Es tiempo de ir en pos de las grandes propuestas que nos guiaron hace 20 años.
Recuerdo estar de pie en el hall principal reservado para los jefes de Estado y gobierno que se darían cita en la Conferencia de Río de 1992. Se sentía como magia ser una de las personas que sin ser cabeza de un país, estaban autorizadas a acceder a este espacio provilegiado. Entre otros, fueron también invitados especiales Jane Fonda y Ted Turner. Todos estampamos nuestras firmas en aquel mural gigantesco con declaraciones de admiración, compromiso y amor hacia nuestra Madre Tierra. ¿Por qué merecía yo estar allí? ¿Qué me hacía uno de los consentidos de aquella conferencia?
La invitación, arreglada por el Ministro de Asuntos Exteriores de Colombia, estaba basada en el entusiasmo compartido por la comunidad internacional al respecto de un emprendedor que estaba adquiriendo acciones de multinacionales como Procter & Gamble, Unilever y Henkel, que desarrollaban jabones biodegradables, y sin publicidad. Todos podíamos celebrar el nuevo modelo de negocios en una ocasión perfecta para ello.
Sí, es verdad, reducir la polución era la meta lógica hace 20 años, pero ahora el tiempo urge a eliminar el concepto del desperdicio y la polución de una vez por todas. ¿Podemos ser lo suficientemente valientes al menos por una vez?
La biodegradabilidad fue considerada, con razón, uno de los avances claves que impulsó los negocios hacia la sostenibilidad. Yo había llamado la atención hacia el hecho de que mis jabones -hechos a partir de ácidos grasos derivados de aceite de palma- se degradaban 3 mil veces más rápido que el producto de limpieza estándar derivado del petróleo. La respuesta de la industria había sido fiera: aquello era una mentira. Luego, cuando un consultor independiente comprobó mis declaraciones y dio a conocer sus resultados de que efectivamente yo había “mentido”, porque mis jabones eran “sólo” mil veces más rápidos en disolverse sin dejar rastro. Yo hasta sugerí que me llevaran a las cortes por engañar al público. Pero obviamente nadie lo hizo. Sin embargo, se reveló algo sorprendente: el mundo en 1992 aún no sabía que la biodegradación se medía en escala logarítmica, una que progresa de 1 a 10 a 100 y a 1000.
Es increíble cómo parámetros clave como los de la biodegradación dependen de mediciones complejas que todavía son poco comprendidas. Con todo, cuando la gente apenas comenzaba a entender la importancia de la biodegradación, nos percatamos de eso solamente no sería suficiente para conducirnos hacia la sostenibilidad. Sin dudas, tendrían que pasar otros 16 meses después de la conferencia de Río, para que yo quedara de frente a la destrucción de la selva tropical en Indonesia, y me diera cuenta de que la demanda ascendiente por estos productos ecológicos, que podían limpiar los ríos en Europa y reducían el riesgo de alergias, estaba provocando la aniquilación masiva del habitat del orangután. Fue un shock que me sumió en la depresión.
Durante los meses siguientes, traté, y fallé, en el objetivo de comunicarme con los actores centrales del movimiento verde para hacerles entender que en el intento de limpiar los ríos europeos estaríamos contribuyendo a un desastre en Asia. Pero mis declaraciones fueron escuchadas con escepticismo. Parecía como si yo les estuviera destruyendo su sueño verde de que emprendedores ecológicos y sociales como Anita Roddick (The Body Shop), Ben Cohen (Ben&Jerryʼs) y yo mismo podíamos transformar la economía desde sus raíces. Debo admitirlo que fallé. Peor aún, debo admitir que entonces ni siquiera estaba en condiciones de corregir mi modelo de negocio.
Cuando uno desconoce las consecuencias que pueden sobrevenir a partir de acciones propias que se llevaron a cabo con la mejor de las intenciones, uno puede quizás ser perdonado en honor a la ignorancia. Sin embargo, cuando sí está al tanto de las consecuencias que la comercialización de sus productos, sus procesos y modelo de negocios pueden traer, entonces uno es culpable de ocasionar daños colaterales que no pueden ser perdonados por la sociedad. Y si la sociedad tolera este daño, entonces está actuando con doble moral. Ciertamente, aunque un ladrón robe menos, sigue siendo un ladrón; pero una compañía que reduce su polución en 80%, es alabada como un triunfo medioambientalista. ¡Eso no puede ser! A pesar de que no me podía visualizar una solución inmediata, sí me motivé a mirar más allá de mi nivel de conciencia y con brío comencé la búsqueda por todas las soluciones y alternativas que al menos evitaran los daños. Pronto, y gracias a un equipo generoso de investigadores vinculados a la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio, esta exploración evolucionó de evitar el daño a proveer múltiples efectos positivos. Yo me imaginaba un negocio que haría un bien.
Es así como la Investigación e Iniciativas por Cero Emisiones (ZERI en inglés) transformó su filosofía en acción, conocida como The Blue Economy. Por eso, es doloroso leer que la conferencia de Río + 20 se ha quedado habitando un mundo que corresponde a 20 años atrás, y que todavía no crece para arribar al nuevo contexto en el cual el desempleo juvenil (un tercio de la población mundial menor de 26 años) se ha vuelto crónico, donde las necesidades básicas aún no son satisfechas, en tanto seguimos concentrados en alterar detalles periféricos cuando correspondería ya dar una mirada renovada a la realidad y aceptar que la economía verde, tal y como ha funcionado hasta hoy, es muy poco lo que logra, lo ha hecho muy tarde, y sigue siendo muy cara. Descorazona observar cómo los representantes de las multinacionales siguen disfrutando de más tiempo y mejores plataformas, mientras que apenas se da voz y oportunidad a los emprendedores que hacen la diferencia en el terreno.
Entonces, en la conferencia Río + 20 se mantiene la reclamación de transferir billones en capital para introducirlo en modelos de negocio que se basen en tecnología limpia, pero que no alteran la cadena de suministros, que es el núcleo del negocio basado en el paradigma de la competencia. Sí, es verdad, reducir la polución era la meta lógica hace 20 años, pero ahora el tiempo urge a eliminar el concepto del desperdicio y la polución de una vez por todas. ¿Podemos ser lo suficientemente valientes al menos por una vez? Ya no se trata de que provoquemos menos daños, ¡sino necesitamos hacer bien! No podemos solamente dar el dinero y la tecnología que desde nuestro punto de vista industrializado son los adecuados y mejores. Más aún, necesitamos explorar en conjunto las oportunidades implícitas en la cultura, la tradición, la biodiversidad, eligiendo usar lo que es abundante, renovable, y disponible al nivel de la localidad. Recuerden que tras presenciar el pico petrolero, estamos asistiendo al pico globalizador.
Un modelo económico basado en las estructuras financieras mundiales de Bretton Woods, la macro economía de la Universidad de Chicago y los principios del management de Harvard va a argumentar que el descubrimiento de este tipo de oportunidades no nos va a permitir lidiar con las crisis inminentes de la humanidad, comenzando con la excesiva deuda de los gobiernos y la necesidad de aliviar la pobreza a través de crecimiento. Y esta es la razón por la cual no estoy de acuerdo.
Luego de décadas de negociaciones globales no estamos haciendo avanzar nuestras sociedades hacia la sostenibilidad, sino al contrario, seguimos descubriendo sorpresas como las islas de plástico en el Océano Pacífico, o la acidificación de nuestro aire y nuestras aguas que no tiene vuelta atrás en lo que los niveles de CO2 continúan en aumento. Por tanto, es tiempo de considerar cambios en la práctica, iniciativas en las comunidades, avances más allá de las reglas del juego actuales. Cuando los modelos de negocios innovadores hayan sido implementados, entonces habrá que hacerlos crecer exponencialmente. No se trata de economías en escala, se trata de agrupar estas oportunidades que transformen nuestro uso de los recursos, y al mismo tiempo construyan capital social, incrementen los activos en lugar de la deuda, y creen un ambiente de aprendizaje donde todos podemos impulsar buenas ideas, y de forma que dure.
Si la humanidad está preparada para embarcarse en esta ruta de evolución, entonces las sociedades pueden transformarse. ¿O es que en serio creemos que los políticos, asistidos por su ejército de abogados, van a lograr que se concreten los acuerdos globales que conduzcan la nave espacial que es La Tierra hacia un estilo de vida valedero? Debo admitir que lo creí, pero a medida que pasó el tiempo me he vuelto más sabio.