Sin compartir los postulados de quienes se oponen a la nueva normativa que regula las corridas de toros en Quito, entiendo su frustración, se sienten estafados. Esperaban una prohibición radical del espectáculo taurino y ahora resulta que, en lugar de ello, se establecen unas reglas que fuerzan a la realización de un evento menos brillante pero más cruel. Como decía el maestro Lucho, “le compusieron peor”.

Y claro, se lanzan contra la ordenanza de cabildo que crea este engendro. Pero tampoco se puede achacar al concejo metropolitano el desatino, la ilustre corporación está aplicando, en sentido estricto y literal, los resultados de la consulta del 7 de mayo. En ese desatinado plebiscito se preguntó: “¿Está usted de acuerdo en prohibir, en su respectiva jurisdicción cantonal, los espectáculos públicos donde se maten animales?”. En Quito, capital taurina del Ecuador, la respuesta positiva a esta proposición ganó por estrecho margen. Tal como se van a llevar a cabo las corridas, la muerte ya no se produce en el espectáculo (“función o diversión… en que se congrega la gente para presenciarla”). Que luego se lo mate en los chiqueros, en un faenamiento lúgubre y deshonroso, no es un espectáculo… también cabe la posibilidad de dejar viva a la res, luego de la lidia, sin que se gane nada con ello.

¿Qué le pasa a este señor?”, plantearán algunos impacientes. “¿Quiere quedar bien con todo el mundo, con los animalistas, con los taurinos, con el cabildo metropolitano?”. Tranquilos, voy a dictar sentencia. La responsabilidad de esta situación ambigua, que deja inconformes a todos, radica en quienes redactaron la pregunta de la consulta, intencionadamente confusa, como toda la legislación que se ha dictado desde el 2007. Con palabras oscuras e ideas semiocultas, se dejan resquicios para que la ley se aplique discrecionalmente. Esta enrevesada proposición tenía el demagógico propósito de dejar fuera de tal legislación las peleas de gallos, porque eso podía restarles votos en muchos cantones en los cuales hay gran afición por esta actividad. En las galleras no se mata a las aves, sino que a veces “se muere”, de manera que no es posible prohibirlas. Entonces, quienes protestan contra las corridas quiteñas debieron ser más consecuentes y manifestarse en la campaña misma del referéndum y no ahora que el soberano (que es el pueblo) ha hablado.

Pero la gravedad del tema está justamente en esta manipulación de las palabras, en la contaminación de su sentido. Las primeras normas que quebrantan los déspotas son las del lenguaje. Es lo que en la cursi neolingua tecnocrática llaman “resemantización”. Las cosas ya no significan lo mismo. Lo que en tu boca es calumnia, en la mía es miel. Comunicar significa incomunicar. Informar, desinformar. Si digo “de todos” en realidad quiero decir “solo mío”. Prohibimos los toros, pero los toleramos. ¿Ciudadano? No, no, léase “si Ud. da, dañó”. La vida nacional se ha transformado en una gran corrida a la portuguesa, la víctima es la misma, sufre igual, pero la matamos a escondidas.

Las primeras normas que quebrantan los déspotas son las del lenguaje. Es lo que en la cursi neolingua tecnocrática llaman “resemantización”. Las cosas ya no significan lo mismo. Lo que en tu boca es calumnia, en la mía es miel.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.