Cuando se revisa el reporte del Imperial College de Londres que indujo al gobierno británico a establecer políticas severas y obligatorias de distanciamiento social, se encuentra una recomendación escalofriante: esas políticas deberán retomarse ante cada nueva ola de la pandemia. No hay economía que pueda resistir cuarentenas generalizadas de manera periódica. Los epidemiólogos responderían que su profesión intenta estimar las muertes que produciría una pandemia y cómo prevenirlas, no su costo económico: esa es, en lo fundamental, tarea de los economistas.

Como vimos la semana pasada, sin embargo, las investigaciones de algunos economistas estiman que, tanto durante la Gripe Española entre 1918 y 1920 como durante la pandemia en curso, el costo económico de las políticas severas y obligatorias de distanciamiento social es menor que el costo de las políticas que prescinden de ese tipo de medidas. Habría cuanto menos dos razones para ello. La primera es que el mayor número de infecciones y de muertes que estas últimas provocan supone en sí mismo un elevado costo económico. Pensemos en el caso de una empresa peruana que, como Antamina, continuó operando durante la cuarentena y que registró por ello 210 casos de contagio entre sus trabajadores. La segunda razón es que, aunque la ley no obligue a ello, por prevención, muchas personas despliegan espontáneamente conductas de distanciamiento social: en una etapa inicial en Corea del Sur, por ejemplo, no se obligó al cierre de las salas de cine, pero sus clientes prefirieron evitar las aglomeraciones que las convertían en una posible fuente de contagios. Otra fuente de caída en la demanda provendría del resto del mundo, algo particularmente importante para países como Suecia, cuya economía depende en una alta proporción del comercio exterior. Recordemos que la pandemia tendrá un costo muy elevado para la economía en cualquier escenario: ninguna política puede prevenir eso. Es decir, en lo económico, toda política será un intento por controlar el daño, no por impedirlo.  

A lo dicho podría objetarse que un par de investigaciones académicas no bastan para establecer un consenso dentro de la disciplina económica. Siendo eso cierto, habría que añadir que otra evidencia disponible sugiere las mismas conclusiones. Por ejemplo, una encuesta entre economistas internacionalmente reconocidos realizada por la Universidad de Chicago (sí, la de los “Chicago Boys”), encuentra que 88% de los encuestados estaban de acuerdo o muy de acuerdo con la siguiente idea: “Una respuesta comprehensiva al coronavirus implica tolerar una contracción muy grande de la actividad económica hasta que la propagación de la infección se reduzca significativamente” (ni uno solo de los encuestados estuvo en desacuerdo). A su vez, el 80% de los encuestados estuvo de acuerdo o muy de acuerdo con la siguiente afirmación: “Abandonar las medidas severas de confinamiento cuando la probabilidad de que resurja la infección es aún elevada produciría un mayor daño económico que mantener el confinamiento hasta eliminar el riesgo de que resurja” (nuevamente, ni uno solo de los encuestados estuvo en desacuerdo). 

Por último, las estimaciones tanto del Fondo Monetario Internacional (FMI) como de la Organización Mundial de Comercio (OMC), coinciden en que las proyecciones más optimistas para la economía internacional en 2021 dependen de que “la pandemia desaparezca en el segundo semestre de 2020” (según el FMI), o de “la duración de la pandemia” (según la OMC).