Si Juan Guaidó no logra sacar a Nicolás Maduro del poder luego de esta gira internacional, su tiempo como líder opositor habrá terminado en Venezuela. Dos importantes razones me llevan a pensarlo.
Uno: si bien Guaidó ha contado desde el primer día con un amplísimo respaldo internacional, su actual gira eleva ese apoyo a un nivel muy superior. Ya no es solo el líder "reconocido como presidente interino por casi sesenta países”, pero que apenas un puñado de gobiernos conocen personalmente; ahora está en Europa ―antes se reunió con una decena de dignatarios en Bogotá incluyendo a Mike Pompeo, secretario de Estado estadounidense―, pasó por Londres donde fue recibido por el Primer ministro Boris Johnson, fue a Bruselas donde Josep Borrell y la Eurocámara le reiteraron su espaldarazo, y ahora está en Davos, asistiendo al mismísimo Foro Económico Mundial, acompañando a los líderes del planeta, sosteniendo reuniones oficiales con presidentes y ministros, subiendo incluso a una tribuna para hablar en representación de Venezuela. El reconocimiento ha dejado de expresarse en cartas y declaraciones de cancillería, para traducirse en hechos cargados de simbolismo: lo tratan como a un jefe de Estado. En privado estos encuentros deben necesariamente cerrarse con compromisos de respaldo ante las eventualidades que el futuro pueda depararle a Guaidó una vez regrese a Venezuela, y con el acuerdo de nuevas medidas que pongan una presión definitiva al régimen de Maduro. Llegado este estadio, la comunidad internacional quema sus últimos cartuchos (a menos que alguno piense todavía en una aventura militar).
Dos: esta gira ocurre en un momento en el que el liderazgo de Guaidó luce debilitado en Venezuela. Un año de altos y bajos ha pasado factura en su imagen puertas adentro. A finales de diciembre, algunos se preguntaban incluso si sería reelegido como presidente de la Asamblea Nacional. De manera que este reconocimiento que recibe en Europa debe servir para que recobre el impulso perdido, para que los venezolanos vuelvan a verlo como un líder capaz de guiar al país hacia una transición, y para que recupere su poder de convocatoria, elemento fundamental no solo para mantener su liderazgo interno sino también externo ―sin gente protestando en las calles cualquier condena de la comunidad internacional pierde legitimidad―. Guaidó apuesta a revivir las escenas de marzo de 2019, cuando regresó al país tras su gira por Suramérica. Entonces fue recibido en Caracas como un héroe olímpico que desafiaba al régimen. Así pues, si su regreso no consigue ahora el mismo entusiasmo, y si no logra organizar nuevas y multitudinarias manifestaciones, también él habrá quemado sus últimos cartuchos.
En conclusión, el tiempo corre, y más que en contra de Maduro, corre en contra de Guaidó. Los venezolanos quieren que esta coyuntura termine, y él ya ha tenido un año para lograrlo: recibió todo el apoyo de las bases opositoras que en un principio lo siguieron en marchas extraordinarias, y a eso se suma el contundente respaldo internacional. Esta nueva gira renueva el apoyo del mundo, y se prevé que otra vez despierte la confianza de los ciudadanos. Pero en tiempos de crisis la paciencia popular es corta, y en general la política tiene unos plazos y los liderazgos fechas de vencimiento. Si Juan Guaidó no logra derrotar al régimen esta vez, habrá perdido su oportunidad de entrar en la historia, y entonces llegará su hora de hacerse a un costado.
En conclusión, el tiempo corre, y más que en contra de Maduro, corre en contra de Guaidó. Los venezolanos quieren que esta coyuntura termine, y él ya ha tenido un año para lograrlo...