Octavio Paz habló del mexicano como una máscara, “un ser que se encierra y se preserva”, en su libro El Laberinto de la Soledad. Corría 1950, el PRI estaba en pleno apogeo como máquina burocrática y pirámide de poder. Faltaban décadas para la masacre de estudiantes en Tlatelolco en 1968, para las privatizaciones de Carlos Salinas de Gortari, el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, la mediática revuelta zapatista de Chiapas, la caida del PRI y los sexenios panistas.

Aun así la imagen del individuo reticente a mostrarse, dispuesto a defender su fortín mediante el “silencio y la palabra” sigue vigente para explicar, por ejemplo, la relación entre los mexicanos y las encuestas presidenciales.

Una encuesta del diario Milenio sigue dándole 15 puntos de ventaja a Enrique Peña Nieto (EPN), el candidato del PRI, y un empate técnico por el segundo lugar entre sus rivales más cercanos. Según otra, publicada con días de diferencia por Reforma, el empate técnico es por el primer lugar entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el candidato del izquierdista PRD.

Finalmente este es el país donde cada noticia tiene cuatro o cinco lecturas y la población está acostumbrada a desconfiar. Siguiendo a Paz, un país donde el lenguaje está “lleno de figuras y alusiones, de puntos suspensivos” y en donde el silencio trae “nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables”.

¿Cómo se pasó de una situación de absoluta previsibilidad a otra de total incertidumbre? ¿Qué se hicieron los 20 puntos de ventaja de EPN? ¿De dónde salió el ejército de reserva de votos AMLO?

Una respuesta sería suponer manipulaciones de un lado u otro. Otra, pensar que los mexicanos le mienten a las encuestadoras, se “guardan” y se suman al porcentaje de indecisos que alimentará finalmente la imprevisibilidad del resultado y sus interpretaciones conspirativas, incluyendo “caídas de sistema” u otras fórmulas más ingeniosas y rebuscadas.

Finalmente este es el país donde cada noticia tiene cuatro o cinco lecturas y la población está acostumbrada a desconfiar. Siguiendo a Paz, un país donde el lenguaje está “lleno de figuras y alusiones, de puntos suspensivos” y en donde el silencio trae “nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables”.

Y, sin embargo, la antesala de los comicios mexicanos tiene un sabor novedoso y refrescante. Como en cualquier país del mundo, en el México de hoy irrumpe una nueva generación globalizada y conectada, dispuesta a ocupar el espacio público y el de las redes sociales. Los estudiantes mexicanos han visto las imágenes de sus pares chilenos, egipcios, rusos y estadounidenses tomándose la calle. Agravios hay muchos, y el poder de fuego de esta generación es directamente proporcional a los espacios ganados o heredados. Pero México no es Egipto. Desde hace una década hay alternancia en el poder y la economía no está paralizada ni cooptada por una familia dinástica. En este contexto los muchachos y sus pancartas lucen menos revolucionarios que sus padres y abuelos de 1968.

Las movilizaciones estudiantiles y las últimas encuestas han provocado también una reponderación de AMLO, el candidato que en 2006 validó “la arisca soledad” al secuestrar el espacio público y desconocer el resultado electoral. En una columna de opinión publicada en Reforma (el mismo periódico que da a Peña Nieto empatado con López Obrador), Jorge Castañeda plantea una pregunta retórica respecto del Partido de la Revolución Democrática: “¿Quién hace la amalgama de tuiteros, manifestantes, comentócratas, burócratas y demócratas nacionalistas revolucionarios?” Y luego lanza un juicio que limita apenas con el vaticinio: “Uno esperaría que dentro de este río revuelto que es el movimiento, los demócratas modernos y globalizados se deslinden de los dementes u orates. No sé por qué, pero dudo que suceda”.

¿Qué es lo que duda que suceda el ex canciller del primer presidente del PAN, Vicente Fox? ¿Qué gane AMLO o que, de ganar el candidato del PRD, su gabinete no se llene de orates? Siguiendo el juego de las máscaras, las alusiones y los puntos suspensivos, ¿no hay en la frase de Castañeda una sibilina alusión al voto útil? Si Reforma está en lo cierto y Milenio en el error tes del PAN podrían sentir el llamado del pragmatismo y abandonar a su candidata. Ocurrió en Chile en 1964, cuando la derecha volcó sus votos por el centrista Eduardo Frei para bloquearle el camino a Salvador Allende. “No cambiaré mi programa ni por un millón de votos”, dijo Frei en aquel entonces. Y derrotó a Allende con un 56% de los votos, porcentaje récord hasta el día de hoy.

Peña Nieto podría requerir una ayuda similar. Cierto, eran otros tiempos, otros país, pero los mismos tres tercios electorales. Todo dependerá del momento en que electores, encuestadores y candidatos se saquen la máscara.