La VII Cumbre de las Américas celebrada en Panamá, a dos décadas de haberse iniciado este proceso político-diplomático, fue histórica. La primera cumbre sin Hugo Chávez; la última con Barack Obama, Cristina Fernández de Kirchner, y el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza; y la primera con Cuba, representada por Raúl Castro. Y todo ello bajo la mirada auspiciosa del Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon; el Secretario de Estado de El Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, y el presidente Juan Carlos Varela como anfitrión.
Sin duda alguna, el tema central de la cumbre "Prosperidad con Equidad" quedó eclipsado por la cristalización del acercamiento entre Cuba y EEUU. Esto, aunque lógico desde el ángulo mediático y político, no dejó de ser una oportunidad perdida para lograr una agenda común que respondiera a lo verdaderamente importante. El FMI y la Cepal advierten que América Latina y El Caribe encara el fin de la "década dorada" de dinamismo económico asociado al boom de las materias primas y los negocios con China -que ha entrado en una fase de desaceleración económica-, lo cual se traduce en una ralentización del crecimiento promedio anual del PIB regional desde un sólido 4%, en el período 2003-2012, a un moderado 1,6% en el período 2013-2016. Por su parte, el Banco Mundial y el PNUD advierten sobre el impacto que esto puede tener en materia de equidad social, donde el logro de haber reducido casi a la mitad la pobreza en la región, en la pasada década, se encuentra en riesgo.
Aunque el presidente Obama dejó en evidencia cierta frustración por no haber logrado renovar totalmente las relaciones interamericanas, logró hacer brillar su legado hacia América Latina y El Caribe en Panamá, con cambios en materia de política anti-drogas, ajustes parciales en materia de política migratoria, su apoyo a la paz en Colombia con el nombramiento de Bernard Aronson como Enviado Especial, una nueva política energética hacia El Caribe...
Así las cosas, los reflectores se centraron en los discursos y el apretón de manos de Barack Obama y Raúl Castro en el primer encuentro entre líderes de ambos países, en más de medio siglo, dando un impulso además al proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas anunciado hace cuatro meses. El discurso cubano osciló entre la memoria histórica y el pragmatismo, con un Raúl Castro que desgranó los errores de la política de EE.UU. hacia Cuba, pero exculpó a Obama de los mismos. Asimismo, subrayó que una cosa es restablecer las relaciones diplomáticas y otra normalizarlas, remitiendo esto último al fin del embargo que depende de la decisión de un Congreso dominado por el Partido Republicano. Empero, la recomendación del Departamento de Estado de sacar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, mostró la determinación de Obama para cerrar este anacrónico y divisivo capítulo de la Guerra Fría.
Aunque el presidente Obama dejó en evidencia cierta frustración por no haber logrado renovar totalmente las relaciones interamericanas, logró hacer brillar su legado hacia América Latina y El Caribe en Panamá, con cambios en materia de política anti-drogas, ajustes parciales en materia de política migratoria, su apoyo a la paz en Colombia con el nombramiento de Bernard Aronson como Enviado Especial, una nueva política energética hacia El Caribe –con una promesa de US$20 millones para impulsar energías renovables y eficiencia energética-, el Plan "Alianza para la Prosperidad" con Centroamérica –con una promesa de US$1.000 millones para desarrollo y seguridad-, y el acercamiento a Cuba con el propósito de fomentar una liberalización política gradual apalancada en el comercio, las inversiones, las comunicaciones y el turismo. Falta por ver si la nueva política hacia Cuba funcionará como desea Obama o si marcará el inicio de la 'chinización' de Cuba como parece buscar Castro, es decir, su reingreso por la puerta grande al Sistema Interamericano de la mano con EE.UU. y con una amplia apertura económica para compensar la pérdida del subsidio económico de Venezuela -21% de reducción del suministro petrolero en 2014-, pero conservando su sistema político aunque con un relevo de dirigencia en 2018.
Por otra parte, el presidente Maduro luce como el gran perdedor de la cita. No logró ni "venezolanizar" la Cumbre con su estrategia de polarización, ni la revocatoria del decreto de Obama sancionando a siete funcionarios venezolanos por violaciones a los Derechos Humanos, después de una ardua campaña político-diplomática. Aunque buena parte de esto se debe al hecho material de una crisis económica que agravada con la caída de los precios del petróleo -50% desde junio de 2014- y combinada con la desaparición de Chávez se ha traducido en una pérdida de liderazgo regional; mucho de este resultado también se debe a la labor diplomática de último minuto del Consejero del Departamento de Estado, Thomas Shannon, quien visitó Caracas para bajarle el volumen al desencuentro diplomático ocasionado por el lenguaje utilizado por el decreto presidencial.
El discurso anti imperialista y de confrontación de Maduro hacia Obama sólo logró eco en sus aliados ALBA y Argentina, pero incluso Cuba hizo equilibrios. La región si bien ha rechazado el decreto de Obama en diversos foros –de la Celac a Unasur- por los intereses en juego, la falta de diligencia de parte de EE.UU. en explicar el lenguaje y la tradición diplomática latinoamericana, tampoco deseaba confrontar a un Obama que se despide de la región con avances positivos y que aclaró que no consideraba a Venezuela una amenaza. En consecuencia, Maduro tuvo que conformarse con romper el consenso y hacer que nuevamente una Cumbre de las Américas terminará sin una declaración final mediante su exigencia de incluir un rechazo a las sanciones de EE.UU.; y con una conversación de pasillo de pocos minutos y sin foto alguna con Obama, quien volvió a explicarle las motivaciones de su decreto, su rechazo a la encarcelación de líderes opositores, así como su interés en la reactivación de un diálogo político realmente fructífero en Venezuela.
Según el presidente Maduro el encuentro fue serio, franco y "hasta cordial", y ha agregado que podría abrirse un diálogo con EE.UU. Empero, tendremos que ver si esto realmente se produce, ya que el gobierno venezolano parece más interesado en lograr polémicas externas para desviar la atención de la población de la severa crisis económica que padece. La clave para materializar la petición regional de diálogos gemelos, entre los gobiernos de EE.UU. y Venezuela, y entre las principales fuerzas políticas en Caracas, como salida a la compleja crisis venezolana, parece estar en una coordinación tras bastidores nada sencilla entre EE.UU., Brasil, Cuba y El Vaticano que son los actores con influencia efectiva. Aquí se hace relevante el otro acercamiento menos espectacular que se produjo en Panamá, entre Dilma Rousseff y Barack Obama, quienes dejaron atrás el impasse provocado por el tema del espionaje en 2013, y acordaron una visita de trabajo de la líder brasileña a Washington el próximo 30 de junio.
En conclusión, asistimos a una cumbre histórica, pero de transición, cargada de una naturaleza similar al dios romano bifronte Jano. Reminiscencias del pasado de desconfianza y enfrentamiento entre EE.UU. y América Latina y El Caribe se hicieron palpables y evitaron concretar una nueva agenda común que sirviera de guía al nuevo Secretario General de la OEA, Luis Almagro; pero al mismo tiempo, se sintieron fuertes vientos de cambio que apuntan a un futuro lleno de pragmatismo y cooperación que aún no aflora completamente. La nueva era que despunta en el horizonte invita a todos los actores a revisar sus agendas y estrategias externas, así como a la necesidad de encontrar una nueva narrativa para abordar las relaciones interamericanas.
Toca prepararse para la VIII Cumbre, que tendrá lugar en Lima en 2018, la cual desde ya promete ser una transformational summit –como lo fue la de Miami en 1994 y que marcó el inicio de las cumbres liberales; y la de Mar del Plata en 2005, que marcó el inicio de las cumbres polarizadas-, con un nuevo gobierno en EE.UU. que -valorando la importancia del voto latino en las elecciones de 2016- tendrá el interés y un buen punto de partida, gracias a los cambios de coyuntura y al legado constructivo de Obama para liderar un nuevo consenso hemisférico.