Tal como lo ha registrado AméricaEconomía a lo largo de sus 25 años, el fenómeno de las multilatinas no es nuevo. Grandes firmas argentinas, brasileñas, chilenas y mexicanas, entre otras, llevan varios años conquistando mercados más allá de sus propias fronteras. Hasta ahora, esas marcas reconocibles para los lectores de esta revista eran más bien excepciones a la regla. Sin embargo, hoy somos testigos de una nueva y mayor ola de internacionalización de muchas de nuestras empresas.

Debido a mi trabajo, suelo tener contacto con innumerables líderes de empresas de todos los tamaños. Una inmensa mayoría de ellos me aseguran que tiene planes de expandirse a otros países latinoamericanos o, incluso, llegar a otros continentes.

Esa expansión internacional de las actividades de nuestras empresas es posible gracias a los profundos cambios que ha vivido América Latina en las últimas tres décadas. Hasta entonces, muchos de nuestros empresarios se conformaban con preservar sus mercados nacionales, dependiendo de barreras para protegerse de la competencia extranjera.

Hoy nuestra región está inserta en otra dinámica. Los aranceles aduaneros promedio han disminuido de 40% en 1985 a menos de 10% en la actualidad. Y nuestras exportaciones aumentaron casi 10 veces, pasando de US$ 92.000 millones en 1980 a más de US$ 850.000 millones en 2010.

Otro indicio favorable es la aceleración de la integración sur-sur, con el surgimiento de los gigantes asiáticos como principales motores de la economía global. Eso es ya un fenómeno ampliamente conocido, con una fuerte demanda de parte de China por materias primas mineras y alimenticias producidas en nuestra región. Se trata de un fenómeno que ha ido acompañado de una creciente participación de los países en desarrollo de la inversión extranjera directa a nivel global. En 2009, un 21% del total de esa inversión provino de los propios países en desarrollo. En 1990, la cifra comparable era de apenas de 5%.

Esta integración comercial sur-sur, a su vez, ha ido acompañada de una creciente integración intrarregional, otrora una expresión de deseos. Actualmente, el comercio entre países latinoamericanos bordea los US$ 125.000 millones anuales, un aumento de ocho veces desde 1990. Y aún queda mucho margen para profundizar estos lazos. El intercambio comercial entre nuestros propios países aún está a la mitad del nivel alcanzado por las economías asiáticas.

A ello se suma el surgimiento de la clase media, que en números absolutos ha pasado de 200 millones de personas en 1980 a 382 millones en 2010, según datos de la CEPAL, y de una nueva generación de empresarios con mayores niveles de profesionalización, pero también con menor dependencia del Estado. Esta nueva generación es más competitiva y está mucho más conectada con lo que sucede en el resto del mundo.

560

 

América Latina y el Caribe están en el rumbo correcto. Estamos mejorando nuestras políticas y nuestras instituciones públicas. Las grandes tendencias en la economía global favorecen a
nuestra región.

Sin embargo, que el viento sople a nuestro favor no asegura por sí solo que el buque de América Latina llegue a buen puerto en los próximos años.

Uno de los principales desafíos pendientes es la productividad. Chile es el único país de la región que logró incrementar su productividad en relación a EE.UU. en las últimas cuatro décadas, en comparación con los tigres asiáticos (ver recuadro).
El hecho es que la región posee pocas empresas altamente productivas. El caso más grave es el del sector servicios,
que emplea la mayor cantidad de personas: es particularmente poco productivo frente a sus pares internacionales. Sin embargo, estudios del Banco Interamericano de Desarrollo demuestran que América Latina sí puede duplicar su potencial de productividad.

Como en todo problema complejo las causas de la baja productividad en América Latina son múltiples, e incluyen la informalidad que protege a sectores ineficientes, los altos costos
de transporte, la falta de crédito, regímenes tributarios discriminatorios y la falta de innovación.

En muchos casos, el problema no es únicamente la falta de recursos. Simplificar el pago de impuestos no requiere grandes inversiones. Eso sí, llevar a cabo políticas que desaten el potencial productivo de un país es difícil, ya que en ocasiones supone la eliminación de privilegios históricos de muchos grupos con influencia.

Por supuesto, también tendremos que invertir más en infraestructura. El costo logístico de América Latina y el Caribe más que duplica el promedio de los países OCDE, lo que impacta la capacidad de la región de competir en una economía globalizada. Sólo para cerrar la brecha en carreteras, por ejemplo, América Latina debe invertir US$ 2.852.000 millones, y para tener una red de ferrocarriles a la par con Corea del Sur, unos US$ 536.000.

Hay mucho camino por recorrer, pero se está avanzando. Para aprovechar la coyuntura internacional más favorable en muchos años, habrá mucho espacio para que el sector privado pueda ser
un aporte al desarrollo. El BID, como parte de su aumento de capital, está duplicando los recursos disponibles
para el sector privado.

En este nuevo contexto, la segunda ola de multilatinas no sólo contribuirá a profundizar los procesos de integración, sino que, además ayudará a construir una región más próspera
para todos.