Una de las teorías conspirativas más recientes sugiere que la caída que viene experimentando el precio internacional del petróleo es producto de una conspiración entre los Estados Unidos y Arabia Saudita para perjudicar las perspectivas económicas de los rivales políticos que comparten (en lo esencial, Irán y Rusia).  

Pero en lo que al petróleo respecta, los intereses de Estados Unidos y los de Arabia Saudita no son similares. Al igual que la mayoría de sus aliados (y a diferencia de sus rivales más conspicuos), Estados Unidos es todavía un importador de crudo. Luego entonces le convendría en lo esencial, tanto por razones económicas como políticas, un precio bajo en la cotización internacional del petróleo. En particular, le habría convenido que se produjera una baja sustancial después de la Gran Recesión que se inició en 2008, cosa que, como sabemos, no ocurrió. Es evidente que, con base en la explotación del petróleo y gas de esquisto, Estados Unidos tuvo incidencia en la caída actual en la cotización del petróleo, pero el crecimiento significativo en su producción es en lo esencial un fenómeno de los últimos tres años, y confluye en el tiempo con otras variables (como una demanda mundial estancada), que serían más importantes para explicar esa caída. En cualquier caso, la industria del esquisto es una fuente de inversión y empleo, y contribuye a reducir el costo de la energía para los consumidores (existe un debate sobre sus efectos ambientales, pero este no parece haber tenido mayor peso en las decisiones sobre esa industria). En otras palabras, al gobierno de los Estados Unidos le convendría promover la producción de petróleo de esquisto por su aporte al crecimiento de la economía y a la reducción de la inflación, incluso si con ello no afectara en forma adversa a Estados rivales.

Digamos que, incluso si no fuera un resultado buscado en forma deliberada, las penurias del régimen iraní son un efecto colateral que no parece causar mayor preocupación en Arabia Saudita.

Los intereses de Arabia Saudita en materia energética son algo más complejos. Siendo un país en el que el petróleo da cuenta de más del 90% tanto de las exportaciones como de los ingresos fiscales, y de más del 50% del producto bruto interno, le convendría un precio del crudo lo más elevado posible. Con una restricción: que ese precio no sea tan elevado como para reducir significativamente la actividad económica mundial, y con ello la demanda y el precio futuro del petróleo. Por ende si Arabia Saudita hiciera algo contrario al objetivo de elevar el precio, cabría suponer que su accionar se explica por razones distintas a sus intereses inmediatos. Y eso fue lo que hizo en la reunión de la OPEP de Noviembre pasado, cuando lideró a las monarquías del Golfo en su oposición a la iniciativa de reducir la producción para poner un límite a la caída en la cotización internacional del petróleo.  

La pregunta obvia sería por qué Arabia Saudita actuó de una manera que parece ir en contra de sus intereses inmediatos. Hay varias respuestas posibles. Una primera es que el gobierno saudí no creía que la propuesta de reducir la producción de los Estados integrantes de la OPEP fuera a funcionar. Por ejemplo, durante el primer lustro de los 80, Arabia Saudita redujo a cerca de la mitad su producción de petróleo, sin detener la caída en su cotización. Parte de la explicación sería que (al igual que ahora), la demanda mundial apenas crecía (por factores tales como la recesión estadounidense de 1981 o la crisis de la deuda en 1982), mientras que (al igual que ahora), crecían nuevas fuentes de oferta (como la proveniente del mar del norte). La otra parte de la explicación sería que la OPEP padece la inestabilidad propia de todo cartel: cada integrante tiene un interés en mantener su producción, mientras sus socios reducen la suya. De ese modo se beneficia tanto por el alza del precio, como por mantener su cuota del mercado. Pero dado que todos los Estados tienen incentivos para incumplir las reducciones pactadas, en ausencia de mecanismos eficaces de verificación no conseguirían su objetivo de elevar el precio del petróleo (lo que haría que los Estados que sí redujeron su producción terminen peor que al principio, como ocurrió con Arabia Saudita en los 80s).

Pero dado que en esta ocasión sólo se buscaba contener la caída en la cotización del petróleo, es de suponer que ese objetivo sí estaba dentro de las posibilidades de una entidad como la OPEP (dado que aún controla cerca del 40% del mercado mundial, y Arabia Saudita por sí sola controla un tercio de ese monto). La respuesta oficial saudí es que al permitir la caída en la cotización del petróleo, su objetivo es reducir la inversión en (y la producción de) petróleo de esquisto (dado que al menos parte de esos yacimientos no serían rentables con precios por debajo de los 50 dólares el barril, como era el caso al momento de escribir este artículo). Pero claro, no todos en la OPEP cuentan con los recursos necesarios para capear la temporada de precios bajos: esa entidad posee más de dos trillones de dólares en fondos soberanos, los cuales pertenecen en lo esencial a las monarquías del Golfo Pérsico. Arabia Saudita posee además cerca de 900 mil millones de dólares en reservas internacionales. Por su parte países como Irán (el principal rival saudí en la pugna por influencia regional), no sólo carece de recursos equivalentes, sino que además está sometido a un devastador régimen de sanciones. Digamos que, incluso si no fuera un resultado buscado en forma deliberada, las penurias del régimen iraní son un efecto colateral que no parece causar mayor preocupación en Arabia Saudita.