Un factor crucial, pero no exclusivo, del bienestar familiar de las mayorías en una economía moderna es o debería ser el salario mínimo. Y sobre éste ha comenzado una saludable y necesaria controversia pública en México. La razón es simple, entendible y de mucho peso: su poder adquisitivo ha caído de forma sostenida en las últimas décadas hasta el punto de ser un decisivo, pero no único, causante de pobreza y desigualdad crecientes que hoy frenan la justicia social y socaban la democracia mexicana.
El planteamiento político que hizo en mayo pasado sobre este tema Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del Distrito Federal, detonó el comienzo de la controversia mexicana sobre los salarios mínimos. Fruto cultivado de ello fue un documento innovador de política salarial elaborado por un experimentado grupo de economistas, abogados e historiadores (dentro y fuera de dicho gobierno), llamado: “Política de recuperación del salario mínimo en México y en el Distrito Federal. Propuesta para un acuerdo”. Allí se expone el tema del salario mínimo legal, sus rezagos, distorsiones y graves costos sociales asociados a una contumaz política económica que se ha distinguido por soslayar o desconocer la equidad social y la justicia distributiva como uno de sus fines primordiales.
Se reivindica con rigor analítico una visión alternativa de la política económica y social, de cepa socialdemócrata y progresista digo yo, opuesta a la ortodoxia neoliberal dominante desde hace varias décadas, abordando el tema controvertido desde ópticas macroeconómicas, jurídicas y políticas. Se estructura en 10 capítulos breves y un apéndice estadístico y los autores se esmeran en mantener un estilo expositivo relativamente accesible y siempre mesurado en su tono político. No está demás advertir que la lectura de algunas de sus partes no es fácil para los legos o novatos en asuntos económicos.
La existencia del salario mínimo no expresa un simple precio de mercado, puesto que es una figura jurídico-constitucional que constituye y exige un derecho social, el que debería garantizar un ingreso decoroso para cubrir las necesidades básicas de quienes lo perciben por su trabajo.
Sin embargo, sus objetivos son claros y sus propuestas programáticas permiten poner en la mesa de discusión pública la necesidad de hacer cambios inmediatos en materia salarial. No hay manera de negar que en este documento quedan a la vista los “porqués”, los “cómos” y los “paraqués” de esta problemática histórica que tiene que ser abordada y resuelta, sin pretextos ni demoras.
¿Cuáles son, desde mi punto de vista, los diagnósticos cuantitativos y conceptuales valiosos que se presentan en este documento?
Los presento apretadamente en los siguientes diez puntos:
Uno. El poder adquisitivo de los salarios mínimos cayó severamente en las últimas tres décadas (75% desde su punto máximo)como consecuencia de políticas monetarias, cambiarias y fiscales que privilegiaron la estabilidad monetaria- financiera y la competitividad económica del país, dejando en un plano secundario objetivos de equidad social (no obstante que formalmente nunca han dejado de existir las llamadas políticas sociales).
Dos. La existencia del salario mínimo no expresa un simple precio de mercado, puesto que es una figura jurídico-constitucional que constituye y exige un derecho social, el que debería garantizar un ingreso decoroso para cubrir las necesidades básicas de quienes lo perciben por su trabajo. Su insuficiencia económica creciente ha generado exclusión social.
Tres. La pobreza alimentaria hoy es alarmante. En 2014 el porcentaje de los trabajadores del DF que no pueden con sus ingresos salariales ni siquiera adquirir la canasta alimentaria es de 59,4%, muy por encima del que se registra en escala nacional: 50,4% . Y lo que aún es más grave: estos porcentajes han ido creciendo en lo últimos años.
Cuatro. La endeble recuperación del empleo -posterior a la ingente recesión de 2009 - se ha centrado nacionalmente entre 2008 y 2014 preferentemente en la franja de 1 a 2 salarios mínimos, quedando en un segundo lugar los empleos de 1 salario mínimo, al tiempo que se perdieron en términos absolutos empleos en las franjas de 3 a 5 y de más de 5, sobre todo (esto es, en lo mejor pagados) En suma, la precarización predomina en serio el mercado laboral.
Cinco. La población ocupada que percibía en 2013 hasta un salario mínimo, ese que no compra ni siquiera la canasta alimentaria, está cerca de 7 millones, que representa el 14% del total. De 2005 a la fecha ese porcentaje ha bajado ligeramente, lo cual revela que este ingreso ha seguido sin cubrir las necesidades esenciales, siendo la mayoría de ellos trabajadores por cuenta propia (seguramente ubicados en la informalidad), con jornadas laborales de menos de 15 horas, mujeres obviamente y ubicados en los servicios en general y, por supuesto, en el comercio. Esta combinación explosiva sólo refleja un mundo de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social rampantes.
Seis. Dentro de los países miembros de la OCDE nuestro país es el que tenía en 2013 el salario mínimo real anual más bajo, por debajo de Chile, el otro país latinoamericano que forma parte de este club multinacional. Entre 2002 y 2011 México fue el país en dejar prácticamente invariables (en un nivel real bajísimo) los salarios mínimos, lo cual manifiesta la ausencia de una política económica centrada en la recuperación del salario. El epigrama dramático para este dato es implacable: “México es el único país al final de la década (anterior) donde el valor del salario mínimo es inferior al del umbral de pobreza per cápita” (CEPAL).
Siete. El salario neto promedio por hora de la Cd. de México en 2012 era de 4 dólares, por debajo del estimado para varias grandes ciudades latinoamericanas como: Santiago, Bogotá, Lima y Buenos Aires, Río de Janeiro y San Paulo, donde tales salarios estaban en un intervalo entre 5 y 7 dólares. Con este indicador salarial la brecha que había entre la capital mexicana, frente a Nueva York, Los Ángeles y Chicago, hacia donde emigran miles de latinoamericanos, es obviamente abismal: de US$25, 20 y US$20, respectivamente.
Ocho. La evolución general de los salarios mínimos reales y de los salarios mínimos reales del IMSS ha sido ajena a la trayectoria de la productividad, sea que se mida por persona o por hora. Esta tendencia también se constata para la industria manufacturera, donde podría suponerse que empresarios y sindicatos revisan esta relación en las negociaciones de sus contratos colectivos de trabajo. La desavenencia, en este caso, entre una y otra variable es palmaria y penosamente sorprendente.
Nueve. Relacionado con lo anterior hay que enfatizar que en la tabla latinoamericana actual México tiene uno de los salarios mínimos reales más bajos a la vez que registra niveles de productividad de los más altos. En una retrospectiva histórica de largo plazo se observa que en nuestro país cuando la productividad cae el ingreso el salario mínimo real se desploma y cuando aquella sube éste es casi indiferente a dicho incremento. La irracionalidad de esta última conexión inversa ha conducido a un empobrecimiento masivo y rápido de los mexicanos. El dato bruto y más reciente de ciudadanos en pobreza lo dice todo con las cifras del CONEVAL: hoy tenemos 53 millones de personas en esta situación, casi la mitad de la población total.
Diez. Con datos de la OCDE, se apunta que la participación de los salarios (remuneraciones al trabajo) en el PIB hacia 2011 era las más baja entre varios países (aproximadamente el 27%), cuando Chile, otro país latinoamericano comparado, alcanzó un 40%. En Dinamarca, el país mejor ubicado en este ejercicio comparativo internacional, con una participación que alcanza casi el 65%, dato que comprueba nuestra indigencia salarial (absoluta y relativa). Y si tomamos en cuenta la “masa salarial” (salarios multiplicados por personas ocupadas) como proporción del PIB, el dato mexicano de los últimos 10 años revela su caída casi siempre sostenida. Para 2012 este indicador quedó un poco arriba del 26%, cuando en 2003 era cercano al 34%.
Hasta aquí los números duros que dan cuenta de muchas formas -y con fuentes y cálculos confiables- de la trayectoria histórica descendente de los salarios mínimos. Tanto el diagnóstico cuantitativo como el análisis desarrollado son un buen punto de partida en este documento para continuar, en una siguiente entrega, con la descripción y mis comentarios a las implicaciones de una nueva política salarial que allí se propone. Estamos en la hora inaplazable para acometer la discusión democrática de las diversas vías para mejorar y superar la situación miserable de los muchos perceptores de un salario mínimo.