Un amigo me recuerda que la última cumbre de jefes de Estado europeos coincidió con el aniversario de la defenestración de Praga. El nombre pica mi curiosidad y googleo un episodio ocurrido en 1618, cuando dirigentes protestantes arrojaron a dos funcionarios del católico imperio austrohúngaro desde una ventana del castillo del ayuntamiento de Praga. Los católicos imperiales no murieron porque aterrizaron en un cerro de estiércol en el foso del castillo, pero el incidente detonó la guerra de los 30 años, un conflicto religioso en el que murieron más de cuatro millones de personas.

Hoy en Europa los asuntos de fe se relacionan con la fe en la austeridad y el ajuste automático. Por cierto, ningún eurofuncionario griego ni español ni menos alemán fue defenestrado en Bruselas, pero la crisis del euro ya está en una fase avanzada y los mercados dan señales contundentes: al fisco alemán le compran deuda con tasas de interés por debajo de la inflación, o sea que le pagan por comprarle deuda. Al fisco español le compran deuda cobrándole un interés de casi 50%. ¿Es de sorprender que Angela Merkel no quiera oír hablar de eurobonos?

Todo esto para decir que no hay que ser tan duros con Mariano Rajoy, el circunspecto presidente de gobierno español. Sus márgenes de maniobra son mínimos: no tiene política monetaria y proviene de una tradición política donde Keynes, padre del estímulo fiscal, no entró. Ni por la puerta de atrás.

Quizá España estaría en otro escenario hoy si el keynesianismo hubiese entrado temprano, durante la II República por ejemplo. Si a comienzos de los años 30 alguien hubiera convencido al jefe de gobierno republicano, Manuel Azaña, de las bondades del libro Tratado sobre el dinero.

España tiene un establishment monetarista. El gran hombre fue siempre el presidente del Banco de España, una coalición de bancos privados que emitía papel moneda y se nacionalizó recién en 1964. Desde 1999 se ha ido transformando en una superintendencia de bancos y agente financiero del fisco.

El ministerio de Hacienda, por su parte, ha tenido miembros ilustres. Es el único ministerio de Hacienda del mundo que ha tenido como ministro a un premio Nobel… de Literatura. Don José Echegaray recibió el Nobel en 1904, fue ministro tres veces, una de ellas durante la I República (1873-74), y tuvo tiempo para escribir y estrenar 67 obras de teatro.

Los ministros españoles de Economía y Hacienda tienen otra particularidad: solo uno se ha animado, en los últimos 100 años, a hacer gasto contracíclico: el tecnócrata franquistas Antonio Barrera de Irmo. Y mal, porque España estaba en pleno empleo en 1973. La historia ha sido dura con él, pero no con su sucesor, Rafael Cebello de Alba Gracia, que llegó a lo Edward Scissorhands al año siguiente. Proteger la peseta con tasas altas y controlar el gasto fue la ortodoxia aplicada incluso por el socialista Miguel Boyer, que mantuvo la circunspección fiscal en plena recesión de 1982.

Quizá España estaría en otro escenario hoy si el keynesianismo hubiese entrado temprano, durante la II República por ejemplo. Si a comienzos de los años 30 alguien hubiera convencido al jefe de gobierno republicano, Manuel Azaña, de las bondades del libro Tratado sobre el dinero.

Eso le habría servido a España más que todo el parco amor de Hemingway. Habría allanado el camino para crear un sistema de seguridad social (algo que Franco haría en 1938), invertir reservas en modernizar el aparato productivo y ampliar la infraestructura.

Todos habrían ganado: los industriales vascos y catalanes, los terratenientes y los sindicatos. España habría llegado a 1939 como una democracia magullada pero viva. Francia no habría caído en 1941, Japón no se habría metido en el baile y EE.UU. no habría entrado a la guerra europea, que habría durado 15 años en lugar de seis. García Lorca habría ganado otro Nobel literario para españa y Hitler habría muerto de viejo.

Pero Manuel Azaña no tuvo un asesor new deal y sus sucesores terminaron invirtiendo las reservas en comprar armas y no en modernizar la economía.

Hoy España hace equilibrio en el abismo. La suerte de su banca -una de las principales industrias del país-, depende de la suerte del fisco. Los bancos españoles no tienen hoy otro capital que los bonos soberanos, que los mercados y las clasificadoras de riesgo castigan con saña, y que Alemania  sigue reacia a garantizar.

En este contexto, y ante la necesidad de que los cajeros automáticos de la Puerta del Sol sigan emitiendo efectivo, sorprende que el ministro de de hacienda y economía no vaya más seguido al congreso a explicarse. Sorprende que el propio Mariano Rajoy no se explaye más. Vamos, que nadie le pide que saque un Aló Presidente en TVE. Solo unas palabritas de aprecio y pedagogía en el parlamento. Por ejemplo, qué significa eso de usar la “amnistía fiscal” como única arma contracíclica. ¿Está hablando de lavado de dinero? Si así es, el hombre es menos ideológico de lo que parece.