Es común suponer que la preservación del régimen sirio debe ser de un interés superlativo para Rusia, teniendo en consideración que al día de hoy continúa vendiéndole armas, y está dispuesto a vetar proyectos de resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que exigen una transición política hacia un nuevo régimen. Eso es cierto en alguna medida. Por ejemplo, el régimen sirio es el único aliado de Rusia en el mundo de mayoría árabe, y la única base naval rusa fuera del territorio de la otrora Unión Soviética se encuentra en Tartus, dentro de territorio sirio. Sin embargo existen también razones que trascienden el caso específico de Siria para explicar la conducta de Rusia. Esas razones tienen que ver con objetivos de largo aliento de la política exterior y de defensa rusa que fueron puestos a prueba en el caso sirio.
En primer lugar está la preocupación tradicional desde tiempos de la Rusia zarista por controlar territorios que pudieran establecer una distancia entre las fronteras rusas y las de Estados potencialmente hostiles (es decir, crear lo que en geopolítica se denomina “profundidad estratégica”). En el caso de la Rusia actual, ello implica mantener influencia sobre las antiguas repúblicas de la Unión Soviética. Por ello Rusia percibió como potencialmente hostil la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), para incorporar países que, como Bulgaria o Polonia, formaron parte del Pacto de Varsovia.
A su vez, esa sospecha se vería confirmada por la incorporación en la OTAN de Letonia, Estonia y Lituania en 2004: es decir, tres repúblicas bálticas que formaron parte de la Unión Soviética. Y ese temor explicaría por qué Rusia decide atacar Georgia en Agosto de 2008. En abril de ese año la OTAN había decidido que si bien Georgia y Ucrania no serían incorporados de inmediato en la alianza, quedaba abierta la posibilidad de una incorporación futura: dado que una vez que Georgia fuese parte de la OTAN los demás miembros de la alianza tendrían la obligación de acudir en su defensa en caso de sufrir una agresión (según lo establece la Carta Atlántica), cualquier acción militar contra Georgia debía tener lugar antes de que se produjera esa incorporación.
¿Qué relación guarda la aspiración rusa a preservar la profundidad estratégica de que disponía la Unión Soviética con su política hacia Siria? Pues que mientras más involucrados estuviesen los Estados Unidos y la OTAN en conflictos armados alejados de las fronteras de Rusia, menor sería la probabilidad de que destinen tiempo y recursos a incorporar en la OTAN a las antiguas repúblicas de la Unión Soviética. Así, según George Friedman, “Rusia desea una Siria pro iraní no porque redunde en su interés en el largo plazo, sino porque, en el corto plazo, cualquier cosa que absorba los esfuerzos de los Estados Unidos, aliviará la presión que ese país podría ejercer sobre Rusia”.
Rusia puede potenciar a través de casos como este su poder de negociación dentro del sistema internacional: otro objetivo general de la política exterior y de defensa rusa que trasciende lo que pueda ocurrir en Siria.
Un segundo interés general de Rusia aplicable al caso sirio es su renuencia a brindar al principio de “Responsabilidad de Proteger” (en debate dentro de la ONU), carta de ciudadanía dentro del derecho internacional. En tanto podría ser empleado para legitimar intervenciones militares por razones humanitarias, dicho concepto ha encarado la resistencia de China y Rusia, dos Estados que tradicionalmente han valorado la soberanía estatal y el principio de no intervención. Además de razones históricas, un motivo para explicar el alto valor que Rusia concede a los principios de soberanía y no intervención son sus prácticas internas en materia de seguridad. Por ejemplo, el empleo extensivo de sus fuerzas armadas para resolver conflictos internos como el de Chechenia. En otras palabras, el gobierno ruso prefiere no legitimar en el caso de Siria un principio que podría luego ser esgrimido para poner en la picota su conducta en materia de derecho internacional humanitario. Ello contribuye a explicar el tenor de un reciente pronunciamiento conjunto que emitieron los gobiernos de China, Rusia y cuatro Estados de Asia Central sobre el caso de Siria, en el cual llaman a un “dialogo que respete la soberanía, independencia e integridad territorial de Siria”. Dentro de esa línea de argumentación, Rusia sostiene que el caso de Libia sienta un precedente preocupante. Actuando con base en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba el empleo de la fuerza para proteger a la población civil, las potencias de la OTAN intervinieron militarmente en Libia para conseguir su propio fin: el cambio del régimen político de ese país, como prueba su participación en la captura (y posterior ejecución extrajudicial) de Muammar Gadafi.
Lo cual implica que, en tanto la OTAN no tiene interés en intervenir en Siria sin un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia puede potenciar a través de casos como este su poder de negociación dentro del sistema internacional: otro objetivo general de la política exterior y de defensa rusa que trasciende lo que pueda ocurrir en Siria.