El triunfo de Gustavo Petro en Colombia consolida un giro en América Latina, pero no necesariamente hacia la izquierda: desde 2018, constituye la decimocuarta ocasión consecutiva en la que el partido en el gobierno pierde la siguiente elección presidencial (sólo forman parte del recuento elecciones competitivas, es decir, no se incluyen las de Nicaragua y Venezuela). Existe sin duda un giro político en América Latina, pero es en contra del oficialismo, no necesariamente en favor de la izquierda.

Aunque el descontento con el oficialismo puede tener causas locales, obedece también a causas regionales y mundiales. Una causa regional probable es el tema de la corrupción dado que, desde 2016, enfrentamos el proceso Lava Jato: es decir, el mayor caso de corrupción jamás registrado en América Latina y el Caribe, el cual involucra cuando menos a 12 países. Entre las causas probables del descontento de alcance mundial, podemos mencionar al menos tres: el fin, en 2013, del mayor ciclo al alza en medio siglo en los precios de las materias primas que exporta América Latina. En segundo lugar, la pandemia del COVID-19, durante la cual América Latina tuvo caídas del PIB y tasas de muertes excedentes superiores al promedio mundial. Y, por último, la mayor inflación en cuatro décadas unida a la posibilidad de una recesión internacional, producto de sumar a los efectos de la pandemia los de la guerra en Ucrania.

Es cierto que, como a inicios de siglo, las fuerzas que vienen capitalizando en mayor proporción ese descontento con el oficialismo son las que se ubican hacia la izquierda del espectro político. Pero la prueba de que lo que prevalece es un giro contra el oficialismo y no en favor de la izquierda es que, allí donde la izquierda es el oficialismo, también pierde la siguiente elección presidencial: ocurrió en El Salvador y Uruguay en 2019, en Ecuador en 2021 (aunque, habiendo sido elegido como candidato de izquierda, Lenín Moreno cambió de orientación política una vez en el gobierno), y en Costa Rica en 2022.

Los triunfos electorales de la izquierda a principios de siglo se dieron en el contexto del super ciclo en los precios de las materias primas antes mencionado. Esas condiciones económicas inusualmente favorables contribuyen a explicar que, hasta 2015, la izquierda consiguiera la reelección con inusitada frecuencia: en Argentina, Bolivia, Ecuador y Uruguay ganó tres elecciones presidenciales consecutivas, y en Brasil cuatro. Pero, como vimos, la izquierda no es inmune al descontento con el oficialismo que prevalece en la región. Por ello, parece menos probable que, en el futuro, la izquierda se reelija en el gobierno con la misma facilidad con que lo hizo en el pasado.

Hay una última razón por la cual la izquierda enfrentará mayores obstáculos para acceder y permanecer en el gobierno que a principios de siglo: la derecha a la que enfrenta (y no sólo en la región), es más conservadora y menos democrática que en el pasado. De un lado, en 2009 tuvimos el primer golpe de Estado exitoso en mucho tiempo en América Latina (contra Manuel Zelaya en Honduras). Luego fueron destituidos presidentes de izquierda bajo circunstancias cuya legitimidad constitucional fue cuando menos discutible (Fernando Lugo en 2012, Dilma Rousseff en 2016 y Evo Morales en 2019). Incluso tuvimos una confabulación judicial que impidió la candidatura de Luis Inácio “Lula” Da Silva en 2018. De otro lado, es una derecha menos proclive a aceptar su derrota en elecciones que las autoridades electorales, los observadores internacionales o las principales democracias del mundo consideraron, sin excepción, libres y justas: Donald Trump en 2020, Keiko Fujimori en 2021 y Jair Bolsonaro, quien denuncia hace meses una voluntad de fraude en su contra (alegando, por ejemplo, que el sistema de votación electrónica, con el que fue elegido tanto congresista como presidente, de pronto dejó de ser fiable).