Hasta ahora la competencia presidencial parecía un muerto: la línea de un electrocardiograma de un cadáver que no se movía nada. Desde octubre del año pasado, en que comenzaron a levantarse sistemáticamente encuestas sobre la elección, Peña aparecía en primer lugar con 50% de las intenciones de voto; en segundo lugar Josefina con 30% y en tercero López Obrador con 20% de las preferencias. Puntitos más, puntitos menos, así pasaron seis meses. La noticia es que el muerto, al parecer, empieza a revivir. La competencia presidencial se mueve.
Contra lo que predecían muchos, en lugar de cerrarse, se está abriendo a favor de Peña. En la encuesta de ayer de Buendía-Laredo para El Universal, el candidato priista aparece con 54% de las preferencias, cuatro puntos más que en la levantada en marzo por esta casa encuestadora. En el sondeo de Parametría para El Sol de México, Peña obtiene 51%, cuando hace un mes estaba en 47%.
Ahora bien, la noticia más importante parece ser la caída que ha tenido recientemente la candidata del PAN. En la de Buendía-Laredo cae de 28% a 23%. En la de Parametría de 31% a 25%. Sigue estando en segundo lugar, pero ya muy cerca del tercero, López Obrador, quien cuenta con 21% de las preferencias en la de Buendía y 23% en la de Parametría.
En lo personal me gusta la idea de que el Ejecutivo tenga mayoría en el Legislativo para gobernar. El presidente ya no tendría pretextos. Contaría con los votos necesarios para sacar adelante su agenda legislativa. Para bien y también para mal.
A nueve semanas de la contienda, Peña está cada vez más firme en el primer lugar por lo que surgen dos cuestionamientos. El primero es la disputa por el segundo lugar. Como el puntero está muy despegado, el interés se está centrando en quién podría convertirse en la principal fuerza opositora en caso de que Peña ganara las elecciones.
Irse al tercer lugar sería un verdadero desastre para el PAN. Es extremadamente raro que el partido gobernante se convierta en la tercera fuerza política. Que yo recuerde, este tipo de situación sólo ha ocurrido con el PRD en las elecciones de gobernador de Baja California Sur y Michoacán. Imagine usted cómo se interpretaría en los medios el hecho de que el partido del presidente Calderón se amaneciera el 2 de julio como tercera fuerza electoral.
Para la izquierda, en cambio, sería una buena noticia quedar en segundo lugar, por muy alejado que esté del PRI. La medalla de plata se vería como una especie de logro de López Obrador, quien arrancó en tercero, pero habría remontado al segundo lugar. El problema es que este resultado dificultaría la reestructuración a fondo que necesita la izquierda en México que pasa, creo yo, por sacudirse de López Obrador para comenzar una nueva etapa post AMLO.
El segundo cuestionamiento que surge de los resultados de las encuestas es si el PRI, además de regresar a Los Pinos, ganará ambas cámaras del Congreso. De arrastrar Peña el voto a favor de los candidatos a diputados y senadores priistas, por primera vez desde 1997, el presidente tendría mayoría absoluta en el Poder Legislativo. De esta forma habría un gobierno unificado.
En lo personal me gusta la idea de que el Ejecutivo tenga mayoría en el Legislativo para gobernar. El presidente ya no tendría pretextos. Contaría con los votos necesarios para sacar adelante su agenda legislativa. Para bien y también para mal. Si es para bien, pues qué bueno por México. Si es para mal, y se complican las cosas en el país, pues no dude usted que en las próximas elecciones le cobraríamos los platos rotos al partido gobernante por sus fracasos.
En México necesitamos gobiernos responsables que no tengan pretextos para dar buenos resultados. En un sistema presidencialista esto sólo puede suceder cuando el partido del presidente tiene mayoría en el Congreso, lo cual empieza a verse factible por primera vez en muchos años.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.