A principios del siglo XX el automóvil particular apareció como una solución casi incuestionable a muchos problemas, sobre todo al de la transportación humana rápida y placentera. Pero a principios del siglo XXI el automóvil particular ya es, paradójicamente, uno de los grandes problemas que aquejan a la Humanidad, dada la contaminación ambiental –entre otros efectos perniciosos- que generan los miles de millones de desplazamientos diarios con auto particular en toda la aldea global. 

La contribución infortunada del Estado a esta situación crítica no es desdeñable. Todo lo contrario. Varía de un país a otro la ayuda gubernamental insensata que se ofrece al uso indiscriminado del automóvil. No cabe la menor duda de que la encrucijada ecológica global derivada puede tener solución sustentable si las políticas públicas mejoran el transporte público hasta el punto de hacerlo esencialmente una opción superior al transporte particular.     

En México este asunto tiene más implicaciones sociales y económicas alarmantes que en muchos otros países. Con la creencia pueril de que por ser un país productor y exportador de petróleo podemos darnos el lujo autodestructivo de consumir gasolina “sin ton ni son”, los gobiernos han subsidiado absurdamente su precio. No hay ni una pizca de lógica social, ética, ecológica o financiera en esta decisión. Y para demostrarlo veamos y revisemos algunos datos duros sobre este asunto.

El subsidio a las gasolinas se ha convertido en un estímulo perverso para alentar irracionalmente su consumo, siendo escasa su producción nacional y creciente y cara su importación. Se está pasando a las generaciones futuras un legado energético empobrecido y oprobioso.

•Según estimaciones del profesor John Scott -del CIDE-, entre 2005 y 2010, el subsidio energético (que incluye gasolina, gas y electricidad) alcanzó los 1.150 mil millones de pesos (mdp), que representaron el 10% del PIB promedio de ese periodo. Esto significa que en cada año en promedio hubo un subsidio de 200 mil mdp, muy superior al presupuesto de las agencias gubernamentales encargadas de abatir la pobreza (sic).

•El 2008 fue financieramente escandaloso, siguiendo la misma fuente: el subsidio energético a precios corrientes fue de 400 mil mdp, destacando que este fue “más que todo el gasto público en salud y diez veces el presupuesto del principal programa social en México: Oportunidades”.

•En 2012, año de elecciones presidenciales, el valor del subsidio a gasolinas y diésel fue -en pesos constantes de noviembre del 2009- de 206 mil mdp, 20% mayor al de 2011 y 121% más que en 2009. El 2008 registró, en estos términos, un monto récord bestial de 260 mil mdp.

•La demanda interna de gasolina en el 2006 fue de 661 mil barriles diarios (mbd), cubriéndose el 69% con producción nacional y 31% con importaciones. Ya en 2012, la demanda interna fue de 802 mbd, 21% más que en 2006, pero la producción nacional cubrió el 51% y las importaciones el 49%.

•El precio actual de cada litro de gasolina en México, medido en dólares americanos, es de 86 centavos, apenas 69% de lo que se paga en Argentina, 44% de lo que se paga en Chile y 37% de lo que pagan los holandeses.

•Entre diciembre del 2006 y enero del 2013, el incremento acumulado de los precios pagados por litro de diésel, Magna y Premium fue, respectivamente, de 98%, 62% y 38%. Estos datos expresan que estos precios administrados por el gobierno fueron “deslizados” gradualmente hacia arriba, aunque entre 2008 y 2009, en menos de un año, se mantuvieron estables. Nótese que la Premium, la gasolina que probablemente consumen más los autos de lujo, fue la que tuvo un menor incremento acumulado en ese periodo.

•En diciembre de 2006, había marcadas diferencias entre los precios de cada uno de los tres combustibles referidos. En enero de 2013 tales diferencias se redujeron notablemente y son mínimas. La convergencia de estos precios ha beneficiado obviamente a los consumidores de Premium, que probablemente se ubican en los estratos superiores de ingreso del país.

•Por último, los datos que constatan fehacientemente el despilfarro energético en México: el consumo per cápita de gasolina aquí es 22% mayor que el de Alemania, 71% mayor que el de Italia, 103% mayor que el de Chile, 141% mayor que el de España y que el de Francia, 192% mayor que el de Argentina  y 242% mayor que el de Brasil. 

Pongamos ahora en términos simples -es un decir- este abigarrado paquete de números para sacar algunas ideas que ubiquen en clara y realistamente algunas implicaciones económicas y políticas del subsidio a las gasolinas. 

El subsidio a las gasolinas se ha convertido en un estímulo perverso para alentar irracionalmente su consumo, siendo escasa su producción nacional y creciente y cara su importación. Se está pasando a las generaciones futuras un legado energético empobrecido y oprobioso. En la gran zona metropolitana del Distrito Federal se estima que sólo el 20% se transporta en autos particulares y 80% en transporte público. Queda claro que una minoría es beneficiaria de esta política pública de subsidios, sin olvidar que los esfuerzos presupuestales crecientes presionan las finanzas públicas metropolitanas para darle mayor equipamiento urbano a “su majestad” el automóvil particular. 

El bajo precio relativo de las gasolinas subsidia su consumo desmesurado, que se satisface con importaciones en ascenso; exportamos petróleo, luego lo compramos refinado y lo vendemos subsidiado como gasolina. El rezago de la industria petrolera nacional es también un factor que agudiza tales distorsiones. Un punto crucial en la agenda nacional es fortalecer el funcionamiento integral de PEMEX con criterios nacionalistas y con visión de largo plazo.

El subsidio a la gasolina es regresivo por que beneficia indebidamente a los sectores mejor ubicados en la escala social, en una sociedad marcada por profundas desigualdades e inadmisibles niveles de pobreza. Los datos del CONEVAL, institución estatal avocada a medir la pobreza y evaluar las políticas públicas contra la pobreza, señalan que el 75% de la población mexicana en 2010 padecía al menos un carencia y 26% enfrentaba “al menos tres carencias sociales”. En este contexto social degradado es insostenible mantener unos subsidios a las gasolinas que pueden tener un destino mejor, por hacerlo eficiente y justo. El dato del presupuesto de la Secretaría de Desarrollo Social en 2012, de 76 mil mdp, es ridículo frente a los 206 mil mdp que chupa tal subsidio. ¿Alguien está dispuesto a defender en serio esta disparidad presupuestal?        

El monto del subsidio a las gasolinas puede tener un mejor destino si se asigna a satisfacer las necesidades elementales insatisfechas de más de 50 millones de mexicanos sumidos en condiciones de pobreza, extrema y no extrema. Los pagos de transportación pública de los pobres tienen desde hace unos años un peso relativo creciente en sus gastos diarios, muy probablemente a costa de ingerir menos alimentos y de menor calidad. ¿ No sería verdaderamente sensato y eficaz subsidiar el transporte público para mejorar el bienestar familiar, además de elevar la productividad de la fuerza de trabajo con un transporte público barato, moderno y cómodo? 

La persistencia de estos subsidios energéticos, especialmente en las gasolinas, revela relaciones mezquinas, corruptas y clientelares entre el gran poder político (Ejecutivo y Congreso), los partidos políticos y las minorías sociales que se privilegian con estas políticas públicas autodestructivas en lo ambiental y concentradoras del ingreso y de la riqueza. En la competencia electoral pasada no hubo ningún candidato presidencial que tratara seriamente el tema. Eso no daría votos, por que era políticamente incorrecto atreverse a “tomar el toro por lo cuernos”. Así ha sido hasta ahora, pero este tema candente ya acota con mucho los márgenes sociales y los tiempos para no hacer nada, que es lo que hasta la fecha hemos hecho para cambiar esto: nada.

Revertir seriamente esta errónea y suicida política de subsidios a las gasolinas nunca será fácil ni en lo social ni en lo político-electoral, sea cual fuere el gobierno y las fuerzas políticas que asumieran en su momento esta indeclinable responsabilidad histórica. El “parto de los montes” nunca se ha hecho en la historia humana en el momento “políticamente correcto”, por que éste no existe para resolver estas cuestiones; jamás habrá circunstancias para hacer “lo correcto”, lo que  gane el consentimiento de las minorías egoístas y de los astutos bribones que se benefician con tales subsidios generalizados.

Es previsible e inevitable un primer impacto inflacionario fuerte con una nueva política energética, pero la estabilización monetaria puede y debe llegar en un plazo corto. Los instrumentos fiscales y monetarios existen para amortiguar este anunciado choque de oferta, el verdadero “gasolinazo”, término que suelen usar  los pusilánimes e ignorantes para referirse a los tibios ajustes que se han implementado para poner precios mayores a las gasolinas, los que han pretendido reducir gradualmente el monto de este subsidio inicuo.

La justicia redistributiva expedita a favor de los muchos desfavorecidos por el modelo económico vigente -a través de las políticas fiscales- es posible y realista; no es ninguna fantasía delirante del pensamiento político igualitario de corte democrático. El nuevo subsecretario de ingresos de la Secretaría de Hacienda, Miguel Messmacher, hizo interesantes declaraciones –retomando postulados del “Pacto por México”- sobre esta cuestión embarazosa. Falta ver todavía qué hará este gobierno y sus aliados con el compromiso 73 del publicitado pacto que promete, sí, que promete revisar este asunto de los subsidios derrochados:

“Actualmente existen subsidios que tienen resultados regresivos pues asignan mayores recursos a las personas que más tienen. Tan sólo el 13% del gasto público en desarrollo humano llega al 20% de la población con menos ingreso, mientras que 32% beneficia al 20% de la población más rica. Algunos ejemplos de estos subsidios se encuentran en el sector energético y en el campo. No se entregarán más subsidios a la población de altos ingresos”.

El gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz publicó en 1979 un libro con temas políticos varios (“un puñado de reflexiones”, diría él), que llamó “El Ogro Filantrópico. Historia y política, 1971-1978”. Título hermoso, sugerente y original para entender la naturaleza dual e inevitable del Estado contemporáneo: cobra impuestos “ogrescamente” y da subsidios “filantrópicamente”. Quita y da. Exige y atiende. Demanda sacrificios y oferta bienestares. Vistas las preocupaciones por los subsidios en general, el Estado mexicano debe quizá gastar más, pero bien y de modo claro a favor de los que menos o nada tienen. El gasto público ha crecido, pero se ha gastado, mal, muy mal. Ineptitudes, corruptelas, cobardías, indolencias y malabarismos legales hay detrás de todo el despilfarro de los dineros públicos en este tipo de subsidios. El remedio comienza quizá, como escribiera Paz entonces, en “la crítica del poder y del Estado” . Aquí y ahora  caminaremos por esta vereda.