Latinoamérica debe buscar nuevas medidas de desarrollo que complementen los indicadores económicos tradicionales –como el Producto Interno Bruto (PIB) y el nivel de ingreso diario– pero tampoco debe perderse en la obsesión por la felicidad.

El debate global que existe sobre medir el desarrollo “más allá del PIB” y empezar a utilizar medidas de “bienestar” como indicadores de progreso es –sin lugar a duda– relevante para Latinoamérica y el Caribe (LAC) y debe ser bienvenido. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) precisamente define desarrollo humano como algo más que el PIB: desarrollo humano es el proceso de ampliar las opciones, libertades y capacidades que tienen las personas para llevar la vida que valoran y que tienen razón para valorar.

El concepto de “bienestar” engloba todo aquello que represente calidad de vida –desde el ingreso, la salud, la seguridad y las libertades políticas/ciudadanas, hasta la calidad de las relaciones interpersonales, la calidad del empleo y la capacidad de vivir sin sufrir discriminación, humillación o vergüenza. Cada una de estas dimensiones puede evaluarse a través de medidas objetivas o subjetivas. Por ejemplo, para medir seguridad, podemos recolectar data sobre el número de crímenes reportados, o también podemos preguntarles a las personas qué tan seguros se sienten. De hecho, el bienestar como un todo puede medirse de manera subjetiva preguntando: ¿Qué tan satisfecho(a) [o feliz] se encuentra usted con su vida? Esto último se conoce como el “bienestar subjetivo” y es lo que comúnmente es citado como felicidad.

Latinoamérica y el Caribe debe empezar a medir el progreso más allá del ingreso y hacerlo de una manera multidimensional, pero antes de obsesionarnos por si la gente esta contenta o no, preocupémonos por medir la calidad (y no solo la cantidad) del empleo, el empoderamiento, las percepciones de violencia y el resto de las dimensiones faltantes de la pobreza.

Mucha de la atención sobre las nuevas mediciones del desarrollo pareciera haberse concentrado en este último componente: en la felicidad (o bienestar subjetivo) *. Lo cual conlleva a una problemática ya que –independientemente de cuestiones ideológicas sobre si el estado debe o no inmiscuirse en temas tan personales– la felicidad tiene sus deficiencias al pretender ser utilizada como medida de desarrollo: la felicidad es cultural, es relativa (las personas pueden tener un mayor/menor nivel de satisfacción si están mejor/peor que los demás, independientemente de su condición absoluta **), es volátil (depende del estado de humor de la persona el día de ser encuestado***) y gracias a la capacidad de adaptación del ser humano, las medidas de satisfacción/felicidad realmente nos dicen poco de las condiciones objetivas en que vive cada persona. Para este último factor, la analogía que utiliza el filósofo y economista Nobel Amartya Sen –padre del enfoque en libertades y capacidades– para exponer las limitantes de una perspectiva utilitarista es contundente: “preocuparnos por la felicidad es suficientemente sensato, pero no queremos necesariamente ser esclavos felices”.

Si bien es cierto que el PIB, por sí solo, no muestra la perspectiva de desarrollo completa, la felicidad generada por un proceso de adaptación ante condiciones precarias tampoco nos dice mucho –o peor aún, nos dice lo contrario. Y esto es precisamente lo que sucede, por ejemplo, con el Happy Planet Index (HPI), del New Economics Foundation (NEF). El HPI es una medida de eficiencia que clasifica a los países según su capacidad para generar largas y felices vidas por cada unidad de insumo ambiental (el índice utiliza medidas globales de expectativas de vida, bienestar subjetivo y huella ecológica). El NEF concluye que Costa Rica (#1 en su lista) es el ejemplo de desarrollo a seguir, resaltando su habilidad para generar altos niveles de felicidad y de longevidad, consumiendo una fracción de los recursos que el resto. Y sí, quizás hay algo de espacio para reflexionar sobre un país que vive bajo el lema de “pura vida”, un país que abolió las fuerzas armadas en 1949 y que ha servido como mediador por la paz en Centro América. Pero analizando la data en detalle, identificamos un patrón: nueve de los diez países con el mayor HPI son de Latinoamerica y el Caribe, entre los cuales se encuentran Colombia, Venezuela, Belice, El Salvador, Jamaica y Guatemala. Esto ya es una lectura diferente, porque estamos hablando de países que sufren de niveles alarmantes de crimen y violencia (entre los más altos del mundo), cuyas sociedades se encuentran entre las más desiguales, y donde la pobreza extrema está lejos de erradicarse. Si tomamos la hipótesis de la teoría de la adaptación como válida, parece que la obsesión por la felicidad hace que terminemos justificando y elogiando situaciones de precariedad simplemente porque se han vuelto tan comunes que las personas se han acostumbrado a ellas. En efecto, pareciera que la manera de maximizar el HPI es a través de los posibles “esclavos felices” de los que habla Amartya Sen.

Pero entonces, si realmente es importante buscar nuevas medidas de desarrollo que vayan más allá del ingreso, y la felicidad no parece ser el camino adecuado, entonces: ¿qué debemos medir?

El bienestar debe medirse de manera multidimensional tomando en cuenta información tanto subjetiva como objetiva. La Iniciativa sobre Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford (OPHI por su sigla en inglés), a través del Multidimensional Poverty Index (MPI) y los Missing Dimensions of Poverty, nos ofrece una guía. La OPHI sostiene que debemos medir no sólo las carencias (en educación, salud y estándares de vida), pero también incorporar otras dimensiones subjetivas, como las percepciones de la gente sobre: la capacidad de vivir sin sufrir discriminación, humillación o vergüenza, la calidad del empleo, los niveles de crimen y violencia, el nivel de empoderamiento, e inclusive los niveles de felicidad/satisfacción.

Parte de la información necesaria para construir el MPI se recolecta a través de encuestas de hogar. Sin embargo, en América Latina y el Caribe muchas veces la data existente no es fácilmente comparable entre países y la mayoría de la información sobre las percepciones subjetivas no está disponible. Hoy, por ejemplo, no sabemos si el latinoamericano promedio es más o menos propenso a sufrir discriminación, o qué país de la región le brinda mayor nivel de empoderamiento a sus ciudadanos, o si ha habido una mejora en la calidad del empleo en la región.

Latinoamérica y el Caribe debe empezar a medir el progreso más allá del ingreso y hacerlo de una manera multidimensional, pero antes de obsesionarnos por si la gente esta contenta o no, preocupémonos por medir la calidad (y no solo la cantidad) del empleo, el empoderamiento, las percepciones de violencia y el resto de las dimensiones faltantes de la pobreza que nos propone la OPHI.

*  El economista británico Richard Layard, en el libro La felicidad: lecciones de una nueva ciencia, afirma que: “no se me ocurre ninguna meta más noble que la de perseguir la mayor felicidad de todos“.

** Carol Graham y Clifford Gaddy encontraron, por ejemplo, que los desempleados son más felices cuando hay más desempleados a su alrededor.

*** Según el prominente psicólogo Martin Seligman, el estado de humor de la persona el día de ser encuestada determina el 70% de su respuesta, y no refleja su nivel real de satisfacción de vida.

Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.