El director general de la Organización Mundial del Comercio, el brasileño Roberto Azevedo, acaba de renunciar con un año de antelación al término oficial de su mandato. Él ha sido un líder fundamental e incansable en la defensa del sistema multilateral de comercio en los últimos siete años. Me consta, como exembajador de Chile ante la OMC entre 2014 y 2018, de la gestión de Azevedo en lo institucional y lo político, por preservar el rol de la organización en el sistema multilateral de comercio, y sus ingentes esfuerzos por fortalecer este pilar fundamental de un comercio internacional basado en reglas que a todos, grandes y pequeños, de garantías. Debemos tener claro que, sin un sistema multilateral que fije reglas en el comercio internacional, no será posible un desarrollo social, económico y medioambientalmente sustentable. Los objetivos de la Agenda 2030 de Naciones Unidas no se van a lograr sin ello. Desde Chile acompañamos y respaldamos sus esfuerzos, de manera permanente a través de la Misión de Chile en Ginebra, y también mediante el respaldo político que dimos a su gestión en su primera visita a Chile en 2014 y luego en la visita de la presidenta Bachelet al Consejo General de la OMC en Ginebra en 2017.

Debemos entender que su renuncia se inscribe en el contexto del debilitamiento progresivo de la organización al que ha llevado la política de Estados Unidos desde el comienzo de la administración Trump. Esta ha atacado y cuestionado sistemáticamente los tres pilares fundamentales que están en el origen y la razón de ser de la OMC: el sistema de solución de disputas y su órgano de apelación, que está paralizado por la negativa de Estados Unidos a dar paso al nombramiento de los miembros mientras no se reforme el sistema –según sus parámetros, por cierto–, el principio del trato especial y diferenciado, por el que los países miembros menos adelantados obtienen preferencias de trato en la normativa que rige el comercio internacional; y el principio de nación más favorecida, por el cual las preferencias otorgadas a un miembro deben hacerse extensivas a los demás. La razón principal, obviamente, es China y su clasificación dentro de la OMC, que le permite seguir gozando de las ventajas con las que ingresó a la OMC hace 19 años, que, según Estados Unidos (y también según otros miembros) ya no le corresponderían dado su nivel de crecimiento y desarrollo actual.

Hay un trasfondo, también, evidenciado por la guerra comercial iniciada por Trump, que es la nueva realidad de la economía y el comercio internacional en un entorno digital, y la disputa por la hegemonía en la transformación tecnológica.

El trabajo de Roberto Azevedo al frente de la OMC dio importantes frutos para avanzar en el desarrollo del comercio internacional, especialmente en beneficio de los países menos adelantados y de las micro, pequeñas y medianas empresas, un importante Acuerdo de Facilitación del Comercio, la eliminación de los subsidios agrícolas de las grandes potencias, el avance en las negociaciones contra la pesca ilegal, la integración del comercio electrónico en las normas de la OMC, de las normas sobre licencias farmacéuticas, y muchos otros. Los países de economías en transición y los países menos adelantados debemos estar muy agradecidos de su compromiso con el sistema. Su renuncia es explícita en señalar que deja el cargo un año antes, para que se tomen decisiones que permitan “encontrar el camino hacia los compromisos en la reunión ministerial de 2021 y dar forma a la dirección estratégica de la OMC en los meses y años siguientes”, lo que incluye “asegurar que el comercio contribuya a una recuperación económica global fuerte e inclusiva de la pandemia de COVID-19”.

Sin perjuicio de lo señalado, se debe reconocer también que la OMC fue creada hace 22 años en un contexto global muy diferente al actual. Hoy tenemos nuevos y potentes actores en el comercio global, no sólo China sino el Asia en general, y hay países emergentes de la experiferia que se integran en las cadenas de valor y en los megamercados, gracias a la apertura que ha logrado el sistema desde el GATT (Acuerdo General de Aranceles y Tarifas), pero que hoy necesita adaptar sus reglas, y crear otras, a las nuevas formas de producción de bienes y servicios, necesidades crecientes y una ciudadanía mundial más consciente de sus derechos.

En los últimos años, bajo el liderazgo de Azevedo, la OMC ha tratado de hacer esa reconversión, pero el sistema de toma de decisiones –por la unanimidad de 192 miembros– lo hace muy difícil. Hoy el director general deja el listón muy alto. Quien lo suceda tendrá por delante nada menos que la tarea de convencer a los miembros-clave –sobretodo a Estados Unidos (ojalá que en noviembre cante otro gallo), a China, la Unión Europea, Rusia y Japón– y a los países de renta media y los menos adelantados, de que ha llegado del momento de dar un salto cualitativo en la conformación del multilateralismo comercial del siglo XXI. Será la primera vez que se cuadra el círculo, pero la crisis del COVID-19 puede ser un acicate para este convencimiento, y la próxima Conferencia Ministerial de la OMC de 2021 el momento para lanzar una ronda de negociaciones que lleve a ese puerto.

América Latina debe hacer oír su voz en esta nueva etapa, pero para eso, hay que integrarse. ¿Puede ser tan difícil?