Unos dos tercios de las guerras interestatales llegan a su fin a través de algún acuerdo entre las partes (desde un cese al fuego de duración indefinida hasta un tratado de paz). Ello ocurre cuando convergen las expectativas de las partes sobre el desenlace de la guerra: si ambos creen lo mismo sobre lo que habría de ocurrir en caso de continuar peleando, tendrían incentivos para ahorrarse el costo de pelear y llegar al mismo desenlace a través de un acuerdo.

 Como previeran los especialistas, durante el invierno los avances en los campos de batalla de Ucrania se han ralentizado. Sin embargo, la decisión de integrantes de la OTAN de enviar tanques a ese país y la movilización por Rusia de 300 mil soldados adicionales son indicios de que las expectativas de las partes respecto al desenlace de la guerra aún no convergen: ambas parecen prepararse para lanzar ofensivas de mayor calado cuando llegue la primavera boreal (hacia fines de marzo). Es decir, la guerra no llegaría a su fin en los primeros meses del año.

 Pero existen dos factores que podrían brindar incentivos a las partes para buscar un cese al fuego hacia la segunda mitad de 2023.

El primero serían las consecuencias económicas de la guerra. Según el Banco Mundial, el PBI ucraniano cayó un 35% durante 2022 y, desde hace unos meses, el bombardeo ruso de infraestructura civil ucraniana hace prever que este año no será mejor.

La economía rusa, por su parte, está en recesión y las restricciones de exportación hacia Rusia están surtiendo efecto. Según un informe oficial ruso obtenido por la agencia Bloomberg, “Simplemente no hay proveedores alternativos para algunas importaciones críticas”. Por ejemplo, según la Secretaria de Comercio estadounidense, Rusia estaría empleando microprocesadores de electrodomésticos en su equipamiento militar. Si bien podría obtener algunos productos que dejó de importar de Occidente de países como China, estos no le pueden proveer de bienes que no producen (como los microprocesadores más avanzados).

Y también parecen estar surtiendo efecto (aunque no uno mayúsculo), las sanciones del G7 y la Unión Europea (UE) contra las exportaciones petroleras de Rusia.

En cuanto a los países de la OTAN, la UE resolvió sus problemas energéticos para lo que queda del invierno, pero estos podrían reaparecer en el resto del año y, además, la UE podría entrar en recesión. Aunque menos probable, lo mismo podría ocurrir en los Estados Unidos.

Salvo por Ucrania, sin embargo, tal vez las partes involucradas no concluyan aún que el costo económico de la guerra les resulta prohibitivo. Pero a ese habría que sumarle un costo político que mencionamos en un artículo anterior. Aunque no siempre coincidan respecto a Ucrania, los partidos de derecha radical son menos proclives tanto a mantener indefinidamente las sanciones contra Rusia como a enviar por tiempo indefinido ayuda económica y militar a Ucrania.

Sea cual sea su posición en torno a Ucrania, sin embargo, su desempeño electoral ha mejorado desde el inicio de la invasión rusa: eso sugiere que no es la guerra en sí, sino sus consecuencias sobre las condiciones de vida en los países de la OTAN lo que explica el reciente incremento en su respaldo electoral (por ejemplo, en Francia, Italia, Suecia y, en menor medida, los Estados Unidos).

Y buena parte de esa derecha radical (incluyendo a quienes criticaron la invasión rusa, como Orbán y Le Pen), sostiene que los recursos que se destinan a la guerra (o que se pierden como producto de las sanciones), debieran ser empleados para beneficiar a la población local. 

 De mantenerse una guerra de desgaste sin un vencedor claro, la conjunción de esos factores tal vez induzca a las partes a buscar un cese al fuego hacia la segunda mitad de 2023.