En algún momento de febrero o marzo, cuando el IFE apruebe los nuevos reglamentos del PAN, Cecilia Romero Castillo se convertirá en presidenta del CEN de ese partido, o jefa nacional como prefieren decir los panistas.

Suena increíble, pero Romero -quien dirigirá al PAN de manera interina por la licencia que solicitará Gustavo Madero para buscar la reelección- será apenas la primera mujer en presidir Acción Nacional, partido que cumplirá 75 años de vida en septiembre.

El proceso de reducción de la brecha de género en la política, que parecía llevar buen ritmo entre 1990 y 2010, se ha estancado. La oportunidad para revertir esa situación es el proceso electoral de 2015 cuando se renovarán varias gubernaturas y la Cámara de Diputados.

La presencia de mujeres en posiciones de poder político en México vive uno de sus peores momentos desde que Griselda Álvarez se convirtió en la primera gobernadora del país, en 1979.

Y no es que haya sido particularmente abundante de entonces para acá -en ese lapso ha habido unos 200 gobernadores en el país, incluyendo interinos, entre los cuales sólo seis han sido mujeres- pero, poco a poco, las mujeres se habían ido abriendo camino en la política.

El PRI tuvo su primera dirigente nacional en 1994 (María de los Ángeles Moreno) y el PRD, un lustro después (Amalia García).

Entre febrero de 1991 y abril de 1992, el país tuvo dos gobernadoras al mismo tiempo: Beatriz Paredes, en Tlaxcala, y Dulce María Sauri, en Yucatán. Y lo mismo ocurrió entre agosto de 2007 y septiembre de 2010 cuando gobernaban simultáneamente Amalia García, en Zacatecas, e Ivonne Ortega, en Yucatán.

Entre 1993 y 2008, varias mujeres, de distintos partidos políticos, presidieron la Cámara de Diputados: María de los Ángeles Moreno, Gloria Lavara, Beatriz Paredes, Marcela González, María Elena Álvarez Bernal y Ruth Zavaleta.

Para finales de ese periodo, las mujeres encumbradas eran parte del paisaje político. A nadie sorprendía que, en 2009, la primera mujer en ocupar la secretaría de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota, pasara a la Cámara de Diputados para encabezar la fracción del PAN y se convirtiera en prospecto de candidata presidencial.

Sin embargo, algo ha pasado en años recientes. Parece haberse vuelto mucho más complicado para las mujeres ascender a posiciones de poder.

Es cierto que las mujeres han aumentado su presencia en las Cámaras, vía cuotas. Por ejemplo, en la de Diputados, el número de curules ocupadas por mujeres pasó de 142 (28%) a 184 (37%) entre la Legislatura que arrancó en 2009 y la actual.

Sin embargo, este avance no se tradujo en una mayor representación en la titularidad de las comisiones de trabajo de la Cámara. En la LXI Legislatura (2009-2012) 22% de las comisiones eran presididas por diputadas; en la actual, 23 por ciento.

A eso agreguemos que desde septiembre de 2012 no hay una sola gobernadora en el país; que únicamente en 7% de los dos mil 456 municipios hay alcaldesas; que ninguna de las coordinaciones de las bancadas de las tres principales fuerzas políticas en el Congreso está en manos de mujeres, igual que ocurre con las Presidencias de las Cámaras, y que en el gabinete presidencial hay sólo tres secretarias y ocho subsecretarias.

El proceso de reducción de la brecha de género en la política, que parecía llevar buen ritmo entre 1990 y 2010, se ha estancado.

La oportunidad para revertir esa situación es el proceso electoral de 2015 cuando se renovarán varias gubernaturas y la Cámara de Diputados.

Aprovecharla implica superar el cliché de que es electoralmente arriesgado postular a mujeres a cargos de elección importantes, visión discriminadora que seguramente se reforzó con el mal resultado que obtuvo la candidata del PAN a la Presidencia en 2012.

Preocupa que en el Estudio nacional electoral de México 2012, que reseñé ayer en este espacio, 43% de los encuestados crea que un hombre gobierna mejor que una mujer, contra 38% que piensa que el género no es importante en ese caso.

Dicho resultado, me parece, está directamente relacionado con la cultura machista pero, además, con el hecho de que las mujeres han ido perdiendo posiciones en el tablero de la política.

Ya que los dirigentes de los partidos -puros hombres- no quisieron dar al menos una de las presidencias de las Cámaras a una mujer -habiendo legisladoras que tenían los méritos para hacerlo-, los partidos tienen que hacer justicia a las mujeres, nominando a muchas de ellas el año entrante.

No hay nada natural en que los hombres acaparen todas las gubernaturas, la enorme mayoría de los puestos en el gabinete y las posiciones más visibles en el Congreso.

Afortunadamente los tres principales partidos políticos tienen en sus filas a mujeres capaces de gobernar. Ya que los partidos tienen casi el monopolio de las candidaturas -siendo aún incipiente la postulación independiente- es su responsabilidad generar equilibrio.

Una mayor presencia de ellas en posiciones como Ejecutivo estatal, miembro del gabinete o presidente de comisión legislativa tendría un efecto virtuoso sobre la igualdad de género en el país.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.