Hace poco más de un año escribí sobre la extinción de los elefantes ("La tragedia de los comunes", 24 de noviembre del 2012). La caza furtiva los puso al borde de desaparecer de la faz de la tierra.

Ante el fracaso del Estado, lo que funcionó fue la gestión de la conservación por medio de la creación de reservas privadas. Países como Namibia, Zimbabue y Sudáfrica han dado control de su fauna a los propietarios de la tierra en la que viven los animales, incluyendo a los elefantes.

El gran problema parece ser un Estado que no hace cumplir las reglas. En la comunidad escuché historias de policías que liberan a los cazadores furtivos, capturados in fraganti, a cambio de quedarse con una pierna de venado. Como dijo Juan, el guía de la comunidad que me acompañó en la visita: "No hay ladrones porque hay ronderos. Si hubiera policías, seguro que sí habría".

¿Los resultados? En Sudáfrica, las manadas de elefantes crecen a un ratio de cinco por ciento anual. En Kenia, donde no se ha implementado este modelo, la población de elefantes cayó de sesenta y cinco mil a diecinueve mil entre 1979 y 1989, mientras que en Namibia, donde ocurre lo contrario, la población creció de treinta mil a cuarenta y tres mil en el mismo período.

Hace unos días, cuando pensé que tendría que citar siempre casos africanos para explicar por qué la gestión privada es mejor que la estatal para evitar la extinción de los animales, llegué en mis vacaciones a la Reserva Ecológica de Chaparrí, en Lambayeque.

El mérito es del destacado fotógrafo y conservacionista Heinz Plenge, quien persuadió a la comunidad campesina de separar 34 mil hectáreas de sus tierras y convertirlas en una reserva natural. La gestión es 100% privada.

La reserva muestra resultados sorprendentes. Los números de las especies se han multiplicado de manera importante. Un ave considerada extinta (la pava aliblanca) ha sido reintroducida con éxito en una de las pocas experiencias positivas en todo el mundo de reintroducción de fauna. Osos de anteojos, venados, sajinos, zorros y más de doscientas especies de aves proliferan en la reserva. Visitarla y quedarse en el lodge gestionado por el mismo Heinz Plenge y su familia permite un contacto excepcional con la naturaleza. Una experiencia personal irremplazable.

El secreto ha sido que la comunidad vea la conservación no como un pasivo, sino como un activo. Cobrando por las visitas a la reserva, parte del dinero se reinvierte en la reserva, pero otra se destina a atender proyectos comunales de infraestructura, salud y educación.

Mientras la reserva vecina del Bosque de Pomac, gestionada por las autoridades estatales, ha destinado 18 millones de soles en los últimos tres años para habilitación turística de sus seis mil hectáreas, Chaparrí ha invertido en sus 12 años de existencia solo un millón y medio en sus 34 mil hectáreas. Y los resultados de Chaparrí en conservación superan en efectividad a Pomac.

Plenge explicaba que el éxito de un proyecto de este tipo exige comunidades con visión empresarial, empresas con compromiso con la naturaleza y autoridades que hagan cumplir reglas claras. Finalmente, conservar especies significa evitar dos cosas: la caza furtiva y la desaparición del hábitat.

Las personas reaccionamos a incentivos. Cuando algo es de todos, en realidad no es de nadie. Y cuando algo no es de nadie, todos lo usamos de manera incompatible con su conservación. Nadie tiene intereses en evitar la caza de lo que no es suyo. Y nadie invierte en conservar un hábitat que es de los demás.

"El ojo del amo engorda al caballo", dice el dicho. Lo que hace la titularidad privada sobre los recursos naturales es crear amos que pierden cuando se depreda y que ganan cuando se conserva. Crea alguien interesado en evitar la caza furtiva y en preservar el hábitat que le permita conservar su activo. Como en los elefantes en África y la pava aliblanca en el Perú, la titularidad privada crea amos que engordan sus caballos.

El gran problema parece ser un Estado que no hace cumplir las reglas. En la comunidad escuché historias de policías que liberan a los cazadores furtivos, capturados in fraganti, a cambio de quedarse con una pierna de venado. Como dijo Juan, el guía de la comunidad que me acompañó en la visita: "No hay ladrones porque hay ronderos. Si hubiera policías, seguro que sí habría".

*Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.