En nuestro análisis previo a las elecciones, señalábamos algo que no constituye hoy sorpresa para nadie: Michelle Bachelet tiene la mayor probabilidad de convertirse en presidenta de Chile, aunque ello ocurrirá en segunda vuelta. Esto se reafirma tanto por la diferencia entre las dos candidaturas que competirán en el balotaje (46,67% de Bachelet contra 25,01% de Matthei) porque, más allá de los llamados a votar que hagan los siete candidatos que quedaron fuera de competencia, lo cierto es que la mayoría de ellos, al menos en términos programáticos, tiene mayor cercanía con la propuesta de la ex mandataria, lo que abre la posibilidad para ir a buscar a ese electorado. Siguiendo con el análisis planteado en mi columna previa a la elección, que también fue parlamentaria y de consejeros regionales, quisiera retomar los puntos planteados a modo de extraer lecciones y plantear los desafíos de los próximos 30 días.

Lo primero, señalar que la implementación del voto voluntario por primera vez en una elección presidencial, ha ayudado a sincerar el nivel de la apatía política en Chile para un padrón electoral que alcanza en términos reales 12,5 millones. En efecto, los únicos parámetros con voto voluntario que había eran los resultados de la pasada elección municipal (donde se implementó esta nueva regla electoral) en la que la participación alcanzó cerca de 5,8 millones. El otro referente respecto a la participación era la elección presidencial y parlamentaria de 2009, que con inscripción voluntaria y voto obligatorio, alcanzó una participación de casi 7 millones de electores. Con una participación de 6,7 millones de personas, hablamos de algo más del 50% del padrón, que si bien es algo más baja que la esperada, no es muy distinta a la que experimentan la mayor parte de las democracias consolidadas que tienen voto voluntario. ¿Genera esto un problema de gobernabilidad para la próxima administración?, lo cierto es que dependerá de la capacidad de movilizar electorado en la segunda vuelta (para que el triunfo sea contundente en caudal de votos) y de consolidar, mediante la agenda programática, el sólido respaldo que obtuvo la Nueva Mayoría en el parlamento. En efecto, las noticias en términos de resultado parlamentario son alentadoras con 67 de 120 diputados (diez más que en 2010), mientras que en el Senado, que se renovó parcialmente, logró fortalecer su bancada con 21 de 38 parlamentarios (aumentando en dos su fuerza parlamentaria). Cierto es que ello apenas alcanza para reunir el quórum supra mayoritario de la Constitución para hacer algunas reformas (4/7, 3/5 o 2/3 de los parlamentarios en ejercicio, cuando se trata de disposiciones de la constitución), cuestión que sigue haciendo necesario buscar formas de diálogo relevante con la oposición en el Congreso pero también, y de manera importante, con los parlamentarios independientes que llegarán al Congreso a partir de marzo próximo (cuatro en la cámara y tres en el senado).

Lo cierto es que la segunda vuelta abre una nueva oportunidad, sobre todo si se piensa que tanto el candidato que salió en tercer lugar (Marco Enríquez- Ominami) como la mayor parte de los competidores que quedaron fuera de la carrera presidencial, se han manifestado por una nueva constitución vía asamblea Constituyente.

Al respecto, aprender de la experiencia en el anterior gobierno de la presidenta Michelle Bachelet es clave, por cuanto pese a que en el año 2006 se alcanzó una mayoría relevante en ambas cámaras del Congreso, a poco andar del gobierno esta se diluyó, dando origen al llamado fenómeno “díscolo”, que incluso terminó con la expulsión o renuncia de importantes personeros de la, en ese tiempo, llamada Concertación. Las señales de unidad, particularmente en aquellas materias que generan controversia al interior de la coalición, serán claves para que el gobierno pueda llevar adelante su programa y tenga conducción de la agenda política, para eso, las señales en los primeros meses de gobierno respecto a los ejes prioritarios y las metas que se busca conseguir, serán claves, como será fundamental la capacidad de conducción y vínculo con el Congreso que tenga el equipo político de ejecutivo.

Por su parte, si bien la derecha representada en la Alianza por Chile logró contener la crisis que vive actualmente esa coalición logrando pasar a segunda vuelta, lo cierto es que el resultado es muy malo, porque si bien superó el 24,41% de la elección presidencial de 1993 (que es el peor resultado desde la recuperación de la democracia) lo cierto en que en términos absolutos el resultado de 2013 representa 50 mil votos menos respecto de aquella contienda presidencial. Al mismo tiempo, la derrota relevante en el parlamento (nueve diputados y un senador menos) y la pérdida de hegemonía de la UDI, el mayor damnificado (con ocho diputados menos y la pérdida de las dos circunscripciones en la región metropolitana), avizora una pelea relevante entre dos proyectos de derecha en un nuevo periodo presidencial, que sólo se verá contenido el próximo mes por la necesidad de conseguir el resultado menos deficitario posible en un escenario que desde ya les es poco promisorio.

Este resultado no cambia, por cierto, el desafío de enorme envergadura que tienen ambas coaliciones, que consiste en recuperar una confianza ciudadana que es cada vez más esquiva y que expresa en los niveles crecientes de desaprobación que obtienen en distintos estudios de opinión.

Por último, si bien la campaña de distintos actores ciudadanos para marcar “AC” (Asamblea Constituyente) en el voto, no tuvo el impacto deseado, en parte por la dificultad de contar los votos para lo cual se requería un “observador” en cada mesa. Lo cierto es que la segunda vuelta abre una nueva oportunidad, sobre todo si se piensa que tanto el candidato que salió en tercer lugar (Marco Enríquez- Ominami) como la mayor parte de los competidores que quedaron fuera de la carrera presidencial, se han manifestado por una nueva constitución vía asamblea Constituyente. En este sentido, habrá que ver si el nuevo llamado que han hecho los organizadores de esta iniciativa, logra convencer a una porción importante del electorado que concurrirá a votar por Michelle Bachelet en segunda vuelta.

Con todo, la contienda presidencial que viene en Chile en las próximas semanas promete ser una de las más relevantes de las últimas dos décadas, esto porque es claro que ambas candidaturas representan proyectos de país que son totalmente diferentes desde lo económico, político, social y cultural. Ello, sin duda, renueva la centralidad que tiene la política en los sueños de país.