Las calles de Brasil están ardiendo con jóvenes que han salido a protestar y sus gobernantes no saben ni qué hacer ni qué pasa.

Curioso que políticos que hace tres o cuatro décadas estaban en las calles protestando en contra de gobiernos corruptos ahora se encuentren del otro lado de la ecuación y sin una idea clara de cómo responder.

Hoy los jóvenes brasileños están enojados con la clase política que llegó al poder con la promesa de acabar con la corrupción y que ahora está igual de marcada por ella.

Empezando por la presidenta, Dilma Rousseff, quien no ha sabido leer el enojo de los jóvenes. Y por el gobernador de Sao Paulo, Fernando Haddad, quien hasta hace una semana era visto como un futuro presidente de Brasil y en esta crisis ha hecho todo mal.

En el arranque de las protestas Haddad se encontraba en París pugnando para que Sao Paulo se quedara como ciudad sede de la Feria Mundial de 2020, un evento internacional igual de costoso que el Mundial de Futbol y las olimpiadas, que han sido parte importante del enojo de los brasileños.

Desde París, Haddad minimizó las protestas argumentando que en Francia ocurren a cada rato ese tipo de huelgas por temas de transporte. Y es que además de estar los brasileños enojados por los costos de los eventos mundiales de los que serán anfitriones en 2014 y en 2016, la gota que derramó el vaso para sacar a los brasileños a las calles fue el aumento en las tarifas del transporte.

Pero precisamente, como buena gota que colma la paciencia, cuando las autoridades se echaron para atrás en este aumento a la tarifa, los jóvenes siguen en las calles protestando.

El enojo es en buena medida producto del éxito brasileño bajo la presidencia de Lula da Silva. Tan sólo en la década de 2000 a 2011, el número de alumnos que entraron a la universidad se duplicó. Estos jóvenes quieren no sólo tener trabajo cuando obtienen su diploma, quieren un buen trabajo. Y la falta de oportunidades y la desigualdad que sigue existiendo en el gigante latinoamericano es justo lo que los tiene en las calles.

¡A qué grado ha estado la furia que el día del partido Brasil-México de la Copa Confederaciones, los jóvenes estaban protestando en lugar de festejando un evento que antes siempre despertaba el mayor patriotismo y alegría!

El tema es que las protestas, lejos de estarse apagando, están acarreando más simpatías. Una encuesta de Datafolha ha dado a conocer que en la primera semana de protestas, la simpatía hacia éstas estaba en 55% de los brasileños. Para la segunda semana el apoyo aumento a 77% de los encuestados.

La situación política y el ánimo de los brasileños ha cambiado muchísimo de 2007, cuando se anunció que Brasil sería la sede de la Copa del Mundo, a la fecha.

Entonces, se llenaron las calles de gente orgullosa de su país. Gente lista para recibir al mundo en su casa. Hoy los jóvenes brasileños están enojados con la clase política que llegó al poder con la promesa de acabar con la corrupción y que ahora está igual de marcada por ella.

¡Hay que prenderle fuego a la burguesía! Fue lo que los manifestantes grafitearon en las puertas del Teatro Municipal. Así están arrancando su furia. Aun cuando no tienen un claro liderazgo ni saben qué quieren.

Así, con una clase política que no ha sabido calcular bien el alcance de la molestia, vive hoy Brasil su propia primavera.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.