En 1990, Estados Unidos y Rusia suscribieron un pacto, donde se estipuló que la OTAN no ampliaba su dominio hacia los países de Europa del Este. Sin embargo, después del colapso de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos y sus socios de la OTAN cambiaron las reglas del juego, y comenzaron a desarrollar una agresiva política de ampliación del teatro de operaciones hacia los países que habían formado parte de la antigua Cortina de Hierro.
Entonces, Estados Unidos, violando las estipulaciones del acuerdo con los rusos, hizo que países que habían formado parte del Pacto de Varsovia y los que nacieron después de la desintegración de algunos de ellos ingresaran entre 1999 y 2020 como miembros de la OTAN: Polonia, Hungría la República Checa, Bulgaria, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Letonia, Lituania, Estonia, Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte
En los últimos años, las más polémicas pretensiones de nuevas adhesiones a la OTAN han sido las de Georgia y Ucrania. El expansionismo de la OTAN hacia el patio trasero ruso hace parte de la aceitada estratégica política de seguridad de Europa, liderada por Estados Unidos. Cuando se analiza con detenimiento el mapa de las ubicaciones de las fuerzas de la OTAN en Europa y Asia, se concluye que se encuentran cercanas a las fronteras rusas e iraníes, y desde luego, ambos países están rodeados por laboratorios biológicos y por más de 40 bases militares de Estados Unidos y de la OTAN, localizadas estratégicamente. De allí la importancia para los intereses estratégicos de Estados Unidos, el incrementado de los apoyos militares a los países miembros de la OTAN que hicieron parte de la Cortina de Hierro para impedir que regresen a la órbita política y estratégica de Moscú.
En parte, los conflictos en Ucrania se derivan del interés que tiene Estados unidos y la UE de incorporar a Ucrania en el eje de la OTAN, para aumenta su influencia geoestratégica en el patio trasero ruso. Y lo más polémico es que lo hacen desconociendo que los vínculos históricos, políticos, étnicos y culturales entre Rusia y Ucrania van más allá de los trazados fronterizos, dado que Kiev, la capital de Ucrania fue la primera capital del imperio ruso en el siglo X. En consecuencia, Ucrania históricamente ha sido parte de la esfera rusa.
El exsecretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, ha dicho que últimamente “la Casa Blanca y la OTAN no han comprendido que, para Rusia, Ucrania no es un país extranjero, porque la idea de la creación de un Estado ruso nació en Ucrania”.
Ahora los rusos justifican la incorporación de Crimea, sustentado en el hecho histórico que la administración de este territorio fue cedido por Rusia a Ucrania en 1954. Por lo tanto, carece de lógica que ante la expansión de la OTAN, Rusia admitiera que su base militar en Sebastopol y su Flota del Mar Negro cayeran en manos de la OTAN.
Cuando durante la administración de Obama, La Casa Blanca declaró que los escudos antimisiles estadounidenses en Polonia y la República Checa serían abandonados, y el mundo creyó que se llegaba al fin de las tensiones militares entre Estados Unidos y Rusia en Europa del Este. Sin embargo, no fue así, los escudos antimisiles estadounidenses cercanos a las fronteras rusas no fueron abandonados, sino ampliados para consolidar más el dominio estratégico de Estados Unidos en Eurasia.
La respuesta de Rusia fue firmar una alianza con Irán y China para afrontar el cerco de las bases militares de Estados Unidos y de la OTAN en Asia Central y el Oriente Próximo. Por eso, los acuerdos de cooperación militar, nuclear y de desarrollo de tecnologías espaciales firmado con China e Irán no solo son para crear un escudo de misiles, sino para contrarrestar los despliegues militares de Estados Unidos y la OTAN hacia sus cinturones de seguridad estratégica. Por eso resulta trascendental para la paz mundial el acuerdo de estabilidad estratégica que pactaron en Ginebra Biden y Putin