La difusión mediática de las recientes declaraciones hechas por el papa Francisco en su visita a Brasil, respecto de la comunidad gay, han sorprendido a católicos, creyentes e incluso a quienes no practican esa u otra religión. La frase que se expandió como pólvora en las redes sociales: “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”, ha desatado la presunción de que el primer papa latinoamericano busca promover la tolerancia y el respeto hacia la comunidad LGTBI.
Sin embargo, la frase ha sido sacada del contexto total y por eso, no deja ver lo que el Papa ha dicho entrelineas. Analicemos aquí dos frases para ver que en realidad el mensaje del papa, sigue aún cargado de prejuicios y discriminación contra la población LGTBI. Ha dicho seguidamente por ejemplo:
Mientras la violencia y la discriminación continúan amenazando, el mundo sigue necesitando de líderes que promuevan un discurso no sólo tolerante, sino realmente respetuoso del derecho a la igualdad y del derecho del ser humano a ser reconocido como sujeto de derechos.
“El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy linda esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos.El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby”.
Al referire a “estas personas” el papa consciente o no, promueve la ídea de que existe una diferencia entre “estos” y “nosotros”. Teniendo claro que desde la perspectiva de género la identidad sexual y aún cuando los seres humanos somos distintos en la diversidad, esa diferencia entre “estas personas” y “nosotros” refuerza la exclusión y la discriminación hacia la comunidad gay. Por otro lado, al decir que la tendencia no es el problema, sino el lobby, el papa deja ver claramente que su posición respecto del lobby para que se reconozcan ciertos derechos a la comunidad gay sigue siendo la misma que tuvo por ejemplo en contra de la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando fungía como cardenal en Argentina. La diferencia es que mientras en aquel entonces llamó a los feligreses a librar una “guerra santa” contra el matrimonio igualitario, esta vez el lenguaje aparece más moderado, pero en realidad continúa promoviendo que la agenda de la comunidad gay para el reconocimiento de sus derechos humanos se mantenga fuera de la esfera eclesiástica y aún más importante fuera de la arena política.
Más adelante, al ser consultado por los periodistas sobre por qué en Brasil no había hablado sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, el papa respondió: “la Iglesia se ha expresado ya perfectamente sobre eso, no era necesario volver sobre eso, como tampoco hablé sobre la estafa, la mentira u otras cosas sobre las cuales la Iglesia tiene una doctrina clara”.
El papa crea con sus declaraciones, un parangón entre la estafa (que es un delito), la mentira (que por faltar a la verdad es contraria a la ética) y el matrimonio entre personas del mismo sexo; categorizándolas además como cosas de las cuales no merece hablar porque ya todo está dicho.
Aquí sería oportuno recordar que en la Biblia también se contemplaban como válidas conductas que con la evolución de la sociedad y el reconocimiento de los derechos humanos se reprochan y prohíben actualmente, tales como la pena de muerte y el castigo corporal para corregir a los niños. Pensar que ya todo está escrito implica negar los cambios que las sociedades por ser dinámicas experimentan.
Mientras en países como Irán, Somalia o Nigeria se ejecuta legalmente a quienes manifiestan abiertamente su homosexualidad, Latinoamérica no parece tan distante de esa realidad. Hace menos de un año en diciembre del 2012, la CIDH emitió un comunicado para expresar su preocupación por las ejecuciones extrajudiciales de miembros de la comunidad LGTBI. En este hizo un llamado a los Estados a adoptar medidas para investigar y prevenir los actos de violencia y homicidios contra la comunidad LGTBI, que suceden en países del continente americano entre ellos Argentina, Bolivia, Brasil, Honduras, Ecuador, Estados Unidos, México, Nicaragua y República Dominicana.
Conscientes de la influencia que la Iglesia ejerce no sólo en las sociedades latinoamericanas, sino también en política, es tiempo que los líderes religiosos establezcan un balance entre la libertad de religión y la libertad de expresión. El ejercicio del derecho a expresar, aún cuando el discurso es motivado por convicciones religiosas, implica también la obligación de evitar ofensas innecesarias que puedan generar exclusión y constituir una amenaza para los derechos de los demás.
Mientras la violencia y la discriminación continúan amenazando, el mundo sigue necesitando de líderes que promuevan un discurso no sólo tolerante, sino realmente respetuoso del derecho a la igualdad y del derecho del ser humano a ser reconocido como sujeto de derechos. El reconocimiento de nuestros semejantes como seres libres e iguales es fundamental para asegurar el respeto entre individuos en la comunidad en que vivimos. Además es esencial para frenar la violencia, asegurar una coexistencia pacífica, no sólo a nivel comunitario, sino a nivel global.
*Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos Asuntos del Sur.