Solo en algunos momentos de la historia se han abierto panoramas de oportunidades completamente nuevos. La imprenta, el ferrocarril, internet. En los servicios financieros, las instituciones de todos los tamaños siempre han tratado de incrementar sus resultados no a pasos agigantados, sino con un crecimiento gradual y proyectado a largo plazo.

Hoy en América Latina, la industria de los servicios financieros se encuentra en la cima de una montaña donde observa un valle de oportunidades sin explotar. Este panorama está determinado por el auge de la conectividad móvil y la disponibilidad de una banca en componentes, verdaderamente digital, que brinda a las instituciones la capacidad de cumplir con las altas demandas de los usuarios, las nuevas normativas y con la necesidad de conceptualizar, construir y lanzar nuevos productos a gran velocidad.

Durante 2019, se proyectó una caída de los préstamos a pequeñas y medianas empresas en el Caribe y Latinoamérica por hasta US$ 1 billón, por debajo de lo necesario para satisfacer las demandas diarias y metas a largo plazo de las empresas, acorde con lo establecido por el Foro de Finanzas para las PyMEs. También existe una oportunidad significativa en el mercado B2B de América Latina, donde el gigante consultor McKinsey estima una brecha crediticia de US$ 237.000 millones.  

La clave para aprovechar las oportunidades que se abren en todo el continente es una nueva forma de pensar y operar. En lugar de codificar y personalizar, los bancos deben impulsarse en un ecosistema API (Interfaz de Programación de Aplicaciones) y colaborar con los desarrolladores para configurar e integrar aplicaciones especialmente diseñadas para cada propósito. En este enfoque se requiere flexibilidad y una plataforma basada en la nube, que permita el desarrollo de nuevos productos y servicios que mejoren constantemente, en lugar de las grandes actualizaciones disruptivas.

Si aún existen dudas acerca de considerar a los no bancarizados, observe esto: GSMA Intelligence indicó que en 2020 el porcentaje de la población regional con acceso a un teléfono inteligente alcanzará el 76%, pero solo el 45% tiene acceso a los servicios bancarios.

Muchas nuevas empresas e instituciones financieras ya han tomado esta oportunidad y han puesto en marcha sus esfuerzos de investigación. A principios de 2019, el Banco Interamericano de Desarrollo resaltó la existencia de 1.166 empresas de tecnología financiera operando en 18 países de América Latina. También indica signos de consolidación, que muestran el nivel de madurez del ecosistema, así como el creciente interés de los inversores extranjeros y locales. KPMG publicó un informe que indica que las inversiones alcanzaron US$ 62.200 millones en 2018.

Tomemos como ejemplo a Nubank, en Brasil. El neobanco con sede en São Paulo cerró recientemente su ronda de financiación por US$ 400 millones, llevando su valoración en el mercado a US$ 10.000 millones. Con más de 20 millones de clientes, afirma ser el banco digital más grande del mundo (excluyendo Asia) y recientemente abrió sus operaciones en México y Argentina. La inversión en estos neobancos en la región también ha impulsado a Ualá, en Argentina, con una inversión de US$ 150 millones provenientes de Tercent y Softbank en noviembre del año pasado, respaldando su crecimiento actual que hoy se posiciona en 250 mil cuentes y más de 1,5 millones de tarjetas emitidas.

Mientras tanto, los bancos tradicionales están reconsiderando la forma de hacer negocios y se han unido a la tendencia fintech. En 2019, Banco Galicia lanzó NaranjaX, su proveedor de servicios financieros digitales –como una progresión de Naranja, el mayor emisor de tarjetas de crédito en el país, con más de 5 millones de clientes– con la ambición de llegar rápidamente a los 20 millones de usuarios.

Muchas de las nuevas fintech de América Latina han demostrado que los servicios financieros no están exentos de crear las experiencias personalizadas y con enfoque digital que los clientes ahora esperan, luego de estar expuestos a los servicios de compañías como Facebook y Uber. Mientras que los neobancos viven en ese mundo, los bancos tradicionales pueden evolucionar a un enfoque ágil, escalable y basado en datos, con las arquitecturas en componentes que apuntan hacia el futuro. Respaldados por su extensa base de clientes fidelizados, data histórica robusta para la generación de nuevos productos y un sólido balance general para asegurar el crecimiento futuro, serán ellos los que reclamarán el nuevo panorama de oportunidades de América Latina.