En medio del exitismo y la certeza de algunos de que las cosas en el Perú seguirán inobjetablemente bien, lo que se puede apreciar en las proyecciones de propios y extraños (por ejemplo, el director de Fitch Ratings proyectó que el crecimiento de la economía peruana sería de 6,1% al final de 2011, y de 5,7% en 2012), apareció la noticia de que el país descendió en el ránking Doing Business.

En este dilema de pros y contras alrededor del futuro del Perú, es bueno recordar que el mundo occidental está en crisis y que, entre muchas muestras preocupantes de que la cosa no anda bien, la canciller alemana dijo recientemente que “si se rompe el euro, se rompe Europa”. Además, debemos tener muy en cuenta que si China crece a una tasa menor que la actual (ojo: no que entre en crisis, lo cual podría ser el “acabose” para nosotros), implicaría problemas muy importantes para toda Latinoamérica y, por ende, para nuestro Perú.

El optimismo indiscriminado parece haberse apoderado de la mayoría de los peruanos. En un país como el Perú acostumbrado a estar en crisis, o digamos en una situación de “crisis perpetua”, la esperanza parece haber echado raíces inesperadas. Un país que en los 80 y los 90 negaba oportunidades a sus habitantes, ahora parece estar en el extremo opuesto, aunque la desigualdad está presente en cada esquina, siendo más que usual para nuestras percepciones.

Es indudable que la situación ha cambiado. En 2011, parece que el Perú es un destino inevitable de inversiones, con una de las mejores cocinas del planeta, una tierra de oportunidades con un potencial tremendo, etc., etc., etc... Así, el mundo civilizado parece rendirse ante los encantos del Perú, lo que se manifiesta, por ejemplo, en que la revista Forbes hace algunas semanas dijo que Perú era el segundo mejor país para hacer negocios en América Latina... Pero, ¿está bien que seamos tan optimistas? ¿Le hemos ganado a alguien hasta ahora? ¿Está bien tener esa extraña mezcla de optimismo y soberbia?

Más allá de que muchos consideraban a Humala como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis (algunos de los cuales luego fueron los primeros en ir a felicitarlo, reunirse, celebrar la línea aérea de bandera, etc., etc.); la crisis es real. Así, preguntémonos: ¿qué puede pasarnos? y ¿cómo afectará directamente a nuestras empresas, emprendimientos u organizaciones en las que nos desempeñamos?

Hace muy pocos días la gran mayoría de los empresarios lucían aterrorizados ante la posibilidad de un gobierno autodenominado “nacionalista”. En esos momentos el hoy presidente era casi visto como la encarnación terrenal del demonio por la gran mayoría de la clase empresarial y por los niveles más acomodados de la sociedad del país. El temor a un gobierno de corte izquierdista que pudiera tocar el engranaje -al parecer muy bien mantenido y engarzado- de la economía peruana, parecía ser la principal preocupación de nuestros empresarios, de gran parte de la clase política y de otros amplios sectores de la sociedad.

Entre abril y mayo de este año, muchas empresas desarrollaron ejercicios de prospectiva -me tocó participar en varios- para tratar de esbozar o aterrizar el peor escenario posible (y totalmente factible) para sus intereses y a partir de ello, diseñar un plan de contingencias ante dicha situación. Un completo “plan B” o, en su defecto, medidas puntuales que permitan protegerse ante la situación casi “apocalíptica” que se presentaría. Bueno, como todos sabemos, el peor escenario posible -para gran parte de los peruanos- se hizo realidad al final de las últimas elecciones presidenciales.

Sin embargo, independientemente de si se juró por la constitución adecuada o no; si la primera dama aparece o viaja más de la cuenta, y algunos casos de aún no probada corrupción que nos preocupan en demasía, gran parte de las primeras señales fueron positivas. Al parecer, la necesidad de contar con un gobierno de cierto consenso llevó a las huestes humalistas a reclutar gente de diversa formación y diversos orígenes ideológicos o técnicos, muchos capacitados -no todos, claro está, nada es perfecto pero es mucho (muchísimo mejor) de lo que nos imaginábamos por ejemplo, en la primera semana de julio de este año (siendo sinceros, preguntémonos: ¿qué gobierno peruano tuvo al 100% gente idónea en sus respectivos cargos?-. Así, pareciera que la política macroeconómica está encaminada, aunque aún no nos queda claro cómo se viabilizará la tan mentada inclusión social, cosa que nos tranquilizaría a la mayoría de los peruanos, ya que el principal “caballito de batalla” de la campaña electoral de este gobierno fue la tan mencionada inclusión.

Pero, más allá de que muchos consideraban a Humala como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis (algunos de los cuales luego fueron los primeros en ir a felicitarlo, reunirse, celebrar la línea aérea de bandera, etc., etc.); la crisis es real. Así, preguntémonos: ¿qué puede pasarnos? y ¿cómo afectará directamente a nuestras empresas, emprendimientos u organizaciones en las que nos desempeñamos?

Se podría prospectar el peor escenario posible y trazar planes de contingencia. Muchos analistas están dando sus perspectivas y proyecciones; algunas optimistas y otras no tanto. Si tenemos planeamiento estratégico o algo parecido a estrategia dentro de nuestras organizaciones, es un buen momento para revisar sus fundamentos y establecer de manera profesional qué es lo que nos puede deparar el futuro, porque además de las obvias amenazas, los momentos de crisis también traen oportunidades que -la gran mayoría de las veces- no son tan obvias.