Nunca pensé en ver fotos de la ciudad de New York inundada como consecuencia de los efectos de un huracán. Esa palabra es una de las primeras adoptadas por el español poco después de la llegada de los españoles, porque no existía en su idioma. Desde entonces se le relaciona con islas o regiones tropicales, no con las áreas localizadas más al norte del mapamundi, donde el invierno implica hielo y nieve. Las fotos y las informaciones llegadas en los últimos dos días obligan a la orgullosa humanidad de estos primeros años del tercer milenio a ver a la naturaleza como algo superior a la voluntad y a la capacidad humana de acción. En pocas palabras, la naturaleza sigue al mando, y cuando lo hace, afecta sin discusión no diferenciaciones.

Hace pocos años, la palabra tsunami ingresó de manera violenta al lenguaje de todo el mundo. La tecnología actual permitió ver no solo de manera inmediata los devastadores efectos del agua, sino cómo el fenómeno avanzaba sobre el agua, provocando amenazas a lugares situados a miles de kilómetros de distancia. Parecía como si una de esas novelas de ciencia-ficción de pronto se hubiera convertido en realidad. El reciente terremoto de Chile, si bien en sí mismo no fue una novedad, también demostró la capacidad de destrucción de las placas tectónicas donde se asientan tanto la raza humana como todos los demás seres vivientes. Por aparte, cada vez hay más conciencia de la posibilidad del impacto de un aerolito en algún área poblada.

El avance tecnológico se convierte en un hecho relativo, porque convierte a los seres humanos en dependientes de la tecnología, en especial a muy reciente. Este martes escuché en CNN la noticia de numerosos ciudadanos haciendo cola frente al camión de transmisiones de esa cadena noticiosa, solicitándoles a los reporteros el favor de permitirles cargar las baterías de los celulares, aparatos de reciente ingreso a las necesidades de comunicación humana. La gran ciudad por excelencia, New York, yacía inerme, sin luz en muchas áreas, con los aeropuertos cerrados a 15.000 vuelos, y el presidente Obama, como cualquier mandatario de un país débil, señalaba la urgencia de restablecer el agua y los sistemas básicos, ausentes talvez por cinco días.

Las imágenes de la televisión no dejan lugar a dudas sobre la magnitud de esta supertormenta. Parece como si la naturaleza está comenzando a demostrar cómo serán las cosas si la raza humana persiste en mantener su criterio de irresponsabilidad ecológica.

Al pensar en la naturaleza, es imposible dejar de incluir a la ecología. Simplemente, los recursos no son infinitos, no se pueden destruir de manera indiscriminada, aunque las teorías económicas y/o políticas digan lo contrario, ni se puede afectar su diversidad sin recibir represalias naturales. El aumento de los huracanes es un hecho innegable, como los cambios climáticos en todos lados. Esta vez, al huracán Sandy se le unió una tormenta, lo cual -si mal no recuerdo- no tiene precedente, y se convirtió en un fenómeno natural esta vez hecho realidad, a diferencia del año pasado, cuando hubo alerta a consecuencia del huracán Irene. Mientras tanto, los daños económicos ya han sido calculados en US$20 veinte mil millones.

Es obligatorio pensar de manera filosófica acerca de la evidente disparidad de fuerzas entre los seres humanos, con todos sus avances e inventivas, al enfrentarse a la naturaleza. Los místicos hablarán de la necesidad de dirigirse a Dios; los materialistas dejarán su pensamiento en el campo de la comprensión humana de la fatalidad. Pero la lógica simple indica la necesidad de cambios, ya sea voluntarios o impuestos por la ley, para las actividades humanas relacionadas con la naturaleza. Las imágenes de la televisión no dejan lugar a dudas sobre la magnitud de esta supertormenta. Parece como si la naturaleza está comenzando a demostrar cómo serán las cosas si la raza humana persiste en mantener su criterio de irresponsabilidad ecológica.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.