Roma puede tener más siglos de historia, París espacios públicos más espectaculares, pero Londres les gana porque tiene más grúas. En una Europa cuyas ciudades parecen museos, donde los cafés que estaban de moda hace 70 años son los cafés de moda hoy, Londres tiene esa forma contemporánea de la belleza en que lo único permanente es el cambio. En constante reconstrucción, la capital inglesa se reinventa continuamente y, a los mil años de edad, es la ciudad más joven del Viejo Continente.

Londres acaba de inaugurar el edificio más alto de Europa, el Shard, que se agrega a una serie de construcciones que revolucionaron el paisaje urbano de la ciudad en los últimos 20 años, desde el Tate Modern y el Lloyd’s hasta el Millenium Bridge y ese huevo de vidrio de 40 pisos conocido como el Gherkin. Hace un mes, la ciudad celebró con fluvial fanfarria el Jubileo de la Reina y hoy se inflama de llama olímpica.

Pero cuidado. Al mirar donde se celebraron los Juegos Olímpicos desde 1980 hasta ahora --Moscú, Los Angeles, Seúl, Barcelona, Atlanta, Sydney, Atenas y Beijing-- la verdad es que la gloria olímpica se convirtió a los pocos años en recesión económica o política para las ciudades o los países anfitriones.

Con las excepciones de Atlanta (1996) y Beijing (2008), la maldición olímpica ha castigado sin piedad a quienes osaron tocar a los dioses.

¿Será éste el destino de Londres tras apagarse la llama olímpica? Aunque la capital británica parece estar hoy en la cima del mundo, la verdad es que la economía está oficialmente en recesión, con una tasa de desempleo superior al 8%, y el gobierno debe tener la secreta esperanza de que los US$ 14.000 millones gastados en infraestructura olímpica sean un paquete de estímulo keynesiano para la deprimida economía.

La verdad es que, en el largo plazo, la construcción de infraestructura olímpica casi nunca ha sido rentable. Montreal, que fue sede olímpica en 1976, tardó más de 30 años en pagar los US$6.000 millones que le costó la construcción de su estadio y villa olímpica, y lo único que le ha quedado a cambio es un estadio obsoleto, hoy inutilizable.

Es absurdo --y falso-- decir que las Olimpíadas provocaron los problemas de Corea en los 90 o los de Grecia hoy. Pero la postulación de algunas ciudades o países a ser sede olímpica puede ser un síntoma de aspiraciones absurdas que buscan un lugar que no les corresponde a punta de arquitectura faraónica y marketing global. O bien puede ser una señal de descriterio de naciones de tamaño medio o pequeño que no saben priorizar su asignación de recursos.

La rentabilidad olímpica depende también de la relación entre el gasto y el posicionamiento real o potencial de las ciudades sede. Beijing, por ejemplo, ha sido la ciudad que más gastó en infraestructura en la historia de los juegos, con US$40.000 millones, casi 4 veces más que lo que está gastando Londres.

Pero la extravagancia de su puesta en escena posicionó definitivamente a China como la nueva potencia mundial del siglo XXI y puso a su capital entre las grandes mecas turísticas del globo.

La capital británica, por el contrario, ha sido sitio de peregrinaje obligado del turismo desde siempre. Hoy sus calles y hoteles están llenos, pero después del furor de las próximas semanas, las cifras de visitantes debieran volver a los niveles de siempre. O sea, el crecimiento real será cero.

Para las ciudades emergentes, como Beijing en 2008 y Atlanta en 1996, las Olimpíadas pueden producir un efecto “ya llegamos”, emborrachando a los medios de comunicación y creando un boom turístico e inmobiliario con efecto en el largo plazo. Pero en ciudades que ya están en el mapa del éxito, como Barcelona, Atenas y la propia Londres, el dinero asignado termina siendo más gasto que inversión.

Desde el Big Bang de la desregulación del sistema financiero de los años 80, Londres ha sido y sigue siendo el centro financiero del mundo, por mucho que le duela a Wall Street.

Pero con el escándalo por la manipulación de la tasa de interés Libor, que azota justamente en estos días a los bancos de la capital británica, es posible que la ciudad pierda el privilegio de ser la plaza donde se decide las tasas de interés que usa todo el mundo para calcular el costo del dinero.

Con su flamante Shard y su Jubileo Real y sus Olimpíadas, Londres este año ha hecho todo lo posible por publicitar que está en la cima del mundo. Pero su desempleo y su recesión y su asediada tasa Libor también dicen que podría estar a punto de entrar en decadencia.

Quien debiera tomar nota de todo esto, con alguna urgencia, es Río de Janeiro, la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. Río no necesita posicionarse como destino turístico porque ya lo es, pero quizá Brasil no resista la tentación de promocionarse como potencia mundial al estilo chino. Y Brasil, por muchas ganas que tenga, no es China.

Lo que el gobierno brasileño debiera hacer mientras todos miramos a Londres es recordar qué son realmente los Juegos Olímpicos: una reunión de jóvenes tratando de correr más rápido, saltar más alto y lanzar cosas más lejos que todos los demás.