¿Ha oído hablar de Oliver Twist, el pobre niño que sufrió una existencia miserable en una institución infantil en el siglo XIX y decidió escapar para tener una mejor vida?  Esta es tan sólo una historia que el famoso escritor Charles Dickens escribió en 1838. Pero las instituciones infantiles (sean orfanatos o de otro tipo) son más que una simple historia. Para muchos niños son una realidad que tienen que vivir a diario. Se estima que 8 millones de niños en todo el mundo son criados en instituciones (2 millones de los cuales se encuentran en países de ingresos bajos y medianos). En América Latina, aproximadamente 347.308 niños crecen en instituciones públicas o de gestión privada según la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar.

A pesar de los millones de niños atendidos en dichas instituciones a través de los siglos, los estudios sobre la crianza institucional fueron bastante limitados hasta hace diez años. A mediados del siglo XX aparecieron cortos estudios descriptivos que comparaban a niños recibidos por hogares familiares de acogida con niños acogidos en instituciones. Dichos estudios determinaron unánimemente que los primeros se desarrollaban en forma más favorable que los segundos. El psicoanalista británico John Bowlby escribió un informe para la Organización Mundial de la Salud en 1952 que describía la situación de los niños criados en instituciones y abogaba por su traslado a familias u hogares familiares de acogida.

El BEIP proporciona evidencia científica sólida en favor de la crianza de niños en el seno de familias y contra la crianza de niños en instituciones. Por lo tanto, hay importantes lecciones para los millones de niños huérfanos o abandonados en Latinoamérica y el mundo.

Estudios más recientes han monitoreado el desarrollo de los niños tras la adopción. Se han reportado beneficios significativos para la mayoría de los niños colocados en hogares adoptivos. Aunque se sugire que el ser criado en familias es mejor para el desarrollo de los niños, la limitación de estos estudios es que no está claro por qué algunos niños fueron ubicados en instituciones y otros no, y por qué algunos fueron adoptados y otros no. En otras palabras, existe la posibilidad de un sesgo sistemático en ambos tipos de estudios. En los estudios anteriores, los niños podrían haber sido colocados en las instituciones porque tenían problemas; mientras que en los estudios más recientes, los niños podrían no haber sido adoptados por la misma razón. Es importante destacar que estos sesgos favorecen a los niños criados en las familias de acogida. Aunque la consistencia de los hallazgos es notable, el número de estudios es limitado, y la posibilidad de sesgos no pude ser descartada.

Esto motivó a los investigadores de la Universidad de Tulane, la Universidad de Maryland y al Hospital de Niños de Boston a lanzar en el año 2000 el Proyecto de Intervención Temprana de Bucarest (BEIP, por sus siglas en inglés) -del cual soy parte- con el fin de solventar esta brecha de conocimiento y tener en cuenta  las limitaciones de los estudios anteriores. El objetivo principal del BEIP es entender cómo afecta la atención institucional, tanto al desarrollo cerebral como al desarrollo del comportamiento infantil, y determinar si sacar a los niños abandonados de las instituciones y colocarlos en familias ayuda a revertir  los efectos negativos de los orfanatos en el desarrollo del niño.

Para el estudio seleccionamos a 136 niños de 6 instituciones en la ciudad de Bucarest, Rumania. Estos niños habían sido abandonados en las instituciones durante las primeras semanas o meses de vida. La mitad de los niños fueron aleatoriamente destinados a formar parte de un hogar familiar  de acogida con una intervención desarrollada,  mantenida y financiada por nuestro equipo. La otra mitad  permaneció en la institución. Un tercer grupo de niños fue incluido en el estudio. Estos niños han vivido siempre con su familia y nunca han estado en instituciones.

Hemos estado estudiando a estos tres grupos de niños durante más de una década. En la actualidad, los niños tienen entre 12 y 13 años de edad y las conclusiones sobre el efecto de la crianza de los niños en las instituciones son notables y, a la vez,  preocupantes. En primer lugar, hemos encontrado que el desarrollo de los niños en instituciones se encuentra muy por detrás de los niños que nunca han estado en una. En segundo lugar, los niños en instituciones muestran una dramática reducción en su coeficiente intelectual, su rendimiento en lenguaje y en la actividad eléctrica del cerebro (EEG). También muestran una alta prevalencia de problemas de apego y de salud mental. Sin embargo, también hemos encontrado poderosos efectos en la intervención. Según lo expuesto, hemos observado de forma consistente que los niños previamente  institucionalizados que fueron colocados en hogares familiares de acogida o adopción muestran un aumento en su coeficiente intelectual, lenguaje y apego (por mencionar al menos tres efectos), particularmente en los casos en que fueron acogidos antes de los dos años de edad. 

Vale la pena señalar que existen algunos ámbitos en los que los niños no se benefician de la intervención de hogares de acogida. Por ejemplo, la prevalencia del trastorno de hiperactividad con déficit de atención es muy alta (aproximadamente del 20%) tanto entre los niños en instituciones, como en los niños ya en los hogares de acogida. Del mismo modo, ambos grupos muestran alteraciones a nivel de sus funciones ejecutivas (denominadas funciones cognitivas superiores, como es la capacidad de planificación).

El BEIP proporciona evidencia científica sólida en favor de la crianza de niños en el seno de familias y contra la crianza de niños en instituciones. Por lo tanto, hay importantes lecciones para los millones de niños huérfanos o abandonados en Latinoamérica y el mundo.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Primeros Pasos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).