Las relaciones entre Latinoamérica y China han cambiado profundamente en los últimos 20 años. En 2001 las exportaciones de la región hacia el país asiático apenas representaban 1,6% del total de las ventas al exterior, mientras que en 2020 alcanzaron el 26%, lo que implica que China se ha convertido en uno de los principales socios comerciales de varios países de la región. Esto contrasta con lo ocurrido con las exportaciones de la región hacia Estados Unidos que pasaron de representar 56% del total en 2001 a 13% en 2020. Este cambio radical se debe en gran parte al acelerado crecimiento de China durante este período y a su creciente demanda de materias primas, especialmente de los países de América del Sur, tales como Perú, Chile, Brasil, Argentina y Uruguay. Algo similar ha ocurrido en el caso de las importaciones.
En contraste, durante las últimas dos décadas, la inversión directa de China en América Latina no ha sido tan importante comparada con la de otros países. Estados Unidos es el principal inversionista en la región, seguido por España, sin embargo, esto ha comenzado a cambiar y las empresas chinas han adquirido compañías en Latinoamérica, especialmente en sectores de infraestructura, producción de materias primas y energía. Destacan compras de empresas en el sector energético en Chile y México, así como en el sector de materias primas en Perú y Argentina.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en el período 2005-2020, las empresas chinas participaron en 150 fusiones y adquisiciones en la región, por un monto de alrededor de US$ 83.000 millones. Esto representa un incremento en su participación de 1,7% del total de estas operaciones en 2015 a 16,3% en 2019. Adicionalmente, el país asiático ha anunciado nuevos proyectos de inversión que significarían otros US$ 75.000 millones. Parte de la explicación de este dinamismo de las inversiones chinas en Latinoamérica está relacionado con la imposibilidad de las empresas del país asiático de invertir en Estados Unidos o en la Unión Europea por razones regulatorias y geopolíticas. Además, las empresas manufactureras chinas quieren asegurar sus mercados de materias primas a futuro, por lo que la región se convierte en una pieza estratégica de la expansión internacional de estas compañías, la mayor parte de ellas estatales.
Otro factor clave para entender la cambiante relación entre China y América Latina está relacionado con el financiamiento. En los últimos años se verifica un incremento en los préstamos de bancos chinos a gobiernos latinoamericanos. Según datos del Dialogo Interamericano, al 2020, el China Development Bank y el China Export-Import Bank habían concedido 94 préstamos por un total de US$ 137.000 millones, dirigidos principalmente a Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina. La mayoría de estos créditos han sido otorgados para financiar infraestructura, ejecutada por empresas chinas, y en algunos casos incluyen condiciones financieras que implican la venta a futuro de materias primas. Aunque este tipo de financiamiento se ha estancado en los últimos años, las deudas adquiridas pueden representar una importante carga fiscal para los países receptores.
Una diferencia importante en las relaciones con China es que mientras que las inversiones y el comercio con Estados Unidos y la Unión Europea se llevan principalmente a través de empresas privadas, la relación con el país asiático es mayormente a través de acuerdos bilaterales de gobierno y empresas estatales. Esto hace clave la diplomacia económica y las relaciones bilaterales entre los Estados latinoamericanos y China. Otro punto clave tendrá que ver con la política y las afinidades ideológicas, lo que se ha visto reflejado, por ejemplo, en el financiamiento, que se ha dirigido a países percibidos cercanos a Beijing.
El gobierno de Estados Unidos, desde la administración del expresidente Trump, e inclusive con la actual del presidente Biden, ha estado alejado de América Latina en términos de política exterior, lo que le ha permitido a China ganar espacios. Un ejemplo ha sido lo acontecido durante la pandemia. Mientras que Estados Unidos se ha preocupado más por resolver su situación doméstica, China, a través de la llamada diplomacia sanitaria, ha proveído a América Latina de insumos médicos y vacunas, lo que le ha ganado simpatías en la región.
Los gobiernos y las empresas de los países de América Latina deben entender que tanto China como Estados Unidos seguirán siendo sus socios comerciales, financistas e inversionistas preponderantes, por lo que una actitud pragmática debería ser la norma y tratar de sacar réditos a las diferentes oportunidades que presentan ambas partes. Desde el punto de vista comercial, la estrategia debe ser la integración inteligente, el fortaleciendo el comercio intrarregional y la diversificación de mercados, con la finalidad de incrementar la participación en las cadenas globales de producción. Desde el punto de vista de la inversión y el financiamiento, las prioridades son la transferencia de tecnología, la formación de capital humano y la diversificación productiva.
Mirando a futuro es claro que China continuará siendo uno de los principales socios comerciales de Latinoamérica, y su papel como inversionista irá en aumento, muchas veces acompañado por financiamiento de sus bancos estatales. La geopolítica jugará un papel importante debido a la guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China, en donde muchas batallas están teniendo lugar en Latinoamérica. La pugna Estados Unidos-China estará presente en la región, y se incrementará por comercio, por inversiones y por el abastecimiento de materias primas. Esto representa retos y oportunidades para América Latina, pero si se juegan bien las cartas, podría traer importantes beneficios para la región.