo indicar que los expertos y la mayoría de los asistentes no eran de la oposición. Todos los que hablaron se declararon leales al proceso y no capitalistas.
El segundo ejemplo tiene que ver con la iniciativa de Leopoldo López, María Corina Machado y Bandera Roja de propiciar asambleas ciudadanas para construir una salida del actual gobierno, sea por un proceso constituyente o un referendo revocatorio. Esta propuesta no es apoyada por el gobernador Henrique Capriles quien desliza que no ve a los pobres en el proyecto López-Machado y se pregunta hacia dónde se irá después de “calentar” las calles. ¿A los errores del golpe de abril de 2002, del paro petrolero o de la toma de Altamira? En su opinión, estas acciones más bien pueden atornillar más al gobierno de Nicolás Maduro. Ambas posiciones, la de López y la de Capriles, han generado que algunos de sus respectivos seguidores lancen insultos y duden de las intenciones de uno y otro.
Mientras tanto, en los estados andinos Táchira y Mérida donde el chavismo no las tiene todas consigo, las protestas han subido de tono. Estudiantes de la ULA denuncian agresiones a manifestantes, en contraste la gobernación del Táchira responsabiliza a Leopoldo Lopez de la violencia.
La guinda de este pastel la puso el presidente Nicolás Maduro en recientes declaraciones donde comento que tenía a Capriles “encarrilao”.
Desde abril de 2013 hemos vivido un clima de desestabilización constante. Se suponía que con los resultados de las elecciones municipales del 8 de diciembre, en donde una vez más el chavismo se impuso en las urnas, y luego, con las conversaciones que hubo entre el gobierno nacional y los factores de oposición, estaban dadas las condiciones para una necesaria tregua, debido a que el reto crucial de este 2014 es la economía. Expertos de ambos sectores coinciden en que no hay dólar para tanta gente. Sin embargo, lo que hallamos es un clima de conflictividad social (que era esperado) cuyo desenlace no sabemos hacia dónde puede llegar.
En mi opinión, producto de conversaciones con distintas fuentes, los únicos que están evitando cualquier estallido social son los propios seguidores del chavismo. Aunque están descontentos por la situación de desabastecimiento, el encarecimiento de los productos y la inseguridad, aún están apostando a que el gobierno corrija el rumbo.
Los seguidores de la oposición están desorientados por la diatriba entre sus líderes y por tanto no todos se sienten animados a activarse, mientras otros esperan que las aguas se tornen más claras.
Me atrevería a asegurar que los líderes de ambos polos no tienen los numeritos a favor y esto lejos de alegrar a algunos, debe ser motivo de alerta, porque podría ocurrir un “desabastecimiento” político. Es decir, que la población entre en un proceso de desconocimiento de los liderazgos conocidos y en medio de tanto bochinche busque una forma violenta de expresar su descontento, sin seguir líneas de la dirigencia establecida. Este escenario, que sería el sueño de los anarquistas, no creo que sea el más deseable para la mayoría del país.
¡Maten al mensajero! Durante los últimos 15 años he sido crítica de algunas políticas editoriales de algunos medios ( públicos y privados). Pero siempre he defendido el derecho a su expresión porque comparto aquello de que es preferible que haya exceso a que haya déficit de esta libertad. El 7 de febrero, según reporta El Correo del Orinoco, el presidente Maduro dijo lo siguiente: “cuando uno lee la prensa de la burguesía, uno se da cuenta que están apostando al fracaso del Plan de Pacificación (…), voy acabar con el amarillismo: esos medios o se montan o se encaraman, así me llamen dictador, ¡no me importa!. Como jefe de Estado tengo que tomar medidas cuando un país entero clama por la paz y ellos salen a regodearse de la muerte y promoverla”.
Como ciudadano, el presidente tiene todo el derecho a manifestar su inconformidad por la forma en que el percibe que los medios abordan algunos temas, pero como primer mandatario hacer señalamientos y acusaciones sin fundamento y que tales suposiciones lo lleven a tomar medidas de facto, es cuando menos motivo para llamarlo a la reflexión. ¿Qué hará leyes para silenciar a los medios? Qué duda cabe, tiene todo el poder para hacerlo. No es nada nuevo que el poder castigue al mensajero por las malas nuevas que trasmita. Pero cualquier norma que imponga el silencio en los medios que no son de su agrado, no evitará que los venezolanos sigan muriendo en manos del hampa. El problema no está en lo que los medios publican, sino en el hecho criminal que ha hecho que el luto y el dolor de las familias venezolanas sean noticia todos los días.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Politikom.