La III Cumbre América del Sur- Países Árabes (ASPA), desarrollada en Lima a inicios de este mes, dejó anuncios políticos que van desde el apoyo el respaldo al Estado palestino y al reclamo de Argentina por las islas Malvinas, hasta anuncios de inversión mutua en diferentes áreas, como energía o seguridad alimentaria.
Por esas mismas fechas, Oxfam publicó un informe global llamado Private Investment in Agriculture sobre cómo las inversiones privadas pueden contribuir a reducir la pobreza rural y el hambre. En este documento se analizó cómo 500 millones de pequeños productores en el mundo alimentan a la tercera parte de la población mundial, así como los beneficios que puede brindar la inversión en este sector. Algunos ejemplos son el caso de Brasil, donde los programas de inversión en agricultura familiar han sido fundamentales para obtener las tasas actuales de reducción de la pobreza. O el de la empresa Vodafone y su programa para que los campesinos puedan hacer los pagos de sus créditos y seguros a través del celular, iniciativa que ha beneficiado a nueve millones de personas en Kenia y es buen negocio para la compañía, que ahora está extendiendo el programa a Sudáfrica, Tanzania y Afganistán.
Pero para que la inversión privada, sea nacional o extranjera, tenga un efecto positivo en el desarrollo de los países y la reducción de la pobreza rural, tiene que estar regulada y cumplir altos estándares sociales, económicos y ambientales. En ese sentido, el incremento de las inversiones vinculadas a la compra de tierras en el mundo representa un gran desafío para los gobiernos, el sector privado y las comunidades.
El aumento de la inversión en agricultura es positiva, siempre que los campesinos y campesinas no sean expulsados de sus tierras sin haber sido consultados o sin recibir compensación alguna, como ya está pasando en otros países de la América Latina.
Otro informe global de Oxfam llamado Nuestra Tierra, Nuestras Vidas, publicado a inicios de este mes, revela que en la última década se ha vendido en el mundo una superficie de terreno equivalente al territorio de Argentina. Dicha superficie podría alimentar a casi mil millones de personas, cifra mayor al número de personas que según la FAO, se acuestan con hambre cada noche.
En promedio, los inversionistas extranjeros compran en los países en desarrollo una superficie de tierra del tamaño de Londres cada seis días. Sin embargo, dos tercios de estos inversionistas prevén exportar todos los alimentos cultivados en dichas tierras. Otro dato preocupante es que casi el 60% de las tierras adquiridas en todo el mundo durante la pasada década han sido destinadas a la producción de cultivos para obtener biocombustibles. En estos dos casos las inversiones han supuesto menos alimentos para el país y más hambre. Un ejemplo muy cercano es el de Paraguay, como denunciamos en el New York Times el pasado dos de julio.
Muchos de los inversionistas árabes que participaron en Lima resaltaron las 'oportunidades increíbles' de la región latinoamericana como proveedor de alimentos, pero en palabras de Nasser Mohamed Al-Hajri, presidente de Hassad Food Company, el mayor proveedor de alimentos de Qatar, los países debían “trabajar en hacer cada vez más sencillo el comercio, eliminando barreras burocráticas y arancelarias”.
Si bien estamos de acuerdo con sus afirmaciones, la eliminación de barreras burocráticas y arancelarias en América Latina para incentivar las inversiones extranjeras no puede ir en contra de la agricultura familiar, que provee aproximadamente el 60% de los alimentos que consumimos en la región y genera el 70% del empleo agrícola. Desregulaciones en la región que contribuyan al acaparamiento de tierras, expulsando a campesinos para desviar la producción de alimentos, pueden provocar, igual que en Paraguay, todavía más pobreza e inequidad.
El aumento de la inversión en agricultura es positiva, siempre que los campesinos y campesinas no sean expulsados de sus tierras sin haber sido consultados o sin recibir compensación alguna, como ya está pasando en otros países de la América Latina.