El requiem de la República Islámica es prematuro. Desde que la Guardia Revolucionaria confesó haber derribado por error un avión ucraniano con 176 personas a bordo –sin supervivientes- y haberlo escondido durante tres días, muchos iranías se atreven a hacer una comparación con la catástrofe nuclear de Chernóbil, en 1986. La cúpula soviética mantuvo entonces un bloqueo informativo durante varios días. La catástrofe y su gestión se convirtieron retrospectivamente en un símbolo del fracaso de la Unión Soviética, cuyo desmoronamiento comenzó tres años después. Pero eso no tiene que repetirse necesariamente en Irán.
Los paralelismos con la Revolución Islámica también son prematuros. En febrero de 1979 las fuerzas de seguridad ya no disparaban a los manifestantes, eran cada vez más los integrantes de ellas que se pasaban a las filas de los revolucionarios. Y estos tenían una figura carismática en torno a la cual aglutinarse: el Ayatolá Jomeini.
No se dan las condiciones para una revolución exitosa
Tales condiciones para una revolución capaz de tener éxito no se dan el día de hoy. La Guardia Revolucionaria, que marcó la guerra contra Irak entre 1980 y 1988, está decidida a seguir disparando contra los manifestantes. Su fidelidad al sistema es incondicional, pues se benefician económicamente de él. Por otro lado, los manifestantes no han logrado sumar una masa crítica con la que oponerse a este poder. Y no tienen líderes en torno a los cuales organizarse.
La sociedad civil iraní hierve e borbotones, pero no se prevé un colapso de la república Islámica, al menos no en un futuro próximo.
Sin embargo, el ritmo de las protestas en la República Islámica se acelera y los eslóganes se vuelven más radicales, a la vez que las protestas se vuelven más sangrientas. La primera gran protesta, en el año 1999, duró una semana. Los estudiantes protestaban contra el cierre de un periódico reformista. Su protesta en los alrededores de la Universidad de Teherán fue arrollada.
Diez años más tarde, la reelección manipulada de Mahmud Ahmadineyad provocó una protesta en masa, mayoritariamente de la clase media urbana, que acabó en enfrentamientos callejeros en Teherán con el Basij, una fuerza paramilitar de voluntarios subordinada a la Guardia Revolucionaria. Más tarde, tres millones de personas se manifestaron pacíficamente exigiendo la anulación de las elecciones. Pero tampoco lograron crear una masa crítica que sacudiese los cimientos de la República Islámica.
Entre finales de 2017 y principios de 2018, decenas de miles de personas, la mayoría iraníes pobres, salieron a las calles de todo el país para mostrar su descontento por la alta inflación y el desempleo. El pasado mes de noviembre, el aumento del precio de la gasolina, que pasó de ser muy bajo a triplicarse, provocó fuertes olas de protestas. La gente se manifestó contra el liderazgo de la República Islámica en todas las provincias, en ciudades pequeñas y grandes; edificios de los bancos estatales y de las fuerzas de seguridad fueron incendiados. La represión fue brutal y más de 1.000 manifestantes murieron.
La chispa de la tragedia no se extiende
Las protestas más recientes se concentraron en dos universidades de Teherán, donde se llevaron a cabo vigilias para las víctimas mortales del derribo del avión. La chispa no saltó a otras universidades y apenas a otras ciudades. Las fuerzas de seguridad lanzaron gas lacrimógeno y perdigones, pero no llegaron a disparar con tanta brutalidad como en noviembre. La protesta amainó con rapidez.
Sin duda alguna, el derribo del Boeing 737 aceleró la erosión de la confianza hacia la República Islámica. Pero el líder revolucionario de 80 años, Alí Jamenei, no muestra disposición alguna a asumir las consecuencias e introducir reformas. Por el contrario: muchos candidatos a las elecciones parlamentarias del 21 de febrero han sido descalificados, uno de cada tres diputados actuales no puede volver a participar. Jamenei se ocupará de controlar a una nueva generación de legisladores fieles a él y a los principios de la Revolcuión. La sociedad civil iraní hierve e borbotones, pero no se prevé un colapso de la república Islámica, al menos no en un futuro próximo.