La revista Forbes hizo notar en un artículo reciente algo interesante respecto a la pandemia en curso: cuando menos siete gobiernos dirigidos por mujeres respondieron a la pandemia del COVID-19 con celeridad y eficacia, y sus países tuvieran bajas tasas de mortandad. El contrargumento según el cual también hubo gobiernos dirigidos por hombres que tuvieron una respuesta ejemplar ante la pandemia, se torna irrelevante cuando recordamos ciertas proporciones: a principios de 2020, sólo 12 países en el mundo tenían a una mujer como jefe de gobierno, frente a 181 países cuyo jefe de gobierno era un hombre. Es decir, mientras los gobiernos exitosos dirigidos por mujeres son una mayoría respecto del total de gobiernos dirigidos por mujeres, los gobiernos exitosos dirigidos por hombres son una pequeña minoría respecto del total de gobiernos dirigidos por hombres.

Existe, sin embargo, una crítica mejor fundamentada al argumento según el cual es el hecho de que esos gobiernos estén dirigidos por mujeres lo que explicaría su éxito. La relevancia de esa crítica se torna evidente cuando develamos los nombres de los países exitosos gobernados por mujeres: Alemania, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y Taiwán. Es decir, países que reunían otras características (como tener un alto nivel de ingresos, un buen sistema de salud pública y un régimen democrático), que algunos estudiosos (como Alejandro Quiroz y Alastair Smith), asocian con bajas tasas de mortandad en presencia de desastres naturales (asumimos, de modo debatible, que una pandemia viral puede ser entendida como un desastre natural).

Pero, a su vez, existen gobiernos que comparten todas esas características y que, sin embargo, han tenido una respuesta deficiente frente a la pandemia (por ejemplo, los de Italia y el Reino Unido). Es decir, cabe dentro de lo posible que, bajo el supuesto de que las mujeres aportan un tipo de liderazgo diferente al de los hombres, sea esto último lo que explique cuando menos en parte el éxito de los gobiernos dirigidos por mujeres.

La literatura sobre el tema sugeriría dos conclusiones. La primera es que el liderazgo femenino tiende a ser diferente sólo cuando existe una masa crítica de mujeres en puestos de liderazgo. Cuando, en cambio, las mujeres en puestos de liderazgo trabajan en un entorno compuesto por una gran mayoría de hombres, es más probable que se comporten igual que ellos. Por ejemplo, las 33 mujeres (cifra récord), que eran directoras ejecutivas de alguna de las 500 mayores empresas estadounidenses en 2019. La segunda conclusión es que, cuando existe una mayor presencia de mujeres, el liderazgo femenino tendría cuando menos dos rasgos que lo hacen diferente: las mujeres líderes son más proclives al trabajo en equipo en el proceso de toma de decisiones (mientras que los hombres tienden a concentrar en sí mismos las decisiones), y suelen tener una actitud más prudente frente al riesgo (tema que trataré en el siguiente artículo).

La importancia del trabajo en equipo radica en que la actual pandemia presenta riesgos enormes e inéditos difíciles de calcular. La calidad de la información con la que se tomen las decisiones se torna por ende crucial. Y esa información suele ser de mejor calidad cuando en el proceso decisorio participan personas que representan un abanico variopinto de experiencias, profesiones y puntos de vista.