Cómo estará de mal la situación que atraviesa el pueblo sirio, que hasta el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, quien a veces parece que las terribles crisis políticas que enfrenta el mundo no perturban su silenciosa mirada, no ha podido contenerse y desde Beirut ha hecho un llamado dramático al presidente Bachar el Asad: “deje de matar a su gente, que el camino de la represión es un camino sin salida”.
Para el Secretario General los días de los gobiernos dinásticos y dictatoriales, civiles o militares, abiertos o disfrazados, han terminado en el Medio Oriente. En efecto, ese movimiento al parecer imparable por instalar regímenes inspirados en la matriz democrática, que se lo ha dado en llamar como la “primavera árabe”, viene golpeando con violencia las puertas de la dinastía siria, uno de los regímenes totalitarios más sanguinarios de la región.
Pero es una primavera con sangre, como lo han sido todas las revoluciones. Las transformaciones políticas en Egipto, Libia, Tunes, Yemen y aquellas otras que están por venir, y que inevitablemente incluirán a Irán, no han sido transformaciones fáciles. La represión de estas dictaduras ha producido miles de muertos y heridos, y ha dejado una secuela de destrucción enorme.
Y es que estos procesos no han sido de transición política como el que se tuvo en América Latina durante fines de los años 70 y comienzos de los 80 del pasado siglo. Mientras en nuestra región esos procesos de transición suponían una recuperación de la institucionalidad democrática que había sido perdida por golpes de Estado, en las sociedades árabes los procesos no buscan retomar los senderos democráticos, por la sencilla razón de que ellos nunca existieron. De allí la crudeza de estos cambios.
Mientras en nuestra región esos procesos de transición suponían una recuperación de la institucionalidad democrática que había sido perdida por golpes de Estado, en las sociedades árabes los procesos no buscan retomar los senderos democráticos, por la sencilla razón de que ellos nunca existieron.
El patrón que sigue la familia el Asad en Siria no es muy diferente al que se ha visto en las otras naciones árabes que han sido afectadas por el virus de la democracia liberal. Primero negaron la existencia de un problema. Luego dijeron que se trataba de protestas aisladas de delincuentes comunes. Luego dijeron que eran víctimas de los fantasmas del imperialismo colonial. Y cuando las protestas se extendieron hasta tomarse todo el país, comenzaron hacer concesiones por aquí y por allá, creyendo que con ello la presión social iba a diluirse. Comprar tiempo es lo único que le queda a los dictadores cuando se ven acorralados.
Una de esas concesiones que ha hecho la dictadura siria ha sido la de liberar a una parte de los centenares de ciudadanos que han sido apresados desde marzo del año pasado. La hizo el mismo día en que Ban Kin-Moon realizó el llamado al gobierno de dejar “de matar a su gente”.
Muy poco y muy tarde. La dictadura siria, tal como le pasó a la de Libia, Egipto y las demás, va a terminar en un futuro muy cercano. Lástima que la democracia tenga un costo tan alto en vidas. El gobierno que salga victorioso de esta revolución le queda por delante una tarea titánica.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.