Prácticamente 35 años antes, el intelectual chileno Manfred Max Neef en “La economía descalza”, ya advertía la esencia del problema socioeconómico que ha salido a la luz con la actual crisis sanitaria que estamos viviendo. Por un lado, dicha problemática apunta a la necesidad de replantear el propósito de la economía, poniéndola al servicio de las personas y no al revés. Por otro, el modelo de desarrollo adoptado por Chile y el mundo, centrado en el crecimiento del producto interno bruto (PIB), en las últimas décadas parece estar desbordando su capacidad de responder a las necesidades sociales. Cabe preguntarse: ¿tiene el crecimiento un límite?

En respuesta a esta interrogante, en su libro “Desarrollo a escala humana”, el economista, nos propone que las necesidades humanas, a diferencia de lo que solíamos pensar, son de carácter finito; mientras que los satisfactores para aquellas necesidades, son de índole infinita. En consecuencia, el modelo debe estar orientado a la satisfacción de las necesidades, poniendo de manifiesto que el desarrollo tiene que ver, predominantemente, con las personas y no con objetos materiales que propicien el crecimiento económico del mercado. En este sentido, vale recordar las palabras del presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando señaló el mes pasado que lo que ha revelado esta pandemia es que hay bienes y servicios que deben estar fuera de las leyes del mercado.

Actualmente, considerando nuestra situación como país dentro de la actual crisis sanitaria, comprender el rol del Estado dentro del modelo de desarrollo, es algo que se vuelve crucial. Si bien, hay perspectivas que apuntan a reducir la presencia del Estado y, más bien, potenciar y promover la inversión privada en aquellos sectores como educación, salud, seguridad social y vivienda., también es importante plantear que después de esta pandemia, y tomando en cuenta todo lo que ha quedado al descubierto, se hará necesario repensar nuestro modelo de desarrollo, de modo que se adapte a los nuevos requerimientos y necesidades que han surgido a partir de la crisis sanitaria global.

Como hemos constatado en Chile, el rol que juegan los Estados como aseguradores de bienes públicos para sus ciudadanos se ha vuelto fundamental, pues hemos podido evidenciar que es indispensable garantizar sistemas de salud para salvar la vida de las personas, sin importar sus condiciones económicas, brindándoles servicios de calidad orientados a cubrir sus necesidades sanitarias. En ese sentido, vale la pena evaluar los seguros de salud y el actuar de los servicios de salud privados, como los existentes en países como Chile y Estados Unidos, que operan bajo la lógica de mercado, generando una estructura desigual que restringe el acceso a una salud de calidad a los que menos tienen.

De seguir primando esta lógica, seguiremos viendo casos como el de la fijación de los precios del test de Coronavirus, en donde el Estado debió intervenir debido al aprovechamiento de sectores que actúan fuera de toda ética social. Esto evidencia que la autorregulación del mercado está, una vez más, dejando fuera del foco a las personas, para estar al servicio de intereses privados que nada tienen que ver con el desarrollo humano.

¿Cómo hacemos entonces, para generar un punto de partida donde todos podamos acceder a bienes públicos de calidad que ocasionen un encuentro de la diversidad de ciudadanos que pertenecen a una sociedad inclusiva? Construir un modelo de desarrollo a escala humana, basado en el bien común y donde la economía se ponga al servicio de las personas, es tarea de todos. Somos responsables de habitar emociones y actuar desde un hacer coherente para conformar una convivencia honesta, respetuosa e igualitaria, que tenga como fin el bienestar y la preservación de la dignidad humana. Es el momento de hacer las cosas de una manera distinta y poner un alto a las acciones que causan el aumento en la brecha de la desigualdad social, en la que nunca hay suficiente para quienes no tienen nada y siempre hay para quienes lo tienen todo.