En las democracias con reelección, las ventajas para quien se encuentra en el puesto son más que evidentes. Sin embargo, me atrevería a decir que, por ahora, a muchos meses de distancia, la elección estadounidense está en manos de Joseph Biden, si es que la sabe lograr, lo que ciertamente no es obvio.

Biden es el virtual ganador de la nominación del partido demócrata en buena medida porque el establishment de ese partido concluyó que la única forma de ganarle al hoy presidente Donald Trump era con un candidato moderado que pudiese conquistar el centro político. Biden nunca ha contendido fuera de su (micrométrico) estado y no es la primera vez que se lanza a la candidatura: en los 80 lo intentó y quedó fuera en buena medida por su propensión a descuidar sus palabras, sobre todo cuando responde a la prensa. En lenguaje llano, es propenso a meter la pata. En la contienda interna, Bernie Sanders llevaba la delantera impulsado sobre todo por el voto joven y más ideológico del partido. Ahora el gran reto para Biden es sumar a la base de Sanders sin perder al centro político.

Las contiendas tienen dos componentes: los candidatos y el contexto. El presidente Trump cuenta con tres grandes ventajas y una enorme desventaja. La primera ventaja es el hecho mismo de estar en la presidencia, con todos los beneficios que su función le otorga, a la vez que cuenta con dinero y no tiene oposición interna, frente a un partido democrático dividido. La segunda ventaja, que es particular a Trump, es su virtual control de los procesos de elección primaria de diputados y senadores a través de las hordas de creyentes que puede manipular. En las elecciones primarias típicamente participa un número muy pequeño, usualmente los miembros más ideológicos, que son precisamente los que, en el caso del partido republicano, ven a Trump como su estrella (similar al caso de Sanders en el lado demócrata). Finalmente, la tercera ventaja es que el partido republicano va a la deriva, sin ideas, proyecto político o mayor claridad que la de preservarse en el poder. La gran desventaja, que usualmente es al revés, radica en el momento en que se presenta la elección: a la mitad de la pandemia, la recesión, las destructivas protestas y un nivel inusitado de desempleados, esto último frecuente indicador de la probabilidad de reelección.

Biden también tiene ventajas, pero sus desventajas son igualmente pronunciadas. La primera ventaja, superlativa en toda la parte “moderna” (azul) del país, es que no es Trump. En realidad, fuera de su familia, a nadie le importa Biden: todo mundo lo ve como un medio para derrotar al presidente y nada más. Eso le confiere una enorme oportunidad, pero también lo convierte en un blanco fácil. Su segunda ventaja es que cuenta con un partido energizado, decidido a derrotar a Trump pero, al mismo tiempo, dividido entre quienes quieren acelerar el paso hacia la izquierda, la base política de Sanders y Warren, y quienes consideran que la única forma de ganar es moviéndose hacia el centro político para ganar el voto de grupos de electores independientes. Quizá el mejor ejemplo de esto fueron los llamados “Reagan Democrats,” individuos que normalmente votaban por los demócratas pero que, cuando ese partido se movió demasiado a la izquierda, votaron por los republicanos. Esos “independientes” están infelices con ambos candidatos y bien podrían quedarse en su casa el día de la elección antes que apoyar a un Biden que se mueve a la izquierda. Esto coloca al demócrata en un aprieto: afianzar su flanco izquierdo (justamente el que se quedó en su casa y no votó por Hillary en 2016) o consolidar el centro del espectro, sobre todo en los estados clave que le dieron el triunfo a Trump en 2016 como Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, así como a grupos de electores clave en ellos, como hispanos y afroamericanos. Tanto las posturas que adopte Biden en estos meses como a quien nomine para la vicepresidencia definirán su estrategia y, con ello, su probabilidad de triunfar.

La gran desventaja de Biden es el propio Biden. Su edad, frecuentes afirmaciones políticamente incorrectas y la aparente pérdida de foco en muchas de sus respuestas lo hacen por demás vulnerable. Cuenta con la protección de muchos de los medios de comunicación que, en un contexto tan ideológicamente polarizado, con frecuencia han obviado sus pifias, pero no es obvio que eso sea sostenible. Por esta razón, quien resulte nominado para la vicepresidencia acaba siendo clave, pues no es inconcebible que acabe ascendiendo a la presidencia. Los poderes del partido han perfilado un retrato hablado de quien debiera ocupar esa posición, esencialmente una mujer afroamericana. No faltan potencialmente buenas candidatas, pero lo políticamente correcto no siempre es electoralmente útil, por lo que esa nominación será definitoria para la elección.

Por lo que toca a México, lo importante es la relación con Estados Unidos, no quien gane la elección. Las personas –de ambos lados de la frontera– cambian, pero la relación y la vecindad son permanentes. La historia demuestra que lo que importa no es quien, sino el hecho de no perder claridad de lo importante. Cada vez que se pierde esa obviedad comienzan los problemas.